Postales Navideñas

En este lado del planeta la navidad no es blanca, es celeste, por nuestra idiosincrasia latina la noche no es de paz, es bullanguera, y comer pavo y beber chocolate caliente es una costumbre norteamericana que nosotros recibimos felices (bien por el pavo, lo de la bebida hirviente en pleno verano, como que no va). Mis percepciones sobre la navidad no han variado mucho con los años, siempre me ha gustado el ambiente que trae de la mano. Aquí algunos recuerdos.
 
 
 
Creo que la mayoría de gente piensa como yo, que la navidad es de los niños. Las jugueterías son las que hasta triplican sus ventas en esta fecha, y las publicidades sobre juguetes curiosos aunque no abundan, siempre se filtran por ahí. Yo no recuerdo mis primeras navidades, ¿lógico no? Lo que si recuerdo, aunque más por fotos, que por vivencia, es el columpio que me regalaron mis abuelos cuando tenía 3 años y aun era hija (y nieta) única. Un año después cuando llegó mi hermana, nos regalaron un sube y baja con caballitos, que fue usado años después por obvias razones (talla y peso harto diferentes, por los cuatro años de diferencia).
 
No se si hasta ahora se mantenga esa costumbre, pero yo juro que el día que tenga a mi retoño voy a pedirle que se sienta y escriba su cartita a Papá Noel, tal como lo hacía yo cuando niña. Después de inspeccionar cuidadosamente varias jugueterías, volvía a casa y ya sabía que le iba a pedir. Fijo una Barbie con su accesorio, playgos (conocidos como legos hoy en día), peloncitas, cocinitas, juegos de mesa, patines. La carta era entregada a mis papás, porque ellos la iban a enviar al Polo Norte, aunque recuerdo una vez haber ido a depositarla de la mano de mi abuelita. No me puedo quejar, Santa (o sea mis papás) siempre fue generoso conmigo y todos mis deseos estaban envueltos bajo el árbol, la noche del 24.
 
Un recuerdo nítido de navidad es la siesta. A eso de las seis de la tarde mi mamá nos mandaba a mis hermanas y a mi a dormir, para llegar despiertas a la medianoche. Dormía un par de horas y al abrir los ojos lo primero que percibía era el aroma a canela y vainilla. Mis piecitos flotaban siguiendo a mi olfato y llegaba a la cocina, y veía a mi abuela preparando chocolate caliente, porque para varios integrantes de mi familia, navidad sin chocolate caliente no es navidad. Yo quise cambiar la costumbre y reemplazar la humeante bebida por helado de chocolate, debo reconocer que aunque no tuve éxito sigo terca en mi causa, y este año volveré a comprar el helado, con la esperanza de que alguien quiera una bolita después de la abundante cena.  De otro lado, el aroma a canela y vainilla es, para mí, sinónimo de navidad.
 
 
Como comentaba líneas arriba Papá Noel fue generoso conmigo, y las empresas en donde laboraron mis papás también. Las fiestas para los hijos de los trabajadores del centro de labores de mi mamá eran épicas. Creo que mas de una vez fue en El Rancho (QEPD), y recuerdo que nos daban tickets para las galletas, chocolates, gaseosas, helados y por supuesto el juguetito. El último regalo que recibí de parte de Epensa fue una cocinita de Basa, con sus hornillas, su lavadero, hornito, gavetas, platitos, tacitas, cacerola, en fin, una monada. No recuerdo si la donaron, o sigue refundida en el azotea de la casa, pero la tuve cuidadita hasta el final.
 
Otra cosa que le agradezco a los trabajos de mis papás son las canastas. Grandotas o chiquitas siempre eran bienvenidas, y más agradecidas aún cuando empecé a trabajar y me enteré que no todas las compañías regalan canastas a sus trabajadores. Hasta la fecha no he recibido una sola canasta, solo un pollipavo cuando trabajaba en la juguetería y un panetón, otro panetón y un enrollado de cerdo cuando trabajaba con los ogros y, lo que para mi fue lo máximo, vales de Metro cuando trabajaba en la ONG de los jesuitas. 
 
