Historia de un amor que dejó de andar

El amor aparece sin pedir permiso, en el momento en que menos esperamos, y a veces es recontra inoportuno. Algunas veces, cuando creemos que este contradictorio y tan ansiado sentimiento puede hacer su chamba solo y no ponemos ni un ápice de nuestra parte, suele desaparecer, en momentos más inesperados todavía.

  
¿El amor puede desaparecer? No siempre, pero si va cambiando, porque las mismas personas unidas por ese sentimiento cambian y eso es inevitable. Entonces se suman sentimientos que hacen de ese amor, llámese lazo, mas fuerte, o lo convierte en una situación insostenible, no hay más. Pero no es de gratis. Mantener una relación por años de años y hacerla inquebrantable requiere de paciencia, confianza, comunicación, respeto, es un chambón que va más allá de la suerte de conocer y tener química con alguien.

Cuando no nos tomamos el trabajo de oxigenar, valorar y cuidar nuestra relación, lo más probable es que se desgaste, se vaya infectando poco a poco con peleas y discusiones y finalmente deba ser enterrada, con pataleta, noches de insomnio y largas listas de pros y contras de por medio. Esas personas que comparan al amor con una planta tienen razón, se necesita de una serie de cuidados para que crezca y florezca, caso contrario, tiene los días contados. 

Pero muchas veces el amor se evapora y no sabemos bien por qué y ahí es donde se escriben todas esas historias de un amor que dejó de andar. Evidentemente, lo primero que se hace cuando un amor muere es buscar culpables, y librarnos de cualquier indicio de responsabilidad porque así duele menos, así hay paz interior, así podemos jugar el papel de la víctima, que es mucho mejor que el del victimario. Sin ánimo de buscar a los villanos del cuento, les narro esas historias en las que el amor, que en su momento creí el de mi vida, dejó de andar.  


El Intermedio y yo nos quisimos un montón. Ya lo he contado antes, eramos una historia no apta para diabéticos, cien por ciento melcocha. Sin embargo, nuestro panorama sentimental era opuesto a los demás planos de nuestra vida. Él acababa de terminar la carrera y su búsqueda de trabajo era poco menos que frustrante, lo cual provocaba sus constantes idas y vueltas a su ciudad natal, cosa que no me hacía gracia. Yo había dejado la universidad, estaba en un trabajo de poca monta, y no tenía muy claro que sucedería después, si volvería o no a la universidad, si iba a tener subempleos toda mi vida, cuál era el fondo de toda esa mala racha.

Por más que tratábamos de que esos contras no afecten nuestra relación, no se pudo. Queríamos seguir juntos, eso era seguro, pero nuestro futuro estaba más nublado que mañana limeña en invierno. No sabíamos que iba a suceder al día siguiente, no teníamos un plan de vida claro como para revisar que tan compatibles eran nuestras rutas, no evaluamos si tenía sentido o no estar juntos. Esto, sumado a sus constantes ausencias, silencios y mis reproches interdiarios hicieron que nos alejáramos, y el amor dejó de andar.

Uno de los subempleos que recuerdo con más cariño, es el de vendedora en una juguetería. Era un trabajo de locos y los horarios eran largos y agotadores, pero el grupo de trabajo era muy simpático. En ese escenario apareció un día un chico al que llamaremos Barney, alto, gordito y despistado. Como vivía cerca de mi casa, solía hacerme compañía en el trayecto de regreso, a la semana de conocernos me besó, me contó una por una todas las razones por las que se había enamorado de mi y por las cuales sería una buena idea aceptarlo. Fue convincente.

Nuestra relación fue bonita, fue como debe ser, era normal visitar nuestras casas, conocíamos a nuestras familias nucleares, todo bien. Sin embargo, una vez que dejamos de trabajar en la juguetería y migramos juntos a una gris oficina gobernada por dos ogros a quien él llamaba tíos, la cosa cambió radicalmente. Como trabajábamos juntos, él pensaba que era mejor no vernos los fines de semana y yo opinaba diferente, ya que una cosa era vernos las caras de lunes a viernes y otra, muy distinta, pasar tiempo juntos. Tras explicárselo, ver que la cosa no cambiaba y entender que en él podría encontrar todo, menos apoyo cuando más lo necesitaba, dije hasta acá no más, y el amor dejó de andar.


He contado varias veces que a los 24 tenía la ecuación resuelta. Estudiaba, tenía un empleo de medio tiempo y un enamorado que babeaba por mi y viceversa. Con El Oficial comprobé que solo se ama lo que se admira, pero también que el amor necesita de voluntad, generosidad, paciencia y confianza, si no, no va. Y bueno pues, a los dos nos faltó eso y más. Sin embargo, insistíamos en que la cosa funcione, a estas alturas no recuerdo por qué. Lo que si se viene a mi mente es lo que un día de buenas a primeras me soltó: yo ya no busco más, contigo me planto. La idea era tentadora, pero algo no terminaba de cuadrar en mi subconsciente. 

Por un lado, la imagen de la pareja perfecta me aburría, entramparme en discusiones infinitas por cualquier cosa con él, también. Sus celos, sumados a mis arrebatos, simplemente hicieron que el cariño inmenso que sentíamos al inicio de la relación fuera reduciéndose hasta llegar a cero. En ese punto, se perdió el respeto, los proyectos a futuro, los sueños de a dos, y el amor. Yo me dí cuenta que la cosa no daba para más una mañana, en la que discutíamos y yo solo pensaba, a que hora se aburre, se calla y se larga. Si pues, esa premisa no era amorosa para nada. Por esas cosas y otras tantas que alguna vez fueron narradas, fue que el amor dejó de andar.

Estas son, aquí están, solo tres muestras de que puede haber amor al por mayor, pero si no ponemos de nuestra parte, la historia romántica más bonita se puede romper y puede terminar, no sin antes robarnos varios dolores de cabeza, noches de insomnio y dejarnos como recuerdo varias interrogantes, entre ellas, la pregunta del millón de dólares ¿el problema fui yo o fue él?, ¿cuándo empezó a romperse esto?, ¿se veía venir? 

El tiempo puede decirte si terminar fue lo acertado o no, pero difícilmente va a resolver estas preguntas. O de repente, mucho tiempo después, con la distancia adecuada y en frío puedas encontrar solita las razones por las cuales ese gran amor dejó de andar.

Canción para los amores que dejaron de andar... Deshojando margaritas y mirando sin mirar, para ver si así te irritas y te vas, eso le podría haber dicho al Oficial, y dedicarle esta canción como para cerrar como debe ser ese soundtrack que escribimos entre los dos

 

Y esta canción es la que titula el post. Me he dado cuenta que extraño, más de lo aceptable, ver en vivo a Mar de Copas y corear sus canciones hasta quedarme sin voz, por eso prometo solemnemente que en cuanto me recupere al cien por ciento, me voy a verlos si o si. Otra razón por la que quiero recuperarme ya, ya, right now




Comentarios

Entradas populares de este blog

Tumba la fiesta

El retorno de la duendecita

Solteronas y solteros codiciados