Una noche sin besos
Ya que mi horóscopo chino señala que estoy en un buen momento para conocer gente y ya me convencí de que el galán de la temporada no va a llegar solito a la puerta de mi casa, estoy aprovechando cada ocasión para salir. La última vez me dejó una historia para contar.
Las cosas sin tanto plan salen mejor. Por eso, hace un par de semanas canjeé sin mucho trámite un sábado ahí nomás, por un fin de semana sin freno a la mano. Mañanita playera, almuercito con mami, tarde de timba y noche de barra. Todo espontáneo y todo salía bien. La noche de barra empezó en un bar del Centro, bebiendo cervezas artesanales, comiendo una de las mejores salchipapas de Lima (aunque me quedo con la del Tip Top) y contando las últimas novedades en mi vida a mi incondicional Pepita Grilla.
Una vez que terminamos la primera chela de la noche, decidimos salir de ese pequeño horno que nos estaba ahogando e ir a buscar donde seguir la noche. Tras una rápida inspección, decidimos ir al antro al que vamos usualmente. Y no digo antro por usar un sinónimo, lo digo porque es eso, ni más, ni menos, nada glamoroso, nada sofisticado. Es una vieja casona limeña, adpatada para que la gente compre cerveza, escucha buena música de los 80's y 90's y baile en grupo, en pareja o con su sombra, como lo hacemos Pepita Grilla y yo cada vez que aterrizamos ahí.
Mientras bailábamos y yo celebraba con euforia desmedida cada canción soltada por el DJ, Pepita Grilla, muy sabia y lúcida me decía, la gente viene acá a pasarla bien nada más, nadie busca nada, porque no se encuentra nada. Y sin buscar, ella se encontró con varios conocidos y uno que otro amigo. Uno en especial, se acercó a ella y nos invitó a unirnos a su grupo de amigos, como no teníamos nada mejor que hacer, aceptamos y terminamos en medio de un grupo, bailando y bebiendo con el amigo de Pepita y sus amigos del barrio. Un grupo bastante diverso y divertido, debo confesar.
En un momento de la noche, yo dejé de beber. No sé si a todos les pase, de repente si y lo asumen, o prefieren pasar por alto ese detalle para seguir bebiendo, pero a mi la cerveza me embota. Ya no me entra y me alejo de ella, así deje una botella a la mitad o caiga mal en el grupo por no querer recibir un solo vaso. Eso sucedió esta vez. Los amigos de mi amiga brindaban conmigo y yo me negaba con una sonrisita tímida y formal. Afortunadamente ellos lo tomaron de buena manera, y como un pretexto para romper el hielo y hablar conmigo.
Uno de ellos, no sólo empezó a contarme la accidentada manera en que llegó a ese antro, sino también algo de su vida y comenzamos a bailar. Me pareció un chico divertido, y lo que más me llamó la atención fue lo caballero que era. No se si fue su táctica para que le prestara más atención de la que ya le estaba dando, o para acercarse peligrosamente, pero logró que me sintiera bien, mejor de lo que ya andaba. No me incomodaba su cercanía, insisto, es muy caballero, cualidad bien rara de encontrar de manera tan imprevista, y sobre todo en un lugar como en el que me encontraba, un antro medio subte del Centro de Lima.
No nos separamos más en toda la noche. Y de pronto, en medio de un divertido set list de canciones ochenteras en español, el DJ lanzó una lenta, la gente lejos de abuchearlo, lo celebró, yo guardé distancia, dí un paso al costado y empecé a corear la canción voz en cuello, no tenía intención de bailarla. En ese segundo recordé lo que Pepita Grilla, que ya andaba en otra, me había dicho hacía dos horas, aquí nadie busca nada, y no se encuentra nada. Al voltear a ver a mi acompañante casual, encontré su boca muy cerca de la mía, dí otro paso atrás y giré la cara.
Me volvía dar cuenta de lo caballero que era, porque no me insistió, seguimos bailando, conversando, cantando con su grupo de amigos y pasándola bien. hasta que la noche llegó a su fin, para mí, porque para Pepita Grilla, se empezaba a poner interesante, por lo que se quedó. Me despedí de mi acompañante de la noche, y en un último gesto de gentileza se ofreció a acompañarme a casa, con toda su mancha de amigos. El regreso de fiesta más divertido que yo recuerde.
Al llegar a casa le agradecí todo lo de esa noche con un beso en la mejilla, bajé del taxi y antes de entrar a casa le volví a agradecer con una sonrisa.
Minutos después mientras me alistaba para ir a la cama pensaba en todo lo ocurrido, especialmente en mi reacción durante la canción lenta de la noche. Habitualmente, hubiera dejado que todo siguiera cual una caída libre y habríamos agarrado hasta antes de entrar a casa, total, él se había portado bien y me sentía cómoda. No le di más vueltas al asunto, en realidad el sueño no me dejó. A la mañana siguiente, un poco más despejada, con la barriguita llena y mi nivel de hidratación compensado, cree una teoría.
Parece que después de tantos auto análisis, tiempo a solas, reflexiones y magullones, mi subconsciente finalmente entendió que ya no quiero agarres de fin de semana. Lo he proclamado un montón de veces, y ahora lo pongo en práctica. Ya no quiero encontrones de corta duración, ni espejismos de relación o ilusiones flacas. Quiero enamorarme si, pero como se debe, conociendo a la otra persona poco a poco, cosa que no es posible en una sola noche.
Ahora, esto no quiere decir que no voy a salir de noche nunca más, y si sucediera no voy a ver a ningún chico y saldré espantada apenas alguien se me acerque o me saque a bailar. Voy a seguir divirtiéndome, pasándola bien, pero ya no voy a regalar mis labios, menos mi corazón. No rebusco, simplemente transito por todas partes, nunca se sabe donde andará el simple mortal que espero conocer a tiempo y que me regale no una, sino un montón de noches que si incluyan besos.
Canción para recordar al caballero que no recibió ni un beso... Creo que esta canción de La Oreja de Vam Gogh ilustra muy bien lo sucedido esa noche, porque una y otra vez me voy como he venido, sola y contenta por las sorpresas que aparecen en una noche cualquiera
Esta canción fue la que rompió el hielo, la primera que bailé con el chico que protagoniza este post. Siempre me gustó, y como ahora guarda una historia, me arranca una sonrisa, un suspiro y activa mi memoria. Imagino que sucederá igual cuando caiga la noche en Lima y amanezca en París
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