La leyenda de Don Turbio

El Perú es un país rico por su gastronomía, por su geografía, por la creatividad de su gente y por sus mitos e historias. En el colegio escuchábamos fascinados la leyenda de Manco Cápac y Mamá Ocllo que salieron del Lago Titicaca y fundaron en el Cusco el Imperio Incaico, o el sueño que tuvo Don José de San Martín e inspiró los colores de nuestra bandera, o los milagros de Santa Rosita, en fin, tenemos historias de lo más pintorescas. Y se suman día a día. Ahorita no más estamos viviendo una historia con aires de fábula, y hemos cortado de sopapo las vacaciones obligatorias de todos los programas dominicales de análisis político.


Había una vez un importante funcionario público, un Fiscal de la Nación, por citar uno al azar, que llamaremos en adelante Don Turbio, ya que llegó al cargo de manera un tanto irregular. El pueblo se preguntaba por qué ostentaba tan importante título teniendo un pasado cuestionable. Nadie sabía responder. Y de pronto aparece un Juez muy correcto y otros cuantos Fiscales que a diferencia de Don Turbio, impartían justicia de manera implacable. Eran valerosos. Para ellos todos eran iguales, y si habían denuncias, pruebas e indicios, merecían ser castigados. Gracias a su buen desempeño se ganaron el cariño y la simpatía de la población.

Esta admiración que se demostraba en las calles, plazas y redes sociales por los Fiscales implacables, ponía verde de envidia a Don Turbio. Su importante cargo tambaleaba, ya que se enredaba con los malos de la película, y se ganaba la antipatía de otros funcionarios igual o hasta más importantes que él, entre ellos el del Presidente, que curiosamente por ese entonces, y diametralmente opuesto a sus antecesores, gozaba de aprobación masiva.

Entonces, un día, justo el 31 de diciembre, mientras el pueblo se disponía a recibir un año nuevo que de seguro sería mejor que el que se estaba acabando, Don Turbio hizo lo impensable. Entre gallos y medianoche, decidió sacar de su cargo a dos Fiscales implacables, que estaban a cargo de un importante caso que involucraba a un montón de personajes que olían a podrido. Esta decisión encolerizó al pueblo que se olvidó de las uvas, de la vuelta a la manzana con sus maletas, de prenderle el cigarro a su Ekeko, del juergón en el que iban a participar para darle la bienvenida al nuevo año y salieron a esas mismas plazas y calles en donde demostraban su cariño a los implacables fiscales, para gritar improperios a Don Turbio. Querían su cabeza, querían recordarle a toda su familia materna, querían que dejara el cargo, y que lo hiciera ya.

Las manifestaciones en contra de Don Turbio se extendieron por un día entero, y de pronto pasó algo que nadie imaginaba. Los fiscales que reemplazarían a los Implacables y que fueron nombrados por el mismísimo Don Turbio, en un golpe de sensatez y muertos de miedo, dijeron mejor no, y renunciaron al cargo antes de asumirlo. Los políticos que olían a podrido y que eran amigos de Don Turbio, le quitaron su apoyo y amistad, buscando salvar su pellejo. Don Turbio se había quedado solo, cual perro sarnoso. Sus amigos se habían hecho humo y sus enemigos se multiplicaban, mismos Gremlins, nadie quería a Din Turbio, pobrecito. Si quieren llorar en este momento, pueden hacerlo. También vale reír.


Don Turbio también estaba asustado, porque el pueblo encolerizado y con el Presidente a la cabeza, no dejaba de tomar las calles y protestar en su contra. Entonces recordó aquellas épocas en que nadie le prestaba atención, porque la gente celebraba cada acto heroico de los implacables fiscales y a nadie le interesaba su vida. Trató de recuperar ese tranquilo anonimato, para poder seguir haciendo sus fechorías, y en un momento de ilusión pura imaginó, que a lo mejor pasaba de enemigo público a héroe de la nación, al mejor amigo de todo el Perú, a Mister Simpatía en una, y le devolvió sus cargos a los Fiscales implacables. Esto pasó justo en el momento en que el Presidente llegó al Congreso y presentó una medida para frenar tanta estupidez.

Si bien el pueblo celebró que se echara para atrás, nadie le mostró las muelas, por el contrario, se mantuvieron en las calles y siguieron pidiendo su cabeza. le reclamaban un poco de decencia, un poco de dignidad, un profundo examen de conciencia, y que se vaya de una buena vez. Esto confundió a Don Turbio, ya que jamás había escuchado esos términos en su triste existencia, y no tenía ni un solo amigo que le prestara un diccionario. Estaba perdido, confundido, y más envidioso que nunca, ya que mientras la gente elevaba en brazos a los Fiscales implacables, a él nadie lo quería.

Don Turbio, además de corrupto y envidioso, era terco, por eso se hizo el interesante, y cuando sus colegas, los Fiscales lo invitaron cordialmente a renunciar, él dijo que lo pensaría. No había nada que analizar, pero Don Turbio no quería dejar su cargo. Parece que también es adicto al poder. Entonces, todos los abogados del pueblo, decidieron limpiar sus nombres manchados y mal visto y le suspendieron la licencia. Algunos políticos antipáticos trataron de ayudarlo, pero era tan notoria su estrategia, que se armó la grande en el Congreso. Gritaron, se mecharon, se resintieron, fue una pelea de callejón.

La cosa pasó de castaño a oscuro, y Don Turnio, triste, acorralado, al borde de las lágrimas y en medio de una iluminación divina se dio cuenta, por fin, que lo mejor era dejar su puesto. Envió un comunicado, a ciudadanía celebró y si bien ahora hay incertidumbre y no podemos decir que estamos libres de la corrupción, ya que hay remedos de políticos muy malos en el Congreso, sentimos que ya estamos limpiando la casa.

Don Turbio cavó su tumba solito. Sus peores vicios lo asesinaron, lo hicieron más detestable de lo que ya era, lo dejaron muy mal parado. De repente pensó que este pueblo, encabezado por una nueva generación recontra bullera y reclamona, se iba a quedar calladita, pero no pues. Aquí el que no salta, es un corrupto. Vamos a saltar.

Canción para decirle adiós a Don Turbio... El primer pleno del año en el Congreso fue épico, hilarante, tragicómico. Mientras Alberto de Belaúnde decía en voz alta lo que todos los peruanos pensamos, Luz Salgado y Carlos Tubino se arañaba las vestiduras, la ConChacón le quería dar su estate quieto a Salaburro y este llegó a su límite. Valió la pena tamaño espectáculo. Eso solo pasa aquí, en este triciclo ambulante llamado Perú

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