Mi amigo, mi ex
Este es el mismo título de un post que Alicia Bisso escribió hace muchos años. Recordando una situación similar a la de ella, escribí una nota en el fb (fue una coincidencia ocasional y temporal), y esta es la versión extendida de aquella tarde en que el Eterno y yo nos comportamos como adultos, y volvimos a ser los amigos que nunca hemos dejado de ser.
No es un secreto que el Eterno y yo compartimos juegos, bailes, risas y conversaciones en tardes infinitas. Hablábamos de todo, menos de ese secreto inconfesable, estábamos templados, él de mi, yo de él. Y si bien, él tanteaba el tema, yo entre inocente y abochornada, no le hacía mucho caso. Pónganse en mis zapatos, tenía 12 años, me dolía el estómago cada vez que lo sabia cerca (eso de las maripositas no lo comprendía bien), mi corazón se aceleraba y yo no entendía a ciencia cierta lo que ocurría, tampoco me interesaba mas de lo necesario y, en verdad, no sabía que esperar de la vida.
Alguna vez, la segunda ocasión en que entrelazó sus largos dedos con los míos, y yo me sentía feliz, me hizo un interrogatorio que ya había realizado antes, pero yo no le prestaba mayor atención. "¿Estas con alguien?, ¿con qué tipo de chico te gustaría estar?, ¿Qué dirías si yo te digo que te quiero dar un beso?" Mis respuestas eran "no, un caballero, estás loco" respectivamente. Y ahí quedaba la cosa. Ahora que lo pienso me veo dando respuestas cortantes y bastante ilógicas, mi corazón no hablaba, mi timidez no le daba permiso. Pero eran otros tiempos, el Eterno era mi amor platónico (de este planeta, pero platónico en fin). Si en ese instante alguien me hubiera dicho en nueve años vas a hacer realidad tu sueño y lo vas a besar, yo le habría respondido ¿nueve años?, no pues. Un beso que tardó, pero llegó y valgan verdades, valió la pena (besa bien el Eterno, eso no lo voy a negar nunca).
Tras romper mi corazón más de una vez, su camino que se distanció un montón del mío, la coraza (y caraza) que ponía frente a él, mis idas y sus vueltas, y finalmente el colofón que escribimos juntos para abrir un capítulo nuevo en nuestra larga e idílica historia, no nos permitieron reconocernos como los adultos que hoy por hoy somos. Pero una mañana y tarde de invierno la vida, siempre caprichosa, nos dio la oportunidad de enmendar ese error.
Andaba en mi último ciclo de universidad, con tiempo para nada, trabajando y estudiando, ansiosa por que llegue julio y con este mes, el término de mi contrato en una entidad estatal y el fin de mi vida universitaria. Había un taller que detestaba con todas mis fuerzas. El profe era bueno con quienes le mostraban las muelas, y como yo no entraba en ese grupo, tenía que pelear y justificar mis notas, los trabajos eran en grupo y mis compañeras eran insoportables, por suerte había un amigo, medio vago pero al menos sensato, con quien juntábamos fuerzas para dar la contra, siempre me recriminaba y repetía ¿en qué mala hora me matriculé en este curso?
Como este curso era un taller, había que presentar continuamente trabajos. Trabajos que se ceñían a mi guión, aunque las compañeritas estas no querían aceptar que mientras ellas andaban pensando en tonterías, mi cabecita armaba historias y escenas que, de haberse hecho bien eran dignas de Cannes. Siempre he sido creativa, era buen momento para sacar a relucir ese ingenio.
Uno de los trabajos implicaba grabar un spot y faltaba un personaje, el villano, el antagonista, la violencia hecha hombre. Teníamos la fecha de grabación encima y no encontrábamos al actor. Entonces yo, creativa y práctica como siempre, pensé en el Eterno, que algo de actuación había hecho. Le mandé un mensaje, me contestó, hablamos por teléfono y ¡listo! Quedamos en encontrarnos el sábado en que grabábamos fuera de la universidad.
