Quemar para crecer

Hace poco conversaba con una amiga y le comentaba que he perdido contacto con algunas personas que conocí en la secundaria y en años posteriores porque he cambiado y la nueva versión de mi misma, al igual que la anterior, no puede gustarle a todo el mundo, no soy pepita de oro (por suerte). Ella me decía que eso le parecía triste y yo la refutaba, hay que quemar para crecer le respondía.
 
 
Hagamos un ejercicio. Busquen una foto antigua de ustedes, puede ser de hace 10, 15, 20 años o más. La clásica foto recién saliditos de la barriga de su mamá, o de pequeños, en el primer día del nido, o en el colegio, primaria o secundaria, o en la matiné de algún primito o amiguito. Mírenla con atención ¿Se reconocen? Imagino que en la mayoría de casos si, hay alguna similitud, algunos rasgos que son muy propios, los ojos grandes, el pelo desordenado, la nariz respingada (como en mi caso), las ojeras (otra vez levanto la mano), la frente ancha, en fin, eso que nos hace únicos. Somos los mismos, pero dando luces del paso de los años. O sea, tenemos algo en común a esa personita de la fotografía, pero distintos al mismo tiempo.
 
Imagino que mas de uno ha suspirado al ver esa foto de infancia, años mejores, libres de preocupaciones vocacionales, económicas, románticas, existenciales o todas las anteriores (y seguimos sumando). Otros tantos hemos sonreído, no por la mueca que hacíamos frente a la cámara o por los lindos que nos veíamos, tan tiernos y rechonchitos, sino porque nos recuerda una etapa feliz. Yo soy de ese segundo grupo. Yo tuve una infancia feliz. Pero evidentemente ya no soy una niña, aunque mi niña interna siempre sale a revolotear, se emociona en las jugueterías, se queda boquiabierta cuando va al circo o ante la presencia de un mago en una matiné, se deleita sin importarle nada cuando tiene un helado en las manos y baila frente al espejo con un cepillo que hace las veces de micrófono cuando escucha Electric Youth de Debbie Gibson.
 
Y así como los cambios físicos saltan a la luz, los internos, sean emocionales, psicológicos, intelectuales relucen y concluyen en la persona que somos hoy en día. Así como nuestros cuerpos cambian, porque así es la naturaleza, nuestros cerebros almacenan mas y mas conocimiento, lo que nos hace personas exitosas, o al menos más interesantes, y nuestro corazón aprende, a cocachos y de manera empírica. Depende los lugares visitados, las situaciones vividas, pero también las circunstancias enfrentadas.
 
 
A mi en el colegio, las monjas ilusas y totalmente alejadas de la realidad, me dijeron que mi vida la manejo yo y no las circunstancias. Lamentablemente no es así. Si, el control de mi vida lo tomo yo, el resultado de mis decisiones (erradas o acertadas) lo asumo yo, pero las circunstancias se escapan de mis manos, aunque repercuten en la persona que soy.
 
Hay un hecho que me marcó la vida, y que me cambió para siempre. No es un secreto y no me da vergüenza decir que yo tuve que dejar la universidad casi tres años, por lo cual mi paso por la universidad duró una década interrumpida. En su momento me frustré, me entristecí, me enojé con el mundo, y mas de una vez renegué contra el universo que no solo me sacaba de un lugar donde me sentía encaminada, sino que encima me la pintaba gris al momento de buscar chamba. El control de mi vida pamplinas decía, las circunstancias no son tan bonitas y manejables, lo que me contaron en el colegio las nazis con hábito era un cuento de final feliz. La chica buena (algo tonta y muy ilusa) no siempre sigue el camino directo a la dicha eterna.
 
Cuando regresé a la universidad me sentía satisfecha, realizada, ubicada de nuevo, pero ya no era la misma. Mi idea del mundo había cambiado, mi vida había cambiado y no es para extrañarse. A ver, mi aparatoso ingreso al mundo laboral fue a los 20 años recién cumplidos, andaba voluble e influenciable. Empecé vendiendo café en las calles, haciéndome amiga de los serenos y maldiciendo a un par de tipos. Uno era un policía que en vez de atrapar a los choros que hasta la fecha roban felices de la vida en la puerta de la galería Mercado Central, fastidiaba con la misma cantaleta de circule, circule cuando estaba solita, oh casualidad, se olvidaba de mi presencia cuando algún supervisor o transeúnte conversaba conmigo. Desde aquí te digo, ojalá te pudras y te saquen de la institución por la puerta falsa.
 
