Sentir para contarla

Ya lo he dicho, hay que amar y sentir para vivir, y vivir para contarla, como tituló su anti memoria el genial Gabriel García Márquez, un Nobel tenía que ser. A veces uno se arrepiente, piensa que hubiera sucedido si hubiese dicho esto, o no hubiese hecho eso, o busca desesperadamente una máquina del tiempo. Sin embargo, los minutos avanzan sin pedir permiso, por eso es mejor convencerse de que todo sucede por una insospechada, y en un primer momento misteriosa y refundida, razón.



Si no me hubieras tomado la mano y no hubieras acelerado mi corazón por primera vez, no sonreiría cuando alguien me pregunta por mi primer amor, el de infancia, el inocente, el que no es amor sino ilusión, y por eso mismo parece insulso, plano, hasta aburrido. Para mi no, para mi fue intenso, porque fuiste tú el que compartió ese capítulo conmigo. Lo dije alguna vez, lo escribo ahora porque no te lo podré decir jamás cara a cara, fuiste el mejor primer amor que pude pedir.

Si no me hubieras roto el corazón de la manera en que lo hiciste tantas veces, no hubiera memorizado tantas baladas tragicómicas, viéndome reflejada en cada letra, aunque no sea ni la sospecha de lo que sentía en ese momento. Tampoco sería tan drama queen como soy, y sé que no es nada de que sentirse orgullosa, pero es parte de quien soy, recuerda que como cualquier otra persona, soy un paquete completo. Fueron tantas veces y de tantas formas las que me noqueaste ese remedo de amor que te entregaba, que finalmente me hice inmune. Una noche descubrí que ya no me dolías, que era yo quien me esforzaba en sentir dolor, si, medio masoquista resulté. Hasta que dije ya no lloro más, ya no dramatizo, ya fue. Puse punto final, corté el cariño y seguí con mi vida. Alguito sabia me hice también.

Si no me hubieras dejado de mover el piso, léase emocionar, tal vez seguiría esforzándome en sufrir por ti, y no quisiera saber nada de nadie que no fueras tú. Todo cambió esa noche en que me dijiste, esto empezó cuando teníamos 12 o 13 años y no sabemos cuando va a terminar. Me revelaste dos cosas. Primero, yo también fui tu amor de infancia, el bonito, el inocente, el que es más ilusión que amor. Ese cariño clandestino pudo tener cuerda para rato, tú no tenias intención de cortar de raíz, yo si. Era momento de poner punto final. Ya no quería prolongar nada.


Si no me hubieras besado esa noche de junio, muchos años después de olvidar esa bonita, inocente y platónica historia que protagonizamos los dos, seguiría pensando que los sueños de infancia son eso, sueños, y que Calderón de la Barca tenía razón. Pero no, le diste la contraria y por primera vez te agradezco ser tan terco, tan alocado, tan irreverente. Me regalaste todos esos besos que moría por recibir cuando tenía 12 años y me dejaste claro que vale la pena soñar. Todo lo que sentí esa noche, y los días que prosiguieron, compensaron la larga espera, que en realidad ya no existía.

Si no me hubieras insistido en que mandara todo al diablo por una vez más, que dejara de pensar en lo que pasaría al día siguiente, y en todo lo que pasó también, me seguiría preguntando que hubiera sucedido de haber hecho caso a mi terquedad. Resultaste persuasivo y anotamos una historia más al libro, tal vez las líneas más interesantes del colofón. A la mañana siguiente sonreíamos cómplices, sabiendo muy bien la travesura que habíamos cometido y satisfechos con ella, no nos importaba lo que iba a suceder después. Eso era lo de menos.

Si no me hubieras impresionado con tu talento para actuar, no hubiera pensado en ti para ese personaje que nos faltaba. Dudé mucho en llamarte, mi timidez para variar no me dejaba, hasta que la mandé de paseo, agarré el teléfono y te envié un sms que tuvo respuesta, casi casi al acto. Esa mañana me demostraste que eras tan bueno como te proclamabas, además eres paciente, calmado y sencillo. Eran cosas que siempre estuvieron ahí, pero yo no había descubierto, porque no quería, debo admitirlo. Después de haberme roto el corazón tantas veces, yo me detuve en contemplar tus defectos, perdiéndome las virtudes que dictan que a pesar de tu poca cabeza, eres un buen tipo.

Si no me hubieras invitado a almorzar esa tarde, no nos reconoceríamos como los adultos que hoy por hoy somos. Los guiños coquetos se dieron, las preguntas con trasfondo también, una en especial, que dio vueltas por mi cabeza una semana entera, ¿estás con alguien?, y mi respuesta casi automática, no. Fue en dejavú, ese mismo diálogo lo habíamos sostenido hacía muchísimos años atrás y en mi razonamiento era el visto bueno que esperabas para dar el siguiente paso, decirme para estar, cosa que jamás sucedió. Esta vez era diferente, pero la pregunta me causó la misma ansiedad que hacía muchos años atrás. Al margen de ello, ese almuerzo dejó un saldo positivo, los cimientos de una amistad que siempre debió existir, ya no había lugar para resentimientos.


Si no hubieras, pero si lo hiciste. Si yo no hubiera, pero lo hice. Como dice la canción de Alaska no me arrepiento, volvería a hacerlo. Si no, nuestra historia no fuera tan accidentada y hasta cómica, precisamente nuestros desaciertos le dieron esos toque de humor, tragedia y amor.  

Tal como decía al inicio del post, hay que sentir para vivir, y vivir para contarla, sin miradas tristes, ni auto reproches, ni pucheros al pasado, porque total, lo hecho, hecho está y nos deja o una linda experiencia o una lección. Es nuestra chamba descubrir la moraleja y aplicarla en futuras oportunidades, porque como ya lo he dicho hasta el cansancio, errar es de humanos, cometer el mismo error dos veces, de tontos, y dudo que algún sabio lector de esta bitácora tenga problemas con su materia gris. Depende de nosotros colmar nuestra vida de lecciones y recuerdos gratos, o amargarnos apuntando siempre esas malas decisiones, de las que nadie está a salvo. 

Canción para asumir decisiones... A veces nos da miedo mirar atrás, porque podemos toparnos de narices con lo que hasta ahora vemos como un gran error, pero la idea es dar una vuelta de tuerca a la situación, encontrar un punto positivo, así sea minúsculo, y repetirnos una y otra vez que hicimos bien, hasta que terminemos de creer que efectivamente, fue mejor así

 

Lo vivimos, los sentimos, lo contamos, lo reflexionamos, lo superamos y toca empezar de nuevo, tentar de nuevo, sentir de nuevo, o sea hacer un nuevo intento, como dice Mar de Copas












  

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