Ese día mis cinco minutos más, respuesta automática cuando suena mi despertador, se convirtieron en media hora. Me quedé seca y andaba en camino cuando el Eterno me llamó diciéndome que ya había llegado. Lo hice esperar bajo la lluvia y el frío, hasta que llegué, me abrazó fuerte (hacía mucho que no nos veíamos) y me acompañó. Mientras mi grupo (aquel del cual jamás me sentí parte) armaba la escenografía, acomodaba cables y yo renegaba porque mi guión había sido modificado sin mi autorización, él esperaba paciente, escuchando las canciones que mi MP3 soltaba desordenadamente. Hasta que entró al plató, bromeamos, nos pusimos a trabajar, repitió su escena innumerables veces, y después de cuatro horas escuchamos el, nunca antes tan deseado, "corte, queda". Nos tomamos fotos para recordar esa in - grata experiencia grupal (¿les importa si vomito? me dan nauseas cada vez que recuerdo a mis detestadas compañeras de grupo) y le dije al Eterno vámonos.
Salimos del estudio, caminamos por la universidad, conversábamos sobre cualquier cosa y antes de salir lo invité a almorzar. Él aceptó. Salimos de la universidad, cruzamos la pista, entramos al Jockey conversando y riendo. Llegamos al patio de comidas y tras una breve inspección decidimos almorzar pizza, pero él insistió en pagar, o sea, terminó invitándome el almuerzo y se fastidió cuando supo que había dado mi nombre al hacer el pedido. Su lado machista salió a la luz, algo nuevo que descubría de él.
Nos sentamos a almorzar, nos atoramos de risas mas de una vez, y de pronto, de un momento a otro, él me preguntó lo mismo que hacía muchísimos años me había preguntado, en más de una ocasión: ¿estas con alguien? Le respondí lo mismo que años atrás: no. Y ya que la respuesta fue idéntica, mi reacción fue la misma, me puse roja cual tomate cherry, nos quedamos callados y cambiamos de tema. Era verdad, andaba sola, recuerden que no tenía tiempo para nada, por un lado, y por otro lado, andaba babeando por el DJ que me rompió el corazón, dicho sea de paso, por ese entonces mientras todo iba en picada para mi, el chico de la radio pasaba por una buena temporada (creo).
Seguimos paseando por el centro comercial, yo viendo ropa y zapatos (como siempre), él mirándome paciente. Hizo un comentario al aire sobre su hijo (¿alguna vez les conté que el Eterno es papá?), recordé su situación de papá soltero, entramos a mirar discos, recordamos lo mucho que nos gustaba Gianmarco y con ese precedente seguí viendo escaparates y escuchando sus comentarios, entre coquetos y graciosos.
Volvimos a casa en el mismo bus. A ratos me daba su mano, yo supe cuando tomarla y cuando soltarla. No hablamos mucho, había sido una mañana y tarde larga, ambos andábamos de mala noche y lo único que queríamos era volver a nuestras casa y dormir.
Como este curso era un taller, había que presentar continuamente trabajos. Trabajos que se ceñían a mi guión, aunque las compañeritas estas no querían aceptar que mientras ellas andaban pensando en tonterías, mi cabecita armaba historias y escenas que, de haberse hecho bien eran dignas de Cannes. Siempre he sido creativa, era buen momento para sacar a relucir ese ingenio.
Uno de los trabajos implicaba grabar un spot y faltaba un personaje, el villano, el antagonista, la violencia hecha hombre. Teníamos la fecha de grabación encima y no encontrábamos al actor. Entonces yo, creativa y práctica como siempre, pensé en el Eterno, que algo de actuación había hecho. Le mandé un mensaje, me contestó, hablamos por teléfono y ¡listo! Quedamos en encontrarnos el sábado en que grabábamos fuera de la universidad.
Ese día mis cinco minutos más, respuesta automática cuando suena mi despertador, se convirtieron en media hora. Me quedé seca y andaba en camino cuando el Eterno me llamó diciéndome que ya había llegado. Lo hice esperar bajo la lluvia y el frío, hasta que llegué, me abrazó fuerte (hacía mucho que no nos veíamos) y me acompañó. Mientras mi grupo (aquel del cual jamás me sentí parte) armaba la escenografía, acomodaba cables y yo renegaba porque mi guión había sido modificado sin mi autorización, él esperaba paciente, escuchando las canciones que mi MP3 soltaba desordenadamente. Hasta que entró al plató, bromeamos, nos pusimos a trabajar, repitió su escena innumerables veces, y después de cuatro horas escuchamos el, nunca antes tan deseado, "corte, queda". Nos tomamos fotos para recordar esa in - grata experiencia grupal (¿les importa si vomito? me dan nauseas cada vez que recuerdo a mis detestadas compañeras de grupo) y le dije al Eterno vámonos.
