Aun lo espero, y te espero... ¿te espero?

El título es de autoría de Diego Peralta, del blog Fe de Ratas. Él utilizó este párrafo haciendo referencia a una chica con la que nunca coincidía, dando fe de que la vida es caprichosa e irónica y el destino juega con los caminos que las personas transitamos, a veces alejándolas de por vida, otras veces volviéndolos a poner frente a frente. La pregunta es, ¿debemos dejar que el destino haga su chamba y esperar a que llegue nuestro momento de suerte? 


Primero vamos a caer en una pregunta recontra trillada, pero necesaria ¿creemos en el destino?, ¿en qué medida existe y en qué medida lo forjamos?, ¿venimos a este mundo predestinados, o en el camino vamos trazando y volviendo a trazar el camino que seguimos?, ¿qué tan cierto es eso de que un día en el camino se cruzan nuestras almas?, ¿ese camino es el destino?

Levanto la mano y les cuento lo que yo opino. Yo creo que nosotros decidimos por donde ir, casi siempre a ciegas, pero que llegamos a este mundo con una hoja de ruta que con nuestros aciertos y desaciertos, seguimos a pie juntillas. Eso de que las cosas pasan por alguna desconocida y en un primer momento injusta y refundida razón, es cierto. Y por algo mi abuelo dice que todo está escrito. El problema es que no sabemos el final de la historia, es nuestra tarea escribir todo el relato y según se va dando, sospechar que puede ocurrir.

Y entre sospechas, historias que se enredan y se desenredan, la aparición de brujas, demonios interiores y fortaleza disfrazada de actos heroicos, vamos caminando y esperando. Los optimistas esperamos algo mejor, un lugar mejor que construimos a punta de esfuerzo, un mundo mejor hecho de sueños que se van cristalizando con mucha chamba, una relación mejor que llega a nosotros solo si tenemos paciencia, voluntad y generosidad. La primera cualidad a veces brilla por su ausencia, nos falta paciencia, la ansiedad nos tienta y nos gana.

Por eso muchas veces apuramos el trámite. Y en las relaciones pasa así. Él me gusta, yo le gusto, suficiente, seamos pareja. Que él viva a kilómetros de distancia, que yo no tenga tiempo, que ambos pensemos diametralmente diferente en puntos clave, que en el camino encontremos mas discusiones que coincidencias, y que finalmente estemos solo por estar, es lo de menos, si hay gusto, hay relación y en el camino nace el amor. O eso esperamos. ¿Ven que la clave es la espera?

  
 Pero como el amor no tiene fórmulas y no siempre aparece, esa relación que en un primer momento parecía lógica, fácil y sin tanto drama de por medio, es cuestionada por la racionalidad, no tiene respuestas reales a las miles de preguntas que aparecen, solo excusas bien jaladas de los pelos y esa relación que de arranque no tenía mas razones que el gusto se convierte en una tragedia épica con cuantiosas pérdidas irreparables: energía, sueños, ilusiones, y en especial el tiempo.

Ese mismo tiempo que no esperamos porque la paciencia brilló por su ausencia, y si no apareció es porque no le dimos permiso. Puede ser una consecuencia de la era de la inmediatez, si nos queremos poner entre tecnológicos y sociológicos, pero también es porque se veía tan bonito todo lo que estaba por venir que no podíamos esperar. A veces la idea de estar con una persona abre un abanico de posibilidades, paseos, viajes, fines de semana tumbados en el sofá hablando de tonterías, caminar por el parque de la mano, compañía incondicional para esas cosas que son mejores cuando se hacen de a dos. Darse tiempo para conocerse y en ese trance engancharse o no, era un detallito que por ser tan minúsculo no tomamos en cuenta. Bueno pues, las grandes diferencias las hacen los pequeños detalles. Lección aprendida.