También me hice de algunos amigos, dos en particular. El buen policía Montoya, por hombres como él siento que las fuerzas armadas aun tienen remedio, y Roger, el niñito que vendía sus periódicos y caramelos en la esquinita, al lado de donde estacionaba mi cochecito cafetero. ¿Han escuchado la canción "Chicles, cigarrillos, caramelos" de Micky Gonzáles? Bueno, él era ese niño del que habla la tonada, ayudaba a su mamá con la venta de los periódicos en la mañana e iba al colegio por las tardes. Hasta ahora lo recuerdo llegando con su carrito lleno de diarios y silbando. No se que será de su vida, aunque de vez en cuando, en cada visita a mi antiguo barrio, veo a su mamá, en la esquina de siempre vendiendo periódicos, caramelos, galletas y gaseosas (el pequeño negocio familiar prosperó).
 
Luego pasé a la juguetería y luego a ogrilandia, esa espantosa oficina de San Borja con dos sujetos despreciables como jefes, pero todo eso es otra historia. Lo importante es contar que en cada experiencia laboral conocí a diferentes personas, con formas de pensar muy distintas a la mía y en el compartir día a día solo trabajo en algunos casos y amistad en otros, mi manera de pensar se fue abriendo, fue cambiando. De los 19 a los 23 mi criterio varió de forma abismal, mismo salto largo digno de olimpiadas.
 
 
No se si es mi perspectiva, o fue así, pero la bienvenida al milenio trajo de la mano una mentalidad mas abierta, no un cambio de patrones o principios, el entablar no - relaciones, tener amigos con derechos, que las chicas no tomemos en serio a cada sapo que besamos o ser madres solteras son situaciones que siempre han existido, solo que ahora nadie se sonroja si se cuentan a viva voz. O por lo menos es la idea.
 
Entonces sumando las circunstancias que viví (y que manejaron mi vida, y yo tuve que asumir y asimilar por las malas) y el cambio de mentalidad mundial, dan como resultado a una mujer diferente a la chiquilla que dejo las aulas a los 16. No hay manera de ser igual, no se puede y no me arrepiento ni un minuto porque seria recontra desubicada y retrasada si a mis 32 pensara idéntico que a los 16, no pues, las experiencias te enriquecen, te hacen mejor (o peor) persona, te vuelven mas interesante, te brindan conocimiento de causa de que no todo es bonito y fácil, pero con el carácter que adquieres mientras creces vas a saber superar a tu manera las nuevas sorpresas no tan agradables que aparecen, porque una vida sin problemas sería demasiado sosa.
 
Esos cambios de mentalidad y de asumir la vida hacen que las personas te vean diferente y muchas veces tus amigas de infancia o adolescencia ya no te reconocen. Incluso tu propia familia que puede verte mas cuajada, mas renegona, mas optimista o pesimista, mas realista, menos majadera. Y como lo dije, uno no es pepita de oro para gustarle a todo el mundo, por lo que muchas personas darán un paso al costado, porque nada que ver pues, ya no eres esa persona de quien se hicieron amigas inseparables, ya no hay nada en común, ya no tiene sentido.
 
 
 
Hay que quemar para crecer, crecer para querer, querer para vivir y vivir para contarla. Así es la vida, esas son las reglas del juego, lo importante es saber quien eres, hacia donde vas y llegado un momento, volver siempre a esa versión imperfecta, pero avanzada de ti mismo. Deja la foto con la que hicimos el ejercicio en su lugar y ahora mírate en el espejo, pero sin reflectores a la mano y con la cara lavada si es posible. ¿Sabes quién es esa persona que se refleja?, ¿conoces sus cualidades y sus defectos?, ¿tienes idea de hasta donde va a llegar?
 
Estas preguntas no tienen respuesta, al menos no una definitiva, porque como el mundo, nosotros cambiamos y evolucionamos. Quienes nos quieran acompañar sobre las vías del tren porque les gusta la persona que somos ahora, bienvenidos a compartir nuestra vida para siempre, o hasta el próximo cambio sustancial, y quienes no, las puertas están abiertas, alas y buen viento. Y si se quedan con poquitos amigos, no se sientan tristes, que si estos son buenos, son suficientes, y nunca se sabe cuando puede sorprenderte una nueva amistad, o más de una, en el momento mas inesperado, y en el lugar mas insospechado, siempre aparecen. Y esa regla por suerte, no cambia.
 
Canción para seguir creciendo... Bueno, Ricky Martin andaba a medio vivir, y luego se pasó a vivir la vida loca, o sea de un extremo a otro. Esta es la primera situación, algunas cosas se nos quedan a la mitad, la idea es completarlas, cerrar los ciclos antes de pasar a otra nota
 
 
Cuando pienso en mi niñez, uno de los tantos recuerdos que se me vienen a la cabeza es el de mi papá en la cocina los domingos por la mañana, preparando su glorioso lomito al jugo, o sus tortillas que son para alquilar balcones. Él mismo elegía su banda sonora, sus baladas del recuerdo, las cuales conozco pro su influencia. Esta es una de mis favoritas
 

  


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