Salimos del estudio, caminamos por la universidad, conversábamos sobre cualquier cosa y antes de salir lo invité a almorzar. Él aceptó. Salimos de la universidad, cruzamos la pista, entramos al Jockey conversando y riendo. Llegamos al patio de comidas y tras una breve inspección decidimos almorzar pizza, pero él insistió en pagar, o sea, terminó invitándome el almuerzo y se fastidió cuando supo que había dado mi nombre al hacer el pedido. Su lado machista salió a la luz, algo nuevo que descubría de él.
Nos sentamos a almorzar, nos atoramos de risas mas de una vez, y de pronto, de un momento a otro, él me preguntó lo mismo que hacía muchísimos años me había preguntado, en más de una ocasión: ¿estas con alguien? Le respondí lo mismo que años atrás: no. Y ya que la respuesta fue idéntica, mi reacción fue la misma, me puse roja cual tomate cherry, nos quedamos callados y cambiamos de tema. Era verdad, andaba sola, recuerden que no tenía tiempo para nada, por un lado, y por otro lado, andaba babeando por el DJ que me rompió el corazón, dicho sea de paso, por ese entonces mientras todo iba en picada para mi, el chico de la radio pasaba por una buena temporada (creo).
Seguimos paseando por el centro comercial, yo viendo ropa y zapatos (como siempre), él mirándome paciente. Hizo un comentario al aire sobre su hijo (¿alguna vez les conté que el Eterno es papá?), recordé su situación de papá soltero, entramos a mirar discos, recordamos lo mucho que nos gustaba Gianmarco y con ese precedente seguí viendo escaparates y escuchando sus comentarios, entre coquetos y graciosos.
Volvimos a casa en el mismo bus. A ratos me daba su mano, yo supe cuando tomarla y cuando soltarla. No hablamos mucho, había sido una mañana y tarde larga, ambos andábamos de mala noche y lo único que queríamos era volver a nuestras casa y dormir.
Nos despedimos con besos, abrazos y le agradecí una vez más su valiosa ayuda (estoy siendo sincera al decirlo), y seguí mi trayecto rumbo a casa. Mientras caminaba a paso lento pensaba lo bien que la había pasado con él, lo mucho que había disfrutado la tarde, el paseo, el almuerzo, la conversación. Era la primera vez que el Eterno y yo estábamos a solas, comportándonos como gente civilizada y no como la pareja clandestina, papel que nos encantaba protagonizar.
Quedé tranquila, el Eterno y yo habíamos crecido, y aunque nadie nos crea, también maduramos, podíamos mirar de reojo al pasado sin miedo de que nos duela, total ya las heridas que a propósito o sin querer nos habíamos hecho, cicatrizaron con el tiempo y con nuestras vivencias, muy distintas las unas de las otras. ¿Me gustaría repetir esa salida con el Eterno? Si, o al menos tomarme un café con él, mientras mas lejos estemos del trago, mejor. ¿Su recuerdo me asalta en mis tardes de shopping en el Jockey? Si, pero es una recuerdo grato, simpático, que me pinta una sonrisa. ¿Se puede ser amigo de un ex? Depende las circunstancias. El Eterno y yo simplemente no íbamos, ni vamos, ni iremos, pero por nuestro entorno y situación lo mas saludable es ser amigos, simplemente amigos y nada más, nunca más.
Canción para un paseo memorable... Si bien esta canción es antiquísima, yo la descubrí gracias a una amiga con la compartía prácticas pre profesionales e intercambiaba reproductores de música. A pesar de haber crecido y madurado, algo, siempre tengo presente, que el Eterno dejará de ser sentimentalmente voluble el día en que los sapos bailen flamenco, por eso es mejor dejarlo ir
Con esta canción descubrí que el Eterno y yo compartíamos nuestro gusto por Gianmarco. Es antiquísima, no es mi favorita, pero me remite a esa primera historia de amor.
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