Dos en la ciudad
Un día se reencontraron. No lo habían planeado, simplemente la casualidad los había puesto frente a frente de nuevo. Se reconocieron y se desconocieron también. El tiempo fue implacable y de los dos chicos que años atrás habían sido inseparables ya quedaba muy poco. Las nuevas versiones de ellos superaron a las anteriores, para suerte de ambos. El amor después del amor existió para ellos.
Aunque habían pasado muchos años desde la última vez que se vieron, él la reconoció. Era su manera pausada de caminar, su sonrisa nerviosa, su cabello ordenadísimo, su forma de mover los brazos, sus ojos que nunca sabían a donde mirar, su mentón levantado, su arrogancia imperceptible. Era Pía, la mujer que hacía casi siete años lo había conocido, amado, comprendido y dejado. En ese abandono, ella desapareció sin dejar rastro. Es lo mejor, era lo que decía cuando alguien reprochaba su lejanía.
Ahora estaba allí, en una tarde cualquiera acercándose, sin saber, a la mesa en donde Aldo esperaba un café y repasaba un libro que acababa de comprar. La vio distraída, caminando sin prisa y con un par de bolsas en la mano. Sonrió al recordar que ella amaba ir de compras, le gustaba ver los escaparates de las tiendas, le emocionaba comprar zapatos, vestidos, detalles para su casa, chocolates, era compradora compulsiva y lo confesaba sin reparo.
Pía había salido temprano de la oficina y se quiso dar un gusto que se multiplicó en el camino. Fue por una blusa que había visto en oferta, y en el camino encontró unos zapatos lindos a mitad de precio y pensó que un juego extra de lencería nunca está de más. Decidió cumplirse un capricho más e ir por esa tartaleta de manzana con helado de canela que tanto le gustaba y que servían justo en la cafetería en donde Aldo estaba sentado, esperándola sin esperar.
Ella lo miró y lo reconoció con dificultad. Había ganado peso y estaba usando lentes, pero era Aldo, era su gesto serio, su cabello corto, sus dedos largos, sus ojos buscando los de ella. Quiso hacerse la distraída y voltear la mirada, pero era demasiado tarde. Imaginó que no era tan mala idea saludarlo, por eso se acercó. Se miraron, él buscando familiaridad, ella inmutable, se besaron en la mejilla y él la invitó a acompañarlo en su mesa. Ella dudó y luego aceptó. Su ausencia había terminado.
Hablaron poco, Pía era parca en sus respuestas, pero no se limitaba a los monosílabos, lo cual Aldo detectó como una señal de que ella no estaba incómoda con el reencuentro casual. por eso le pidió su teléfono y su correo. Pía volvió a dudar antes de dárselo, y luego siguió saboreando el helado de canela que tanto le gustaba. Se puso de pie, tomó sus bolsas, se despidió con un beso y se marchó. Antes de irse Aldo prometió llamarla, ella sonrió por pura formalidad y empezó a caminar.
Aldo no se la quitaba de la cabeza, recordaba cada segundo de ese encuentro, su sonrisa, su voz, sus ojos, su forma de caminar. Al llegar a casa encendió la laptop y entró a fb. La buscó y ahí estaba ella vestida de verano, sonriente con el mar detrás. Recordó que Pía amaba el verano, ir a la playa y el instante en el que caía el sol. Fue por eso que hacía siete años, él esperó las seis de la tarde para pedirle que sea su enamorada, justo durante el atardecer. Su propuesta era difícil de rechazar, compañía, complicidad, felicidad, cariño, comprensión, amor, sumando que a Pía le gustaba conversar con Aldo, lo encontraba inteligente, simpático y caballero. O sea lo que le parecía imposible de hallar.
