Al Grinch le digo ¡NO!

Otra vez el tiempo pasó volando, sin pedir permiso, sin interesarle nada y otra vez nos pone en el último mes del año, el mismo que trae de la mano la campaña navideña (aunque la campaña empezó en algunos supermercados y emporios comerciales, tipo Centro de Lima, en octubre). Y empiezan los decorados, los villancicos, el espíritu navideño y demás a flotar por el aire. Y en medio de la algarabía surgen los Grinch que nunca faltan.
 

 
Yo no me molesto en afirmar enfáticamente que amo la navidad. Me encanta, me fascina, me enloquece. Mi vacilón es comprar y envolver regalitos para todo el mundo, si, consumista como soy, esta fecha me viene muy bien. Pero no vivo en navilandia, ni en la Villa Papá Noel (aunque fácil podría serrucharle el piso a algún duendecito), ni en maravilloso landia y se que hay muchas cosas que atolondran a todos en esta época del año. El tráfico por ejemplo, parece que todo Lima se pone de acuerdo para salir justo el día que tu decides ir a comprar decorados o regalitos, y lo peor, parece que también se pusieron de acuerdo en ir al mismo lugar al que tu vas.
 
Y no exagero. Hace un par de semanas mi mamá y yo fuimos a comprar unas cositas que faltaban para decorar la casa que las lucecitas, que la corona, que el Papá Noel. Fue una locura, todo Lima Metropolitana estaba en el Centro comprando justo lo mismo que nosotras. A los tres días dije ah no, voy a comprar todo lo que suelo comprar en el Centro y al por mayor, para no volver sino hasta que pase la campaña. Pero fue lo mismo que nada, ya que revisando mi lista hay un par de presentes que tengo que comprar en la caótica Lima, así que a ponerme valiente (y achorada también) y a sumergirme en el comercial espíritu que invade las calles del centro.
 
Pero el tráfico, la conglomeración de gente, los imprudentes que van con cochecitos de bebé a comprar al Centro o a Gamarra, los brutos que no saben pedir permiso y te pisan tus zapatillas recién lustraditas, los ambulantes ignorantes que se olvidaron de la tragedia de Mesa Redonda en el 2001 y siguen invadiendo pistas y veredas, la inepta de la alcaldesa que no entiende que su plan Navidad Segura no basta, los malditos choros que aguan la fiesta a todo el mundo, y demás inconvenientes menores no amilanan mi espíritu. Me gusta la navidad y eso no lo cambia nadie.
 
 
 
Ni si quiera el stress navideño que a todos nos atrapa en algún momento. Por ejemplo, cuando empiezas a darte cuenta de que quieres encontrarte con todos tus grupos de amigos y faltan fechas porque uno no puede, el otro tampoco, y a la larga tu menos. O cuando pasan los días y tu "compro los regalos mañana" se ha postergado hasta el mismo 24, el peor día para hacer compras. O cuando no encuentras el color de bolso que te pidió la amiga que te tocó en el intercambio de regalos. O, y esto es típico, no puedes respetar tu estricto régimen alimenticio con tanto cafecito, lonchecito y cenita pre navideña.
 
Con todas estas razones se puede justificar la existencia de tanto Grinch poblando la tierra, aunque a mi no me bastan. Porque todos esos inconvenientes se minimizan si pongo en la balanza las cosas positivas que diciembre trae de la mano. Si me pongo recontra consumista (o sea pintándome de cuerpo entero) es lógico que las compras. Las mañanas y tardes de shopping (en algún centro comercial alejado del caótico Centro de Lima, sin carretillas, ni similares) me entusiasman.
 
Pero, recobrando el verdadero sentido de la fiesta, me emociona más el hecho de poder reencontrarme con gente muy querida a quien por horarios, trabajo, actividades extra chamba y demás, no puedo ver con la frecuencia que quisiera. Esos reencuentros pre navideños, chiquitos o enormes, con o sin intercambio de regalos, son uno de los motivos por los que diciembre pone. O sin ir tan lejos, poder compartir tiempo con mi familia, buscando los regalos de la mano de mis hermanas, decorando la casa con mi mamá y mi tía (aunque mi apoyo siempre se limita a la logística), y sentándonos todos a la mesa el 24 por la noche para esa cena navideña que siempre se prolonga con la apertura de regalos, los brindis y las risas.
Y sumo a todo esto la misa del gallo. Ok, como creyente que soy, el que menos imaginará que esto lo pongo para quedar bien o porque mi mamá lee este blog. Sin embargo, no es así. Por años yo dejé de asistir a la misa en mención, optaba por ahorrarme la renegada fija que iba a dar en el tramo porque al ser 24 de diciembre por la noche, las calles siguen atiborradas de gente que va de un lado al otro, comprando los últimos pedidos de la lista y en batalla contra el reloj. Me quedaba en casa para terminar de envolver regalos o ver alguna película pre navideña, lo que sea menos salir de mi hogar.
 
El año pasado la excusa de la gente que compra a última hora ya no era pretexto y el ánimo de los que van a misa a la misma parroquia a la que, por ese entonces, iba de vez en cuando me convenció. Así que el 24 por la noche animé a mi hermana y fuimos juntas a la misa de Gallo. Era lo que se supone debe ser una celebración, el ánimo de fiesta estaba en el ambiente, en la prédica, en las canciones, en la gente que atiborró el lugar. Me gustó participar y recobrar el verdadero sentido de la fecha, conmemorar el nacimiento más importante de la historia.


Los invito también, sin importar sus creencias (o no creencias), costumbres y formas de ver, a recuperar el espíritu de la navidad que no es comprar al por mayor y gastarse la gratificación en una, tampoco es cenar hasta reventar hacia la medianoche del 24 o las primeras horas del 25, mucho menos renegar por todos los inconvenientes que la fecha trae consigo. Yo opino que la navidad es la ocasión precisa para encontrarse o reencontrarse con esas personas que tanto queremos, abrazarlos, regalarles unos minutos (o unas cuantas horas) y recordarles lo importante que son para nosotros.

¿Un consejo? Planifiquen todo con tiempo. Sus compras, reencuentros, salgan a donde vayan con anticipación y siempre provistos de buena música para que los congestionamientos vehiculares no arruinen el buen humor que en teoría debe reinar estos días, en teoría. Y si quieren sumergirse aun mas en el ambiente navideño, pueden ver películas alusivas a la fecha, sólo en ese caso, también es válido ver "El Grinch".

Canción para sumergirse en el espíritu navideño... Los villancicos no me gustan mucho que digamos, sin embargo hay algunos que me divierten y tarareo si suenan en las calles por donde camino o, siendo más sincera, las tiendas en donde compro sin pausa. Ejemplo de ello es la canción de Rodolfo, el reno 


Películas navideñas hay un montón, pero mi favorita, y cruzo los dedos para poder verla completita en estos días una vez más, es Realmente Amor. Y creo que muchos coinciden en que el momento kodak de esta película es el que viene a continuación

 

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