Lo que son las cosas

Cuando estaba en quinto de secundaria las monjas nazis tenían dos propósitos con nosotras: perpetuar su especie buscando chicas que quieran ser religiosas (esperemos que con el tiempo no se sientan ni frustradas, ni arrepentidas, ni amargadas y respeten los famosos votos de pobreza) y que todas salgamos con una remota idea de lo que queríamos hacer con nuestras vidas. Fue así que en un taller hicimos un proyecto de vida, que con los años se fue modifcando, cambiando y en otros tantos casos, olvidado y canjeado por otro que se ajuste a la realidad.



Era 1997, estaba en quinto de secundaria, ansiosa por salir al mundo real y vivir mi vida bajos mis reglas, a mi manera, sin uniformes, ni formaciones, ni puntos menos en conducta, ni nada de eso. Quería salir al mundo real ya, ya, right now. Pero para no dar un salto al vacío, pensé que las nazis con hábito al fin habían tenido un ataque de sensatez, y hacer un proyecto de vida no era ni mala idea, ni pérdida de tiempo. Lastimosamente yo hice mi proyectito sin una bola mágica a la mano, ni una vidente al lado que me dijera todo lo que iba a suceder una vez fuera del colegio. Por eso, el plancito fue tirado al tacho y tuve que adaptar mi vida a los tiempos, que no siempre son buenos. La expectativa, no fue compatible con la realidad.

Durante el último año de vida escolar, entre retiros, jornadas vocacionales, horas de reflexión, festejos y demás, mis compañeras de promoción y yo, prometimos seguir en contacto, seguir vistándonos, encontrándonos todos los 24 de mayo religiosamente, armar reencuentros y participar. Mantener la amsitad y seguir siendo una (no tan santa, ni católica, ni apostólica, pero si una). Esa era la idea. Y de hecho así fue los primeros años, y hasta ahora un grupo numeroso de la gloriosa promoción 97 se encuentra los 24 de mayo frente a la basílica de María Auxiliadora. Yo estaba en ese grupo, hasta que hace unos años me di cuenta, que el tiempo no había pasado en vano, mis compañeras de carpeta y yo solo teníamos en común haber estudiado en el mismo colegio y haber terminado la secundaria en 1997. Ya no me sentía tan a gusto con ellas, por eso rara vez voy a los reencuentros, y si, admito que la paso bien, pero no me desespero por ver a la gente de la promoción a cada rato, una vez al año me basta. La realidad nos cambió a todas.

Yo esperaba salir del colegio y estudiar o literatura o periodismo en la Católica o en la UPC. Pero, ni uno, ni otro. Después de pensar, repensar, y darle otra vuelta de tuerca a una situación tan tajante e importante, me armé de valor y les dije a mis papás que quería presentarme a la facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima (me corría el riesgo de que les de un paro cardiaco, ya que se los dije sin anestesia y en one). Ellos, como siempre, me apoyaron. La idea era postular, ingresar a la primera y estudiar con ánimo y aliento, los cinco años que dura la carrera, terminar y, acto seguido, ponerme a trabajar. Ingresé a la primera, estudié y dos años después la crisis económica me sacó a empellones y regñadientes de mi adorada universidad. La realidad se propuso sacarme de mi lugar, y lo hizo.

Estaba fuera de la univesidad, con el futuro mas nublado que madrugada limeña y muy triste. Una tristeza que se tradujo en depresión y desgano. Sin embargo pensé ¿que tan difícil puede ser encontrar trabajo? No sabía que sin experiencia y sin vara es bien complicadito. Pero hice la lucha y encontré trabajo vendiendo café en un carrito de Nescafé. Ganaba casi nada, pero por algo se empieza. Luego me accidenté y cambié de trabajo, como recepcionista en una juguetería. En ambos casos tenía buenos superiores, excelentes compañeros de trabajo y pensé que así sería siempre. Hasta que llegué a una gris oficina gobernada por dos ogros. Pensé quedarme máximo un año. El ambiente me entristecía, me hacía sentir miserable y muy desubicada. La realidad (y la situación) hizo que me quedara dos años y medio, aprendiendo a cocachos, que el mundo no es un lugar perfecto (y quien lo afirma, miente).


Una vez fuera de esa espantosa oficina, regresé a la universidad, llena de miedo, de incertidumbre y alguito decidida a sacarme el ancho con tal de recuperar mi media beca y terminar mi carrera. Imaginé que demoraría unos tres o máximo cuatro años, que no me acostumbraría facilmente, que me esperarían varias trasnochadas estudiando y que tendría que poner pause a mi vida nocturna. Como avanzaba a paso de tortuga porque llevaba muy poquitos cursos, tardé cinco años en terminar la carrera (cinco años que se pasaron volando). Recuperé mi media beca, me entretenía entre tardes de biblioteca y noches sentada en mi escritorio, con las narices metidas en mis separatas y apuntes, pero eso si, los viernes y sábado por la noche eran sagrados. El rock nacional pasaba por un buen momento, sonaba en MTV, ganaba premios, estábamos en la cresta de la ola, y todos los fines de semana mi hermana y yo éramos fijas en La Noche de Barranco (nos hicimos compañeras inseparables por ese entonces) para ver al grupo de turno. La realidad me daba tiempo para estudiar, sin dejar de pasarla bomba.

