Con solo una mirada

La clave para descubrir una mentira o que una persona no es tan sincera como parece es mirarla a los ojos. La mirada o te reafirma, o te delata. O enamora, o espanta. O nos invita, o nos rechaza. O nos inspira a todo, o no cuenta nada nuevo


En muchos momentos de mi vida, desde mis dulce infancia hasta mi adultez, pasando por la pubertad y aquellos turbulentos años adolescentes, cuando me encontraba en momentos de embobamiento producto de alguna ilusión prematura (¿se acuerdan de la licencia para soñar? yo en muchos momentos me tomé alguna) yo buscaba una mirada. Obviamente la mirada de aquel que me quitaba el sueño.

Eso me bastaba para ser feliz. Encontraba esa mirada en mi campo visual e inmediatamente recordaba ese verso de Bécquer que decía: "hoy el cielo y la tierra me sonríen, hoy llega hasta el fondo de mi alma el sol, hoy lo he visto, lo he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios". Así de cursi, así de meloso, así de tragicómico. Sobre todo, si tomamos en cuenta que era solo una miradita, un choque casual entre sus ojos y los míos.

Ya se imaginan lo que ocurría si esa mirada venía acompañada por un hola. La cursilería se elevaba a la "n" potencia, no cabía en mi de felicidad, el sol salía, todo era maravilloso, sólo hablaba de esa persona mañana, tarde y noche, y literalmente, la emoción me quitaba el sueño. Actitudes tiernas viniendo de una niña de 7 que llevaba a la vida real la telenovela favorita de mamá, pero canjeando a las villanas asesinas por amiguitas resbalosas que le quitaban de manera descarada al príncipe azul. Lastimosamente yo arrastré esta actitud hasta cerca de los 20.


Por citar un ejemplo, a los 17 yo estaba en la academia preparándome para mi examen de admisión a la universidad. Allí más de un chico me llamó la atención, pero en especial uno, Manolo. Alto, agarrado, ojos bonitos, sonrisa encantadora, medio relajado, futuro abogado. Me traía de vuelta y media, pero claro, él nunca se enteró. En una época él andaba con un grupo de chicos que se sentaba en la banca detrás de la mía. Cierta mañana se sentó a mi lado y yo me sentía fascinada, más todavía cuando comparó sus respuestas de un ejercicio de lenguaje con las mías.

Todo me parecía bonito, la verdad él era mi motivación para despertarme tempranito e ir a la academia. Hasta que llegó el examen de reagrupación, una evaluación que hacían en la academia una vez al mes para tantear el nivel de los alumnos y dividirlos por salones según su rendimiento. Resulta que yo era un ápice más chancona que Manolo y nos mandaron a salones diferentes. Ya se imaginan como me sentía, me quería morir. A pesar de eso, había oportunidad de coincidir con él a la hora de entrada, de salida o en el descanso. Si se daba el caso y él se percataba de mi presencia, me miraba y saludaba, el día se me iluminaba. Eso me bastaba.

El efecto de las miradas había sido aprendido en mi niñez, cuando alguna vez mi corazón se revoloteó por un chiquillo con los ojos negros más lindos que había visto en mi vida (9 años, ¿de qué vida estaba hablando?), y mis conocimientos del amor provenían de cuentos de princesas en apuros, brujas que deseaban ser las más bellas, hadas madrinas salvadoras, príncipes azules y finales del tipo "y vivieron felices por siempre".

Y la historia se repitió unos años después, en la universidad. Si Alf me miraba yo me sentía la mujer más dichosa sobre la faz de la tierra, se me pintaba en la cara una sonrisa enorme y en mi cabeza empezaba a sonar alguna balada recontra almibarada. Mi favorita de esa entonces era la antiquísima Para amarnos más de Mijares. Ya se deben imaginar como me emocioné y la coreé en el concierto 20 años de Gianmarco, ese fue el primer momento de aquel 17 de agosto del 2012, en el que casi llego a las lágrimas (si, el primero, el recital fue bastante emotivo).



Ya bien entrada en los 20 las miradas se daban entre el enamoradito de turno y yo por razones obvias. Entonces una mirada ya no me emocionaba, pero mis ojos si delataban mi felicidad. No sé si todos se den cuenta, pero para mí es evidente. Cuando estoy enamorada y hablo de esa persona mis ojos se iluminan, y como empiezo a relacionar absolutamente todo con el sujeto en cuestión, pues mis pupilas centellean todo el tiempo.

Debo admitir que me gusta ese brillito ocular,  ¿y a quién no? Por el contrario, dudo que haya una sola persona que disfrute del apagón facial tras una ruptura, decepción. desilusión o cualquier similar. No solo porque la tristeza no se maquilla con facilidad, sino también por el sinsabor que nos deja, porque bajonea sin importar la intensidad del cariño, porque la sensación de desamparo es inevitable, porque nuestro corazón va a estar adolorido y los analgésicos no hacen efecto sino hasta que llega la razón algo adormecida reacciona y pone los puntos sobre las íes.



Volviendo al tema, ¿por qué toda esta letanía sobre las miradas? Porque esta semana me pasó algo curioso. Yo salía de clase cierta mañana y en el pasadizo me encontré con un chico bastante simpatiquito, que entretenía mi visión en el Básico 4, ciclo que lo aniquiló. Como no éramos cercanos, pero si nos ubicábamos, simplemente nos miramos y saludamos de lejos. Inevitablemente me sentí algo ridícula al sonrojarme y no pude evitar recordar esas miraditas que me llevaban al cielo, directo y sin escalas, y  a tararear la canción cursi de moda.

Canción para enamorarse con una mirada... La canción que titula este post. No se ustedes, pero aunque no me gusta mucho Martha Sánchez, esta canción de Olé Olé es sencillamente lo máximo y hace que me pregunte si causo el mismo efecto en él y me de miedo pensar que algún día no exista (dedicación no especificada)


Esta semana nos ponemos recontra retro. Si la canción anterior era antigua y cursi, esta es de la era dinosáurica. Si a alguien le suena "mira mis ojos, de vez en cuando siento enloquecer y esta noche quiero más que me abraces fuertemente y en tus brazos soñaré que el amor es para siempre" es que o pertenece a mi época, o es una tonada de culto. Vamos a sumarnos a este cursi y trágico eclipse total del amor





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