Nene Malo

No, no es que ahora me haya vuelto fiel oyente de radios tipo batería y ande cantando todo el día la pegajosa "como me gusta la noche". Una vez hablamos de que los malos, por un insospechado motivo, nos atraen, o mínimo nos llaman la atención. Bueno, esta es mi historia con el chico con pinta de malo, pero espíritu de osito de felpa.
 Ya una vez dijimos que nosotras los preferimos malos y yo admití que también me gustan los villanos, los antagonistas, los rebeldes sin causa, pero en la ficción. Hoy confieso que alguna vez caí seducida ante un chico bueno con pinta de malo, sólo le faltaba su moto. No era una James Dean, aunque tenía sus arrebatos rebeldes. No era guapo (más de una vez, quienes lo conocen y lo conocieron, me dijeron "¿qué diablos le viste?"), pero su sentido del humor me hacía omitir ese detalle. No tenia el look punk de los chicos malos, aunque solía vestir de negro. Eso si, jamás me trató mal, por el contrario, siempre me arrancaba sonrisas y besos, aunque seamos honestos, los segundos se los regalaba sin hacerme de rogar tanto.

Cuenta la historia que nos conocimos una tarde de mayo a pleno sol. A ese encuentro precedieron varias llamadas telefónicas, cada una más extensa que la anterior y una coincidencia que permitió que viera su cara sabiendo quien era él, ya que anteriormente habíamos coincidido en el mismo espacio, pero no tenía idea de quien era, no me importaba y viceversa. Ese domingo de mayo, la tarde se nos hizo amena. Al inicio yo estaba nerviosa, debo admitirlo, y él se desdoblaba en esfuerzos (y disfuerzos) por romper el hielo. Lo logró. A los 10 minutos de conocernos yo ya estaba riéndome con todo lo que él decía, ya estaba demasiado cómoda.

Mi creencia de que puedo dominar cualquier situación hizo que aceptara ir a su casa. Cuando me dijo que vivía solo imaginé un mini depa, casi cuarto, desordenado, sin muebles y con metros cuadrados contados para moverse. Me equivoqué, su departamento era grande, tenía una linda vista al parque que estaba en frente, estaba bastante ordenado, amoblado y decorado. El primer descubrimiento que hice sobre este Chico Malo fue su afición por Spiderman, el llavero y el juego de dormitorio lo delataban. La primera confesión que me hizo fue su gusto por coleccionar figuras de ficción y gorras, obsequios habituales de su papá.

Esa tarde descubrí que tenía pinta de malo y una que otra actitud de un rebelde sin causa, pero villano, villano no era. Eso me gustó más y por eso, aunque pensé que todo se iba a minimizar a una tarde dominical distinta, se me hizo complicado sacármelo de la cabeza, más aún por su frase antes de despedirnos. Íbamos a su depa en taxi, él no tenia sencillo y yo al percatarme le presté. Al momento de pagarme el préstamo en su casa, terminé debiéndole 50 céntimos, él me dijo que ese era su pretexto para volver a verme. Ya sé, él pecó con esa frase de telenovela y yo, para variar, fui fácil de impresionar, una vez más.


Sin embargo, el azar nos tenía preparada una sorpresa. Coincidir en un territorio neutro y mi lugar favorito por ese entonces, La Noche de Barranco, en un concierto de mi banda favorita de ese entonces, TK. Se sorprendió al verme ahí (o no me conocía tanto o su mala memoria jugó en su contra), valgan verdades a mi también, pero me gustó, me gusto más aun que me  saludara, que recordara mi nombre y me recontra gustó que se acercara en el bar, tras el concierto. El encantamiento se superó a si mismo, tres días después al recibir su llamada finalizando una mañana de clases en la universidad. Esas llamadas se hicieron costumbre, el Chico Malo me timbraba y yo le daba el encuentro para tomar un café, almorzar, ir al cine, salir a caminar, o simplemente conversar en su casa y besarnos mucho.

Si bien me gustaba que me llamara, me fascinaba no darle el gusto. Ante un, lo siento hoy no puedo, él iniciaba una persecución que no me agobiaba, por el contrario, me asombraba. Llamaba, mandaba sms, yo siempre le respondía y finalmente acomodaba su horario al mío. Si él quería verme, valía todo.