Por ese entonces también conocí a el Oficial. Nos hicimos amigos, nos enamoramos y éramos una parejita de revista, siempre felices y sonrientes, perfectos el uno para el otro. La verdad, yo lo quise mucho, por ese inmenso cariño yo veía en él a mi futuro, y todos mis planes a corto, mediano y largo plazo lo incluían y viceversa. En esos planes a mediano plazo estaba el casarnos (porque o salgo de mi casa vestida de blanco y del brazo de mi papi, o no salgo). La ecuación estaba resuelta: terminaba la carrera, me casaba, me iba a vivir a una linda casita en la zona de las doñas, tenía mis hijitos y viviremos felices por siempre. Pero los celos mataron el amor (para mayor referencia leer el post anterior), yo no estaba dispuesta a pasar inspeciones diarias de correo y celular, ni contar mi rutina cinco veces al día, ni escenitas (públicas o privadas ya era lo de menos), así que puse punto final a mi relación con el Oficial y descarté cualquier plan que lo incluyera. La realidad desbarataba cualquier estampa familiar futura y me ponía frente a la soledad, una vez más.


Tras el rompimiento con el Oficial, yo volví a frecuentar al DJ que me rompió el corazón. Viajé a ilusión landia con él en mi cabeza. Me pintaba los días, él me llamaba y para mi salía el sol. No me esmeraba mucho en esconder mi ilusión, enamoramiento temprano, ataque de taradez, falso amor o como prefieran llamarlo. Se me notaba en los ojos, en la sonrisa, estaba embobada. Por un minuto pensé que él también me quería, pero que un toque de indiferencia de mi parte no le haría daño. Bueno, se me pasó la mano con la indiferencia, y realmente él no me quiso (seamos realsitas yo no cuadro, ni cuadraré jamás con su prototipo de mujer), por lo que pasé de ilusión landia a tristeza landia de frente y sin escalas. La realidad me hacía entender a la mala, que cuando no hay amor, no hay amor, así de sencillo.

Desde que tengo uso de razón la conversación usual en casa era ya deberíamos mudarnos, el barrio se está malogrando, los chicos ya están creciendo y el espacio queda corto, la zona ahora es comercial, hay un comprador, ya se desanimó, hay otro comprador, pero el banco no quiere darle el préstamo, y así un extenso bla, bla, bla. Todo el mundo hablaba, pero yo no veía ninguna intención de vender la casa y cambiarnos de barrio, tanto que llegué a pensar, el día en que me vaya a vivir sola, recién cambiaré de distrito. Hasta que un día un chinito preguntó si mi casa estaba en venta, le dijimos que si, le pedimos una suma exorbitante y él aceptó sin titubeos. A las dos semanas mi casa había sido vendida y empezamos la búsqueda de nuevo hogar. Tras una exhaustiva búsqueda, llegamos al residencialísimo Pueblo Libre, y heme aquí escribiendo en la paz de un distrito ordenado, limpio y, dicen por ahí, el segundo más seguro de Lima. La realidad me enseñó que no hay causas perdidas y que las cosas tardan, pero llegan.

Casi siempre las cosas no se ajustan a nuestras expectativas, pero la vida continúa, así que o te adaptas a las situaciones o te lamentas porque "el mundo está en tu contra". Yo elijo, frustrarme un poco, respirar hondo, repetir vamos todavía y regresar al ruedo con el mentón en alto, la mirada firme y muchas ganas de seguir enfrentándome a lo que venga con los brazos abiertos. No hay fórmulas para retroceder en el tiempo, y ya no las busco, porque las cosas siempre suceden por algo y hay que encontrarle el lado amable. ¿Fácil? Pues no, pero ya lo dije, quien dice que la vida es fácil y perfecta, miente.

Esta semana encontré ese proyectito de vida que hice en marzo del 97, sonreí, porque era una niña de 15 años que quería comerse al mundo, y no sabía a lo que se enfrentaría. Volví a sonreir, porque las cosas no salieron como las tenía pensadas y gracias a Dios que fue así. Las sitauciones que uno enfrenta día a día te ayudan a crecer, a superarte, a asombrarte a ti misma, a seguir caminando, porque aun hay muchísimo por vivir, y por hacer.

Canción para asumir la realidad... porque la idea es avanzar solos, así los demás no evolucionen, y la decisión está en uno, o creces o te estancas. Vamos todavía, yo elijo quemar para crecer


Esta es la canción que da título al post y, debo admitirlo, me encanta. Las cosas no siempre son como uno las planea, y la vida da giros que superan a la ficción colocándonos frente a situaciones que nos hacen poner pausa a la película, dar un paso al costado y regresar al camino con una decisión bien pensada y un plan B bajo la manga (por pura precaución también vale elaborar un plan C, D y hasta Z, nunca se sabe)

 


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