A primera vista
Hemos hablado de que el amor nace en el conocer y compartir con una persona, por lo tanto el amor a primera vista no existe, es solo ilusión temprana. Sin embargo, yo alguna vez creí en el amor que nace con solo una mirada por experiencia propia. Mi historia es como sigue.
A los 20 años, tras una abrupta salida de la universidad, empecé a trabajar. Tras un accidente en mi primer trabajo, postulé a la sección juguetes de una importadora, que hoy en día tiene locales en todo Lima. Así llegué a una juguetería miraflorina, instalándome como la atenta, siempre risueña y muy despistada recepcionista - vendedora. El ambiente laboral era muy bueno, al ser casi todos de la misma edad y trabajar más de las 8 horas reglamentarias, había camaradería. Ahí conocí a I, un gondolero que vivía a cuatro cuadras de mi casa, sin embargo nunca antes nos habíamos visto. Dada la cercanía de nuestras viviendas, todos los días regresábamos juntos.
Así pasaron los meses hasta que llegó diciembre. ¿Alguna vez se han atrevido a pisar una juguetería en diciembre? Si no lo han hecho, les cuento que es horrible, porque hay gente al por mayor, niños histéricos, padres más histéricos, y vendedores que se convierten en pulpos para poder atender a todos a la vez y sobrevivir en el intento. Por eso, pedimos refuerzos a gritos, uno de los chicos de apoyo era amigo de I. Este muchacho resaltaba por su talla, su contextura y su cara de no matar una mosca. Ya que estábamos en un mundo de juguete, llamaremos a este personaje, Barney.
Barney no me sacaba los ojos de encima, y cada vez que podía se acercaba y me preguntaba lo típico, dónde vivía, desde cuándo trabajaba en la juguetería, cuántos hermanos tenía, si era soltera y si tenía hijos. Al enterarse de que vivía a cuatro cuadras de su casa, ya que además de amigo, era vecino de I, se acopló al grupo de regreso. La primera noche no hablamos de nada trascendental, pero en las seis cuadras que nos separaban del paradero, me dijo al menos 12 veces que le gustaba mi sonrisa. Si, 12 veces, dos por cuadra.
Todo esto lo rectificó a la mañana siguiente, cuando al llegar me dijo estás más guapa que ayer. Eso elevaba mi ego hasta el cielo y me hacía sonreír, más de lo normal. A la hora de regreso, me apartó del grupo, y nos pusimos a conversar, hasta que le dije que tenía frío, él me dijo que él no. Me dijo, imposible tener frío, estando al lado de una chica tan linda como tú, y sin más se acercó y me besó. Yo me quedé de una pieza, más fría de lo que ya estaba y muda. En el bus de retorno se sentó a mi lado, me dijo que le gusté desde el momento que me vio y de que el beso no había sido un agarre, me dijo para ser enamorados. El cansancio y el asombro no me dejaban procesar todo lo que estaba escuchando. Le pedí tiempo.
En verdad, Barney me gustaba, me parecía simpático, gracioso y hasta romántico, sin embargo había un pequeño detalle que me impedía aventurarme alegremente con él. Un detalle llamado El Intermedio. Si, El Intermedio y yo éramos enamorados cuando conocí a Barney. Nuestra relación no andaba bien, porque nuestros horarios eran harto distintos, ninguno de los dos hacía el esfuerzo por acercarse al otro y si seguíamos juntos era por darle la contra al tiempo, espacio y demás elementos físicos. El Intermedio y yo, en nuestros mejores tiempos, tuvimos una relación muy bonita, por lo que merecía un fin decente, al menos. Lastimosamente no fue así, antes de que yo le dijera que lo mejor era hablar porque las cosas no iban bien, él me dijo que estaba decidido a terminar, y terminamos por teléfono.
Al colgar, me parecía increíble que ese lazo que nos unía, al Intermedio y a mi, se hubiera esfumado como si nada. Busqué a Barney con la mirada, lo encontré contemplándome, como siempre y se me pasó todo. Esa misma noche le respondí que si quería estar con él, e iniciamos nuestro idilio, con mucha ilusión, y mucha discreción, porque los romances estaban estrictamente prohibidos en la juguetería. En realidad, éramos un secreto a voces, la parejita de moda en ese mundo de juguete. Con el tiempo me di cuenta que nuestro romance era comparable a un juguete made in China, o sea descartable.
