¿Grinch yo?

Para nadie es novedad que diciembre es uno de mis meses favoritos porque se asoma el verano, los reencuentros con las amistades abundan y el ambiente navideño pone. Yo, que siempre le he dicho no al Grinch, siento que me estoy mimetizando con este personaje. ¿La razón de mi metamorfosis será que estoy abandonando el país de Nunca Jamás y lo que veo no me gusta?



Parece que el diagnóstico no es tan terrible. No es que ahora odie la navidad, no quiera saber nada con los adornitos, los nacimientos, los arbolitos; que los villancicos me den urticaria (bueno esto siempre me ocurre); y que haya anunciado que nada de regalos, ni reencuentros, ni abracitos navideños. Solo he descubierto que soy algo influenciable, y como de lunes a viernes le tengo que ver la cara a un ser insoportable (más conocida como mi English' Teacher) por 90 minutos completitos, estoy perdiendo la paciencia con el mundo entero.

Ahora, puede ser que por primera vez en mi vida me detenga a ver el lado feo de diciembre, y en conclusión hayan más cosas negativas de las que saltan a la vista. Que la gente vea el sentido comercial de la Navidad y no recuerde que celebramos el nacimiento más importante de la historia, como yo prefiero llamar a la llegada de Jesús, y eso no me parezca sería ser bien hipócrita porque mi lado consumista sale a relucir en estos días y también me vuelco a las calles a buscar regalos. Es más es una de mis actividades favoritas para esta época del año.

La interrogante es, ¿cómo llegar del punto A, llámese casa, al punto B, llámese centro comercial elegido para las compras navideñas, sin morir de impaciencia, calor, crisis de nervios, contaminación ambiental y sonora, o todos los anteriores y alguno más en el intento? Si pues, Lima, nuestra catastrófica capital, se pone más caótica que nunca en estos días. Ir al Centro un fin de semana es una tarea exclusiva para valientes, convirtiéndose en toda una proeza si se decide ir después de la quincena.

Las calles andan más intransitables que de costumbre y eso de que no hay ambulantes en el Centro es una mentira muy bien armada. Vivir para contarla. Hace unos días, en un intento desesperado por rescatar mi espíritu navideño, fui a comprar unos adornos a Lima. Los alrdedores del Mercado Central y Mesa Redonda están libres de ambulantes, es verdad. Pero a ver, démonos una vueltita por Paruro, La Colmena o Grau y ahí encontramos a toditos, y ni un solo sereno, que en realidad no marcaría la diferencia. 


Sumamos al comercio ambulatorio informal el problema de las carretillas. Yo dudo que un empadronamiento solucione el hecho de que la carretilla te pase encima y quien la maneja jamás en su vida haya escuchado la palabra permiso, y si la ha oído no la sabe usar, porque se debe decir antes de pasar, no cuando te está pisando las zapatillas recién lavadas. ¿Y los serenos? Ellos no hacen nada, solo pasear, volver a pasear y cuando se aburren agarran su camioncito para meter miedo. Ese es el escenario soñado por los choros que también se multiplican estos días. Roban sin parar para invernar los otros 11 meses y los policías están de adorno (con el perdón de esos pocos policías que si saben cual es su trabajo y su sitio).

Ya se, deben estar pensando eso te pasa por ir a comprar al centro. Yo opinaba lo mismo, por eso desde hace varios años opté por pagar algo más e ir a centros comerciales a pasearme, alegrarme la vista con las vitrinas y, por supuesto, comprar. Bueno pues, parece que medio Lima decide hacer sus compras el mismo día que elijo yo, en el mismo lugar que elijo, lo cual explica las colas kilométricas en el cajero, los probadores y las cajas, que dicho sea de paso nunca están completas, siempre hay un sitio vacío, sea a la hora que sea, y un comprador inconforme que está apurado (como todos los de la cola señor, a nadie le gusta esperar horas de horas).

Si, me estoy esforzando en encontrarle todo lo malo al escenario que sea, más que convertirme en una Grinch, me estoy transformando en doña Pésima, todo tiene un pero, algo que no cuadra, eso feo elevado a la milésima potencia. Si lo ponemos así cualquiera se uniría a mi situación, ¿no? 

Sin embargo, hay cosas de este mes que me gustan y por las que vale la pena martirizarme en las calles sin chistar. Solo nombro dos. Primero, la noche del 24 nos podemos reunir los 9 integrantes de mi familia a la mesa (este año seremos 8, uno se queda en provincia), para cenar juntos, abrazarnos a las 12 y abrir los regalos. Comemos mucho, bebemos champagne y vemos los fuegos artificiales (espero que el actual alcalde de Pueblo Libre mantenga esa tradición, con el perdón de los amantes de los animales). Y como en la mesa de los Antay, lugar para uno más siempre hay, son bienvenidos quienes nos quieran acompañar.



La Navidad es, también, el pretexto perfecto para encontrarnos con nuestra familia por opción, nuestros amigos, en especial esos que no vemos a menudo por la falta de tiempo, la diferencia de actividades, la distancia geográfica y demás factores. Es el momento perfecto para verlos, abrazarlos, tener detalles con ellos y decirles cuanto los queremos. Eso me pone el corazón blandito y dulce como una fruna de fresa y espanta al Grinch que se quiere adueñar de mi.

Lo que necesitaba era esto, hacer catarsis, decir todo lo que no me gusta y recordarlo para alejarme de eso. Libre de fantasmas interiores estoy lista para sumergirme con zapatos y todo en el espíritu de navidad, renovado como cada año, tratando de moderar el lado consumista, porque más importante que los regalos, la idea es sentirse agradecido por lo que se tiene y compartir risas. momentos, buena vibra.

Si puedo hacer regalos, aunque sea mínimos, ¿por qué no? Si tú tienes muchas ganas, no te quedes con las ganas, no te quedes con las ganas de regalar. Así que me voy a hacer mi lista de regalos y armarme de valor para enfrentarme a lo que encuentre en las calles. Anímense también a hacer catarsis, dejen ir lo malo y sáquenle la lengua al Grinch que todos llevamos dentro, hasta el más azucarado.

Canción para matar al Grinch... El hecho de que regrese a mi raíz melosa, no quiere decir que de buenas a primeras me empiecen a gustar los villancicos y en este momento corra a una tienda de discos a comprarme un CD de Los Toribianitos, no pues, ni a balas. Pero si a comprar el nuevo disco de Campo de Almas, por esta canción en especial

 


Este año me ha dejado buenas canciones no necesariamente nuevas. Digamos que estaban ahí, nunca les presté atención, hasta que un buen día dije oído a la música y las incluí entre mis favoritas, más todavía, si por esas cosas del destino tuve la suerte de escucharla en vivo. Eso es mucha experiencia, y eso me pasó con esta canción 



    

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