Su pinta de Chico Malo se contradecía por lo buen anfitrión que es. Cuando estábamos juntos se preocupaba porque la estuviera pasando bien, porque me sienta cómoda, porque todo esté perfecto. Obviamente yo quise devolverle la cortesía con un gesto. Cierta vez me citó para vernos cinco días después de Navidad, la ocasión precisa para hacerle un pequeño regalito. Justo unos días antes, en medio de mis compras navideñas, había pasado por una tienda y me quedé viendo un cojín con la cara de su héroe de ficción favorito. Lo compré, lo envolví con esmero y llegué al día siguiente a la puerta de su departamento con el regalo en las manos. Me miró sorprendido y me preguntó "¿para mi?", le respondí que si, abrió emocionado y no pudo más de alegría al descubrir el regalo. Me dijo mil veces gracias, yo le contesté mil veces no tienes de qué, y me replicó mil veces que si tenía, que hacía mucho no le daban un regalo tan pensado, tan a su medida. Mi recompensa fue su reacción entusiasta y su sonrisa, que borraba cualquier sospecha de maldad, con eso me bastaba.


Por ese entonces, yo andaba en la universidad, repartiendo mi tiempo entre clases, prácticas, el círculo de radio, trabajos, exámenes y malas noches estudiando. Cuando llego a mi tope y no puedo más por el estrés yo tengo dos reacciones: episodios de ansiedad que me hacen tirar por la borda cualquier régimen y llanto. El Chico Malo se ganó varias veces con mi segundo síntoma, y lo odiaba, odiaba verme triste y no soportaba verme llorar. Nunca voy a olvidar que él estuvo cerca cuando falleció mi abuelita paterna. A los pocos días me invitó a salir, con el objetivo de que me entretenga un poco y me olvide de todo. Al encontrarnos se me quedó mirando y me abrazó fuerte, estaba conmigo y eso siempre, siempre, siempre se lo voy a agradecer.

¿Me enamoré de este Chico Malo? Pues si. Me empecé a dar cuenta cuando me lo encontraba sin planearlo previamente y me ponía roja cual tomate cherry, cuando sonreía y me ponía eufórica al recibir una llamada suya, cuando mis ojos brillaban y mi voz cambiaba de tono al hablar de él. Estaba templadaza y me terminé de convencer cuando él viajó por cuatro días a Argentina. Lo vi antes de que se vaya y al despedirnos lo abracé fuerte y le pedí que se cuidara mucho y que me traiga un chocolate. Sonrió y yo andaba inquieta, quería saberlo bien y respiré aliviada cuando lo supe de vuelta. Y me puse eufórica, de nuevo, cuando al pisar tierras limeñas me llamó. Obvio que corrí a su encuentro, conversamos, reímos, me contaba entusiasta todo lo que había conocido y yo estaba feliz de verlo bien y a mi lado.

Pero como cuenta José José, el tiempo tiene grietas, grietas tiene el alma, porque nada es para siempre y hasta la belleza cansa, el amor acaba. En este caso fue la ilusión la que se acabó. Su presencia en mi vida, la cual era intermitente, se anuló y me dejó un montón de preguntas, que fueron resueltas meses después, cuando me contó que estaba con novia. Con el tiempo me enteré que esta chica con la que estaba, había logrado que dejara atrás sus manías, rebeldías y actitudes típicas de él. Del Chico Malo, o bueno pero con pinta de malo que yo había conocido, queda muy poco. El Osito de Felpa que llevaba dentro vio la luz.


Nunca lo odié, ni lo maldije, ni fui a su departamento a hacerle una pataleta. Guardé respetuoso silencio y me alejé lo mas que pude, pero recordando de vez en cuando todo lo que pasamos juntos, los días, tardes y noches con él, esos episodios en los que me mostraba tal cual y él también, esos instantes en que me aseguraba de que no era un Chico Malo, pero la pinta no lo ayudaba.

El Chico Malo apareció en mi vida cuando tenía 23 años y estaba segura de que el amor, mientras mas racional mejor, de que la ilusión eufórica y arrebataba era para chiquillas inmaduras y yo siempre me he distinguido por mi mesura, y un montón de teorías más, que él desmoronó en una, sin pedir permiso y sin que me diera cuenta. Por supuesto que dolió la ruptura, pero ahora que veo atrás con cautela, siento que las cicatrices ya no me molestan más, que fue bonito mientras duró, que ahora quiero un Chico Bueno, porque ya tuve mi desliz con un Nene Malo.

Canción para recordar al Chico Malo.... Aunque él era fanático de Bob Marley y demás cantantes de reggae que hasta la fecha desconozco, teníamos algunas canciones en común. Fue una grata sorpresa cuando cierta tarde el puso en su equipo de sonido esta tonada y dijimos al unísono "mi canción"
 
 
 
Esta canción alguna vez se la pedí, y él me dedicó otra pero de la misma cantante. No me importaba mas nada si el Nene Malo estaba ahí conmigo... ni si quiera sus manías, ni sus malas actitudes (e intenciones), ni su mala memoria
 

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