Pía también le daba vueltas al último encuentro, notó que le estaba dando más importancia de la debida a un reencuentro breve y una conversación mínima. Pensó que lo mejor hubiera sido voltear la mirada, sin importarle quedar mal, o negarse a compartir la mesa, o no haberle dado tan alegremente su teléfono y correo. Pero ya estaba hecho. Pensaba optimista que a lo mejor lo de la próxima llamada era puro formalismo, o que a lo mejor enviaba un correo, pero ella no lo contestaría, a buen entendedor pocas, o en este caso cero, palabras.
Su sorpresa fue grande cuando por la noche, justo antes de cerrar los ojos, su celular recibía un sms de Aldo. "Que gusto volver a verte". Sólo cinco palabras que no debían descuadrarla, pero lo hicieron, señal inequívoca que el chico al que Pía había conocido, amado, comprendido y después abandonado, hace siete años estaba de vuelta, y algo le decía que esta vez no iba a desaparecer tan fácilmente.
A la mañana siguiente Aldo comprobó que sus solicitudes del skype y del fb habían sido aprobadas por Pía, y su nombre ya figuraba en la libreta de contactos de su celular. Al salir de la oficina esa tarde volvió a la cafetería en donde había coincidido con ella hacía 24 horas. Pero la suerte no estuvo de su lado. Mientras iba a casa, pensaba que ya estaba bien grande como para creer en el destino, el azar y la suerte. Era momento de hacer. Se conectó al skype y allí la encontró. Sin pensar mucho saludó a Pía. Empezaron a conversar. Aldo buscaba una coincidencia, un punto en común, algo que confirmara que esa mujer con la que hablaba por internet era aquella con la que había compartido tanto.
Pía revisaba el fb, ojeaba algunos artículos, bebía café y de pronto el sonido de su laptop le avisó que Aldo estaba conectado y la saludaba. Contestó el saludo y empezaron las preguntas y respuestas. actualizaron sus vidas. Los dos había concluido las carreras, él ingeniería industrial en la UNI y ella psicología en la Ricardo Palma. Seguían viviendo donde siempre, él en Lince, ella en Surco, Pía hacía poco había amadrinado a la hija de su mejor amiga, el hermano de él ya lo había hecho tío por segunda y tercera vez, su cuñada tuvo gemelos hacia poco. Ambos trabajaban en zonas cercanas, pero nunca se habían cruzado hasta ayer. En medio de los comentarios, Aldo le confesó que la había visto hacía unos meses atravesando apurada la avenida, por eso no le pasó la voz. Antes de que se diera cuenta, Pía ya estaba cómoda, conversando sin parquedad, sin guardarse nada.
Aldo se percató que había algo distinto en Pía. Si, era la chica de la que se enamoró hacía mucho, con unos años más, que no habían dejado ninguna huella ni en su rostro, ni en su cuerpo, con mas convicción sobre algunas cosas, serias dudas sobre otras. Notó que ella ya la tenía clara, demasiado clara. Al menos en el campo laboral y académico si. En el personal no, porque ella había cerrado esa puerta, puedes saber todo, menos lo que siente mi corazón era lo que tenía determinado Pía. Por eso Aldo estaba buscando el instante preciso para invitarla a salir, porque su cara podría delatar muchas cosas que ella no pensaba contar. Cuando ella empezó a transmitirle cierta confianza y comodidad él supo que era el momento. La citó el viernes por la noche. Ella se quedó muda y tres eternos minutos después le dijo que si.
Al principio no se convencía, le parecía rara toda la situación, reencontrarse con su ex, querer ser amigos como si nada hubiera pasado. Le parecía mas extraña la comodidad que le provocaba hablar con él, debe ser porque no estamos cara a cara se justificaba ella. Y caía en la inverosimilitud su invitación, cordial, fresca, espontánea. Por eso dudó, pero si ya había superado el encuentro inesperado ya podía dominar cualquier cosa. O al menos eso imaginaba Pía.
