No te soporto

Don Gruñón y yo nos conocimos allá por el, hoy lejano, 2008. Al inicio no le dí mucha bola, luego lo ví como un mal necesario, el clavo que requería en ese momento, después me pareció una buena compañía. Con el tiempo, mientras él se develaba como quien era realemnte, yo salí espantada. Siento decírtelo pero, Don Gruñón no te soporto.
 
 
Una noche de invierno yo estaba celebrando la graduación de una amiga y lo conocí. Don Gruñón no parecía malgeniado, por el contrario, me pareció buena onda y me sorprendió que a la tarde siguiente me llamara para tomar un café y conversar. Nos encontramos, sugirió un lugar medio pichiruchi, asi que yo propuse otro, pero como que no le cuadró el sitio, aunque igual nos quedamos ahí. Muy ventilado, mucho frío, se demoran mucho, bla, bla, bla. Yo pensé: "bueno, será friolento".  Digamos que fue una salida simpática, no híper divertida, pero al menos se rompió la pauta del domingo gris, tumabda en mi cama viendo televisión.

A la semana siguiente volvió a llamar y yo me excusé. Estaba en mi último ciclo de universidad y mi tiempo era limitado, clases y prácticas de lunes a viernes, trabajos de grupo los sábados en la mañana. Los domingos lo único que me provocaba era vestirme lo mas cómoda posible y dormir todo el día. Don Gruñón era insistente, por eso llamó a la semana que siguió, y la que siguió a esta. A la tercera negativa me sentí alguito malcriada, por lo que le devolví la llamada, me disculpé por mis constantes tiradas de arroz y prometí ponerme en contacto ni bien terminara la carrera, es decir en una semana, mas o menos.
 
Así fue. Di mi último examen, salté hasta el techo por la emoción desbordante, me tomé un café mientras ojeaba una revista de modas (o sea, hice las veces de una calabaza total), fuí a ver a TK a Mochileros y lo llamé. Acordamos vernos a la noche siguiente. Fuimos a un bar miraflorino, que no era ultra wow, pero estaba en algo, buen ambiente, buena música, buen sitio para una segunda salida. En realidad estaba tan eufórica por haberle puesto punto final a cinco años de separatas, malas noches y stress permanente, que así me hubiera llevado al peor huarique de algún cono limeño, yo hubiera estado feliz (y no es nada contra esos lugares, es más alguna vez he terminado bailando en una discoteca de Comas y la he pasado genial). La noche avanzaba, me hablaba de su vida, él estudió Medicina en Argentina, pero en el tercer año de carrera su papá falleció, regresó a su natal Arequipa, luego migró con su hermana a Lima, ingresó a la UNI, terminó su carrera y empezó a trabajar aquí.
 
Y entre trago y trago, ocurrió lo inevitable. Nos besamos. Entre nosotros no había precisamente química. Simplemente la estábamos pasando bien, la conversación se tornó divertida, y pasó, y se repitió varias veces durente esa noche. Al despedirme le dije que me iba de viaje (era cierto, Trujillo me esperaba con los brazos abiertos) y Don Gruñón me pidió que le pasara la voz a mi retorno a Lima.
 

Pasó un mes. Yo hacía mucho que había vuelto a Lima, pero una serie de desafortunados sucesos hicieron que ese encuentro prometido con Don Gruñon no se diera. Hasta que nos pusimos en contacto de nuevo, visitamos otro bar, y luego  otro, y después me decía para ir a almorzar o a tomar un café. Hasta que un día me invitó a su departamento. Un lugar bonito, si, pero no para encerrarnos y pasar allí nuestras próximas salidas. Las razones son dos:
1.- Es un lugar "peligroso" y yo sólo quería concerlo, nada más
2.- ¿Salir de mi casa para encerrarme en una casa ajena, y sin cable? No, gracias
 
Fue allí, dándome cuenta de que nuestras salidas se limitaban a las cuatro paredes de su espacio, que salió a la luz nuestra principal diferencia: la edad. Él ya estaba en la base cuatro y yo tenía veintimuchos. Eso nos colocaba en frecuencias distintas. Yo recién había salido de la universidad y quería pasarla bomba, salir, conocer lugares, ver gente, bailar hasta el amanecer, esa era mi idea de diversión. Don Gruñón ya había pasado por esa etapa y ahora su idea de un sábado por la noche era quedarse en casa viendo una película. ¡No hay forma! No va.
 
La comodidad de estar en su territorio, le permitió sacarse la careta. Si antes tenía contados detalles, ahora estos se habían reducido a cero. Por lo general era descortés, malgeniado y avaro. Alguna vez le sugerí pedir una pizza, descorchar una botella de vino y hacer más amena la velada. Él hizo cuentas y me dijo que no, se excusó diciendo que todas las franquicias pizzeras eran malas y que si quería una buena pizza vayamos a Plaza Vea a comprar una. ¿Plaza Vea? No tengo nada contra ese supermercado, pero, ¡hello! Ya que no quieres salir ni a la esquina, al menos procura que mi estadía en tu casa sea grata, ¿no?
 
 
Por esta y otras actitudes, fue que decidí tomar distancias. No contestaba sus sms, ni sus llamadas, ni sus contados correos, nada. Ya no me importaba verme como una engreída y malcriada, total, él era peor y nunca le dije nada. Todo el verano siguiente la pasé lo mas lejos posible de él. Hasta que un día, cansada de presionar el botón de ignorar cada vez que en la pantalla de mi celular pululaba su nombre decidí encontrarme con él y decirle lo que ocurría. Era lo mínimo que se merecía. Obvio no iba a ser cómodo y no iba a poner mi sonrisita, suavizar las circunstancias e inventar excusas, las cosas como eran, honestidad brutal ante todo.
 