Suena bien bonito eso de valió la pena esperar (te), pero qué pasa si en verdad no es así. O sea, esperamos mucho por el hombre perfecto, ese mismo que no existe, y cuando aparece un remedo de este, lo aceptamos y le inventamos un montón de cualidades que no tiene, porque si, porque la lógica dicta que la paciencia siempre recibe su recompensa. Lastimosamente la vida no siempre es regida por la lógica, aunque nos hagan creer lo contrario. A veces la paciencia no fue suficiente, esa larga espera, casi eterna, no valió la pena, no tuvo la recompensa que esperamos. De repente esa recompensa la tuvimos en nuestras narices y por buscarle los cinco pies al gato, se pasó de largo y la perdimos, y recién nos damos cuenta ahora, que ya es tarde.



La espera desespera, causa ansiedad, expectativa y en algunos casos, ya hartas de esperar perdemos la esperanza, esa misma que nos dicen nunca debe morir. Y no es que seamos tumba la fiesta, o que nos pongamos anti sistema, es que simplemente queremos ponernos realistas y analizar todas las posibilidades. Ya sabemos que si esa persona que tanto esperamos llega, vamos a forjar a punta de esfuerzo y mucho amor una relación que con sus altibajos, va a prosperar, siempre y cuando la otra persona ponga de su parte, solo así funciona. 

Puede que no vaya más, y sabemos que eso puede pasar, pero queremos quedarnos con la satisfacción de que pusimos todo lo que estuvo en nuestras manos. También puede pasar que esa persona jamás llegue, que nos debamos hacer a la idea, que nos resignemos, que no la esperemos más y tengamos un plan de contingencia, o de repente era nuestra idea inicial, la misma que descartamos, porque el romanticismo nos ganó, nos ilusionó y nos desmoronó.

Yo ando en esas, sin esperanzas y harta. Harta de tropezarme con tarados que no llegan a ser si quiera el remedo de ese hombre idóneo que parece que no existe, o que si existió, pero ya no tiene lugar en mi vida. Harta de que me digan que ya llegará, y cada día me convenzo más de que no va a ser así. Harta de llegar al final del día solita, tumbada en la cama y tragándome las ganas de contarle a alguien como salió la reunión, como detesto a la nueva profe de inglés, como quiero pasar el fin de semana. Harta de extrañar esas conversaciones largas, intensas y que no nos dejaba respuestas claras, sólo más preguntas y la certeza de que esa era nuestra fórmula. En un momento yo pensé que todo esto que siento y por fin puedo contar sin miedo era una etapa, un síndrome pre, un arrebato, pero ya llevo tiempo así y me resisto a creer que es el síndrome de la mediana edad, que debería llegar al bordear los 40 y que espero no sea tan existencialista como el de los 25.

Entonces el destino que estoy siguiendo a ciegas, hoy no me lleva a ninguna parte. Sigo en conmigo - misma - landia, y a veces me dejo arrastrar a tristeza - landia, pero justo ahora no me provoca tanto, el jingle bell, jingle bell suena a lo lejos, y un cuestionamiento denso no me va a arruinar diciembre. Si no hay motivos para sonreir, vale la pena inventarlos. Si hay un solo indicio de que tiempos mejores van a venir, yo los espero... si, los espero y te espero, para no perder la costumbre.

Canción para desprendernos de falsas esperanzas... Y para dejarlas morir sin que duela tanto. El lado emocional hace crack y todo se desmorona, pero hay algunas canciones que nos recuerdan que vale la pena seguir, o al menos tratar de continuar remando... La situación actual amerita escuchar y sentir un avanti castaña, mi himno

 

A veces mi MP3 conspira para arrebatarme una sonrisa e inyectarme una dosis mínima de optimismo. Por ejemplo, la semana pasada, mientras caminaba a mi examen de inglés con el ánimo de quien va a la horca, me soltó esta canción, olvidada y recuperada, precisa para escuchar cuando la desazón es más grande que la vida









   












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