El viernes por la noche Aldo salió puntual, mientras Pía corría contra el reloj, con minutos exactos para bañarse, cambiarse, maquillarse y peinarse. Justo cerraba su frasquito de perfume cuando sonó el timbre. Aldo haciendo gala, como siempre, de su puntualidad, había estacionado el auto en la puerta de la casa de Pía. En el camino, él se había sorprendido de seguir recordando a la perfección como llegar a esa casa de Surco, seguir por la avenida, doblar a la izquierda, dos cuadras más allá a la derecha y contar, la tercera casa de la callecita silenciosa, la del ventanal enorme.
La esperaba apoyado en su coche y se conmovió al verla salir perfecta y guapa como siempre. El cabello ondeado, la blusa del color que le asentaba bien, en perfecta combinación con el pantalón ajustado y el saco, los tacones que solía utilizar, el bolso, su cutis de porcelana, sus labios voluptuosos. Sonrió nervioso, se acercó, le dio un beso en la mejilla y se apuró en abrirle la puerta.
Este gesto terminó de moverle el piso a Pía que luchó con todas sus fuerzas, pero no pudo evitar distinguir en Aldo al hombre del que se había enamorado hacía siete años. Hubiera sido más sencillo si él hubiera esperado dentro del auto, si no hubiera sonreído al mirarla, y así una recata fila de si hubiera, pero lo hizo y ya. Ambos estaban dentro del auto y Aldo al encenderlo, puso en marcha, también, una máquina del tiempo, la cual se redondeó con el tema que sonaba en ese momento, Dos en la Ciudad de Fito Páez, el cantante favorito de ambos.
Aldo tenía pensado dos o tres alternativas para ir a cenar, no se decidió por ninguna, pues prefirió consultarle a ella, quien le comentó que seguía sin encontrarle el gusto al sushi, que comer parrillada por la noche se le hace pesado, así que terminaron en un restaurante de pastas. Pequeño, íntimo, atención de primera. Pidieron panes al ajo para compartir, un póquer de pastas, también para compartir, asado, ravioles y, por supuesto, una botella de vino, y después otra más.
Pía notó que Aldo había cambiado. Sus modales se habían refinado. Ya respiraba entre bocado y bocado, ya no apuraba todo, en ningún momento perdió la sonrisa y ella la percibió natural. Hasta le parecía menos renegón. Aldo también notaba que Pía mantenía sus modales de manual de Carreño y que ya no se quedaba callada con facilidad, si difería de él exponía su postura y la defendía hasta el final. Estaba más sonriente y más relajada que en el reencuentro, él no tanto.
Por eso pidió permiso y fue al baño. Empezó a dar vueltas allí. Respiró hondo y tomó la determinación de aventurarse, pedirle volver, no necesitaba saber más, no necesitaba convencerse de nada más, era la chica linda que había conocido hacía siete años, la más linda del mundo, era Pía, era suficiente. Volvió a la mesa y la encontró tarareando la canción de fondo, una versión child out de Suelta las riendas de mi corazón. Se sentó, la miró, brindaron de nuevo y Aldo soltó las riendas de un extenso monólogo.
Pia lo miró, se conmovió, le dijo que si. Y lo demás es una historia que están escribiendo, que esperan darle final feliz para abrir otro capítulo que también escribirán juntos. Aldo y Pía no son los mismos de hace siete años, son una versión imperfecta y mejorada de ellos mismos, defectos más, defectos menos, el corazón es más grande y el cariño también, y ese es un buen punto de partida.
Canción para nuevos inicios... Ellos se conocieron en un día cualquiera. El viento estuvo de su lado para que siete años después se volvieran a encontrar, una tarde de verano, un encuentro sin palabras, los nuevos recuerdos que están creando
Sólo Fito Páez pudo escribir y entonar la canción más feeling de todos los tiempos, 11 y 6, y sólo él puede entonar el sound track de este par que anda caminando de la mano y disfrutando su cuarto de hora, son dos en la ciudad
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