Entonces acordamos vernos y cuando me preguntó si lo había extrañado le dije todo. No, no podía extrañar a alguien que no me trataba bien, que no tenía detalles, que no mostraba mayor interés hacia mi. La había pasado bien lejos de él. Llegó el pliego de sentidas disculpas de su parte y el propósito de enmienda, y yo me dejé convencer (todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, pensé). Así retomamos las salidas, almuercitos, cafecitos, bares, discotecas. Sin embargo, esas cositas que me molestaban de él, seguían ahí. Así que puse un ultimatum: o me llamas para mi cumpleaños y empiezas a tener detalles bonitos, o bye, bye.
 
Llegó mi cumpleaños y su llamada brilló por su ausencia. Al día siguiente mi celular empezó a sonar insistentemente, una, dos, diez veces, hasta que contesté y, ¡oh, sorpresa! era él pidiéndome mil disuclpas por no haberme llamado un día antes e invitándome a salir. Se lució, en el mejor sentido de la frase. Fuímos a caminar, no renegó en toda la tarde y de ahí me invitó a un café súper ficho y dejó que pidiera lo que quisiera sin objetar. Tomemos en cuenta que estaba acostumbrada a que él pidiera  un cafecito y un sanguchito para compartir, jamás me permitía emitir una opinión, dejando calrísimo que además de soberbio, es devoto de la Virgen del Puño (sanguchito para compartir, ¡no se pasen pues!).

En adelante la actitud de Don Gruñón mejoró, no voy a restarle méritos. Nos acostumbramos a salir todos los fines de semana, pero salir, salir. Conocí varios lugares simpáticos, se esmeraba en sorprenderme cuando se lo pedía, y yo retribuía esos gestos con algunos detallitos, regalitos inesperados, correitos preguntándole que tal la tarde, sms deseándole un lindo día, en fin, me portaba a la altura. Había ganado mi atención y el derecho a incluirlo en mis planes de viernes por la noche o sábado. Pero (si, todo tiene un pero en la vida), poco a poco sus defectos salieron a la luz, de nuevo.
 

Pensé, bueno, nadie es perfecto en la vida y si hay cariño debo aceptarlo con todo lo que es. Con el tiempo, esas cositas que me molestaban se iban acentuando. Sin querer queriendo hice una comparación con el DJ que me había roto el corazón. Eso fue un error doble, por un lado las comparaciones no son buenas, menos aun en personas. Por otro lado, era injusto, al DJ lo había querido de manera incondiconal e irracional y sus defectos jamás me incomodaron (y si lo hacían disimulaba y lo pasaba por alto). Pero a Don Gruñón no lo quería, había estima si, mas no ilusión, ni empatía, ni cariño inmenso. Éramos demasiado distintos.
 
El detonante para decirle adiós no fue ese. Entre su retorno paulatino y disimulado a su cotidianeidad, su falta de atenciones y su encierro voluntario, apareció el peor defecto que él, y en general cualquier persona, puede tener, menospreciar a las personas creyéndose lo máximo (cuando es todo lo contrario). Sus comentarios habituales eran: esos son unos vagos, ese es un atorrante, ella es una borracha, este debe ser gay y así un largo etcétera. Un hombre seguro de si mismo puede parecerme tremendamente atractivo, pero alguien que se jacte de su superioridad a cada minuto, no gracias, yo paso.
 
Al caer en cuenta de eso le canté sus verdades en medio de una cena: "yo se que no soy perfecta, no aspiro a serlo, pero al menos no critico a los demás, lastimosamente a ti si te voy a criticar, no te sientas lo máximo, que no lo eres", acto seguido me levanté, tomé mi bolso y salí sin dar la vuelta, cuando él me alcanzó justo en el momento en que paraba un taxi para volver a casa lo miré y le dije: "no quiero saber mas de ti, no te soporto".
 

A las pocas semanas volvió a llamar creyendo que la pataleta se me había pasado, pero lo mío no era ningun berrinche, era lo que sentía, lo que opino de él, las razones por las que no tengo intenciones de volver a verlo en mi vida.

Yo puedo pasar por alto la falta de detalles (ojo falta, no ausencia total), algunos comentarios desatinados, el ahorro excesivo, muchas manías, total, no soy Bo Dereck, pero menospreciar a la gente por su raza, gestos, creencias, maneras de ser o lo que fuese, no. Podemos juzgar, no deberíamos hacerlo, pero es inevitable al ver nuestra realidad, robos, asaltos, corrupción, discriminación, escándalos, pero eso es con argumentos en mano, no porque se nos ocurrió. Es por ello, Don Gruñón, que le voy a decir despacito lo que pienso contestarle, si algun día tiene la mala idea de marcar mi número: no-quiero-volver-a-verte-nunca-mas. ¿Quedó claro? Ah, para que no haya lugar a dudas: no te soporto, y es irrevocable, favor de no inistir.
 
Canción para insoportables... o esos que no puedne ver mas allá de sus anrices. Las canciones de adolescente enamorada me gustan, pero esa chica le cuenta todas sus verdades a un sujeto, yo la apoyo: pobre tipo infeliz que ya no puede seguir fingiendo

 

Alguna vez, cuando habían máscaras de por medio, Don Gruñón me dedicó esta canción. lamento comunicarle que voy a hacer odios sordos a lo que canta Alex Ubago, y creo que en este post dejo clarísimo todo lo que faltó.

 
 
 
 
 
 
 
 
    
 
 
 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El retorno de la duendecita

Solteronas y solteros codiciados

Lo que callan los hombres