La espera desespera. Y cuando niña, la paciencia no era una de mis cualidades, debo admitirlo. Eran las 10 de la noche del 24 de diciembre y los minutos parecían eternos, me desesperaba por que den las 12, pongan al niño y empecemos a abrir regalos. Mis hermanas y mi primo me acompañaban en el dolor, pero por mas que unimos fuerzas, los minutos seguían haciéndose largos. Los adultos de la casa empezaban a perder la calma con nuestra cantaleta de ¿cuánto falta?, ¿por qué Jesús tuvo que nacer tan tarde? y nuestras disimuladas revisadas de paquetes para ver a quien le tocaba el más grande, por eso cedieron y decían, ya abren uno de las10:30, otro a las 11, uno más a las 11:30 y todos los demás a las 12. Y así era. Ahora ya esperamos a las 12, lo que no se hace esperar es la cena, a las 11 ya nos estamos atorando de pavo, puré de manzanas y tamalito.
 
Cuando crecí y empecé a trabajar, el sentido de la navidad cambió drásticamente. Mi vacilón ya no era ir de tienda en tienda y hacerle llegar una breve lista (de 30 ítems) a mis papás, ahora lo que me gusta de la navidad es comprar regalos para todos y envolverlos. Hasta hace un par de años no me medía y llegaba a fin de enero arañando la billetera, por eso este año dije, ah no, me mido. Y todo iba bien hasta que me tocó comprarle el regalo a mi papá. Me estaba excediendo, lo sabía, pero imaginé lo feliz que estaría con su regalo y no dudé en comprarlo (papi, si lees esto ya sabes, espero una sonrisa agradecida y que le des todo el uso posible a lo que te espera bajo el árbol). 
 
 
Y es que comprar regalos implica ir de compras, y esa es una de mis actividades favoritas. Hace dos fines de semana me fui de shopping y salí con bolsas al por mayor. Estaba feliz porque había comprado casi todos mis regalos y un par de caprichitos (bajo la justificación de "por algo trabajo"). Esa mañana - tarde de tiendas me hizo sentirme contenta y agradecida por lo que tengo, que no es mucho, pero es y si lo puedo compartir, me basta y sobra para sonreír estos días.
 
Otros momentos que valen la pena recordar son esas navidades en que por casualidades de la vida coincidía con el Eterno y podía abrazarlo antes o después de las 12, la ocasión en que casi no llego a mi casa a la medianoche porque salí tardísimo de la juguetería en donde trabajaba y el viaje de retorno se hizo interminable, aquella vez en que el Oficial me llamó ni bien terminaron las 12 campanadas (y aun no éramos enamorados), aquel año en que no pedí barbies y mi papá en su afán de que me quede en la tierra de Nunca Jamás me regaló el súper mercado rosa (el mismo que hace dos años le regalé a la sobrina de mi amiga Karina), o esa vez en que pensé que mis papás se habían olvidado de mi existencia porque solo me regalaron una colonia, y cerca de la 1 bajaron con mi regalo, mi televisor.
 
 
 
Para terminar, no sigan mi ejemplo consumista, rescaten el verdadero sentido de la navidad, celebrar el nacimiento más importante de la historia, porque se crea o no, y se tenga la religión que se tenga, ningún hijo de vecino hace que se hable, se recuerde y se mueva a todo el mundo por su nacimiento, más de dos mil años después. Y lo más importante, aprovechen el tiempo libre que traen los feriados para compartir con la familia y los amigos, nuestra familia por opción, e inventemos tiempo para esos reencuentros con la gente que siempre sabe arrancarnos una sonrisa, con voluntad todo se puede.
 
Si es que no me alcanza el tiempo, que es lo más probable, les deseo una muy Feliz Navidad. Démosle permiso a nuestro niño interior para disfrutar de la fecha, olvidémonos del régimen, abracemos fuerte y regalemos sonrisas al por mayor.
 
Canción para recibir la navidad... algunos villancicos son recontra deprimentes y no ayudan a combatir el stress navideño. Pero por suerte hay gente ingeniosa en este país que adapta ritmos un poco más alegres a la época y el resultado es una vaina loca
 
 
Y esta canción no es navideña para nada, pero ilustra un poco el sentido de la fecha. Brindar sin esperar nada a cambio (aunque una sonrisa y un gesto amable nunca está de más). Dar es dar
 


  
 

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