En diciembre del 2001, se acabó el trabajo y el contrato, por lo que Barney y yo ya no nos veíamos todo el día, todos los días, sin embargo, manteníamos el contacto que se supone dos personas enamoradas deben mantener´. En su casa me conocían, y en mi casa también. Es decir, aunque mi relación era atípica, por lo veloz que había sido todo, entraba en los parámetros de lo normal, de las cosas como tienen que ser, y yo me sentía fascinada de que fuese así, y de compartir tiempo con él, con sus amigos del barrio y con su mamá y su hermana.
Todo muy bonito, pero me tocaba buscar trabajo, y antes de que empezara a enviar CV's, mismos volantes por todo Lima, Barney me contó que sus tíos tenían una empresa pequeña, ubicada en San Borja y necesitaban una recepcionista. Él trabajaba allí, así que él mismo me llevó, me presentó y me contrataron. No pasó ni una semana para darme cuenta de que esa oficina era gobernada por dos ogros, uno más basura que el otro, los dos igual de patanes, igual de impresentables, igual de inhumanos, igual de brutos, o sea todos los defectos que un sujeto puede tener, en un mismo paquete y por dos.
Obvio, quería salir corriendo, pero trataba de ver las cosas por el lado amable, podía ver a Barney todos los días, volvíamos juntos al barrio y algunas veces nos íbamos a cenar, a caminar, o a visitar a sus amigos del edificio. Lastimosamente eso sucedía de lunes a viernes, los fines de semana él desaparecía y yo también. Antes de que le reproche nada, él me contó que lo hacía porque si nos veíamos todos los días lo que teníamos se iba a desgastar. Traté de ser comprensiva, hasta que abrí los ojos y reaccioné, lo que él me decía era una reverenda pachotada, y ese te extrañé que me decía cada lunes cuando nos encontrábamos en el paradero era una actuación digna de una telenovela huachafa.
Una tarde, volviendo a casa le conté todo lo que sentía, él no lo tomó de buena manera, me dijo que yo había cambiado mucho porque ya no sonreía tanto, pero díganme como sonreír si tenía que verle la cara a los ogros de lunes a viernes, se molestó, se bajó un paradero antes que el mío, y al día siguiente me dejó una nota sobre mi escritorio, en la que me decía que era mejor terminar y que si quería nos podíamos hacer amigos. Me quedé fría, sintiendo exactamente lo que sentí la noche que me besó, pero a la inversa, otra vez mi cabeza colapsó. ¿Tan poco le importaba para terminar con una nota?, ¿no merecía al menos que me dijera en la cara, esto no va?
Lo seguro es que nosotros no estábamos tan en serio como yo creía. Tal vez Barney si me quería, pero no tanto como para comprometerse, comprender y aplicar eso de estar juntos en las buenas y en las malas. Yo estaba pasándola mal y él no era capaz de por lo menos escucharme. Como dije líneas arriba, nuestro romance era descartable.
Fue difícil trabajar con él al lado y hacer como si nada pasara. Todos los días hablábamos menos de lo estrictamente necesario, nos evitábamos, tratábamos de almorzar en horarios diferentes y volver a casa por rutas distintas. Después de cuatro meses, él me volvió a hablar, me dijo para regresar y yo le dije que no. En ese momento estaba conociendo a nuevas personas, y coqueteando de nuevo con El Intermedio con quien volví finalmente, y rompí definitivamente tiempo después, pero esa es otra historia.
Es por esto que creo fervientemente que el amor nace con el conocer a la otra persona, y eso no se hace de la noche a la mañana. A la larga el amor es una suma de factores, y la atracción no llega si quiera a ser uno de esos factores, desde mi punto de vista porque sentido del humor, mata galán. Barney no significó mucho en mi vida, pero no lo odio, ni lo recuerdo con cólera, solo lo tomo como una lección sobre lo que no se debe hacer con una persona, así te diga que se muere por ti, dos horas después de haberte visto por primera vez. Además comprobé, de nuevo, que las peores elecciones, dejan las mejores enseñanzas.
Canción para amores prematuros... Barney tenía sus arranques románticos, los mismos que me cautivaron y me volvieron ciega. Por ejemplo, a veces se acercaba a la recepción de la juguetería y me decía ¿te gusta la canción que esta sonando? Si mi respuesta era si, él me contestaba, entonces te la dedico. En un mes me dedicó cuatro canciones. Esta es una de las que recuerdo
Y en el 2001 sonaba en la radio la canción que les presento a continuación, la misma que hice mía y que hasta la fecha bailo cada vez que escucho. No seré mulata, ni viviré en La Habana, pero esta desteñida limeña alguna vez le robó el corazón a un gondolero más despistado que ella
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