Sobre mis pasos

Esta semana, como siempre ocurre una vez al año, volví a mi colegio. Sola, con mi sombra, porque así lo quería y porque esa fue la única manera de cumplir mi propósito, volver sobre mis pasos y reconocer que la mujer que paseaba por los patios, entraba a la capilla a encontrar algo de paz y se asomaba a los salones es una persona distinta a la niña que entró asustada hace muchos años a su primer día de clases, y a la chiquilla que salió, 11 años después, un 19 de diciembre de 1997, con ganas de comerse el mundo. 
Desde que entré al colegio, hace muchos, muchísimo años, el 24 de mayo no pasa desapercibido. El día de María Auxiliadora, y todo el preparativo que viene desde un mes antes. Las famosas florecillas, tareas diarias que cada salón debe esforzarse por cumplir. Que la puntualidad, que la amabilidad, que la responsabilidad, que el orden, que la alegría. Generalmente la semana previa al 24 de mayo se celebraba la semana de la alegría, con los insufribles recreos animados. Me llegaban altamente, sobre todo porque por lo general coincidían con mi cumpleaños, fecha en la que quería hacer lo que se me viniera en gana (sigue siendo así), o sea si iba al colegio (lo cual atentaba contra mis planes), al menos déjenme hacer y deshacer a mi antojo durante esos 30 minutos de recreo.Pero no. Siempre aparecía una monja a decir "¿qué, te vas a pasar todo el recreo comiendo?", y yo me mordía la lengua para no responderle "si, hoy es mi cumpleaños y no se me da la gana de jugar a la rondita, ¿cuál es el problema?". En fin.

Pero todo cambió un día. En cuarto de secundaria una monja innovó los famosos recreos animados. La última florecilla consistía en un concurso de imitaciones. Una chica por salón tenía que disfrazarse y hacer una fonomímica. Por esos días estaba de moda el programa de Almendra, la ex dalina, yo lo veía por los cueros que bailaban con ella y me sabía todas las coreografías a la perfección. Entonces mis queridas compañeras no tuvieron mejor idea que mandarme a hacer la imitación. Yo jamás brillé por mi desenvolvimiento escénico. Tímida como era (y lo soy) nunca me animaba a participar en los numeritos por el día de la madre, padre, etc. Si no lo hacía en actuaciones planificadas, con ensayos y demás, ¿cómo diablos iba a montar una coreografía con 10 minutos de anticipación y encima solita? Bueno, para imposibles llámenme. Saqué valor de no se donde y me animé. Mis compañeras me vistieron, me maquillaron, me despeinaron y me dijeron estamos contigo, no veas a la gente, tu misma eres. Iba a bailar "El resfriado" y terminaron lanzando otra canción, "Canta Conmigo". Como me sabía todas, absolutamente TODAS las coreografías de Almendra, el cambio de canciones fue un problema menor. La actuación fue un éxito. Cuarto de secundaria ganó el segundo lugar  (¿por qué alentar el espíritu de competencia, si todos somos hijos de un mismo Dios y una Madre que nos ama?) y el derecho de coronar al Niño Jesús en la ceremonia previa al día central, 24 de mayo. Sor Edith, nuestra tutora, una monjita recontra renegona, lanzó la idea de que yo coronara al Niño, y fue una experiencia increíble. Valió la pena el papelón.


Las proseciones son tema aparte. Jamás me gustó seguirla uniformada y bajo pena de puntos menos en conducta, puntualidad y religión. Si alguien quiere participar en una proceción, fiesta patronal, misa, secta o lo que fuera, que lo haga porque le nace, no porque le obligan, asi no se fortalece la fe. Pero háganle entender eso a las monjas nazis de mi ex colegio. Fueron cinco años en los que el 24 de mayo iba por la tarde al colegio uniformada (asi sea sábado o domingo) y seguía la proceción con el ánimo de quien va  a la horca. Una vez fuera del colegio, el 24 de mayo se prestaba para reencontrarme con mis amigas de la promoción. La rutina era como sigue: Me encontraba con mis dos mejores amigas (luego con el tiempo, me encontraba solo con una de ellas, que tolera ser mi mejor amiga hasta ahora), nos íbamos a almorzar, luego a hacer hora a la casa de una de ellas y de ahí a la proseción. Nos encontrábamos con la manchita de la promo, veíamos a la Virgen entrar a la basílica, de ahí a la capilla del cole a rezar y cantar y luego a tonear.

Así eran los reencuentros de mi promoción. Con el tiempo los almuerzos se fueron suspendiendo por la universidad y/o el trabajo, pero la rutina de encontrar a la promo frente a la basílica, seguía siendo costumbre, tradición oleada y sacramentada. Hasta hace un par de años en que me di cuenta que entre esas chicas y yo ya no había tanto en común, algo había cambiado. Tal vez ellas y sus percepciones sobre la vida, o tal vez yo y mis rollos existenciales. No lo se, solo tengo claro que con mis compañeras de la universidad, el reino de la superficialidad, tenía conversaciones mas interesantes y trascendentales que con las chicas del cole. Por eso me alejé, y desde el año pasado voy sola a la capilla, rezo un poco, encuentro paz, tranquilidad, recuerdo quien soy y me voy a seguir haciendo mi vida, bajo mis reglas. Sin máscaras, ni risitas forzadas, ni sacando a la luz mis éxitos y escondiendo bajo la alfombra la miseria. Mis amigas, las verdaderas, estan ahí, para llorar conmigos y reir a mi lado, eso lo se. 

Este año cumplimos 15 años de salir del cole. Y contra todo pronóstico fui al reencuentro, me encontré con amigas que no veía hace mucho, con otras que siempre estan ahí, y con las que me uní mas una vez fuera del colegio. Volvimos a ser las muchachitas de 15 y 16 que cantaban algo desentonadas, que bailaban al son de Boricua y que reían con sinceridad, olvidando el miedo de salir al mundo real. Después de muchas lunas me sentí cómoda con la promo, volví a sentir que son mi promo, la que me tocó y a la que no cambio por nada.


Pero el 24, antes del reencuentro fui solita y al llegar a casa me di cuenta que en esencia soy la misma chiquilla del cole, tímida, reilona, tranquila (si, bastante lorna era), chancona (o haciendo mi mejor esfuerzo para serlo), miedosa, renegona y que no se quedaba callada cuando algo no le parecía justo. Sin embargo, la forma y fondo han cambiado. Tengo varios kilos mas (y no me importa honestamente, soy feliz así) varios años encima también (pero las cremas estan haciendo efecto y no apareto mis mas de 30), y varias certezas también, Quince años después tengo una carrera concluída a la que amo con todo lo que soy y tengo, una maravillosa familia que me quiere y a la que yo quiero, mas amigas y amigos que ma han hecho abrir puertas y ventanas y dejar de lado el egocentrismo, una vida con alegrías y miserias, varias caídas, resbalones, magullones, torceduras y demás, de las que me he sabido levantar, reponer y sentirme mas fuerte, mas completa, mas segura de quien soy. Siempre mujer, siempre perfecta.


¿Soltera todavía? Si. Nadie me apura, ni si quiera el reloj biológico, y ando tan contenta, tan libre, tan a brazos abiertos para lo que sea, que esa mitad que imagino estará en algun lugar que desconozco (o tal vez no) tendrá que dejarme ser. Melosa, tímida, cursi, aventurada, conversadora, reilona, divertida, libre. Solo siendo yo, auténtica, sin disfuerzos, sin máscaras, puedo ser absolutamente feliz, y si me ponen una canción de quinceañera desmelenada, mejor todavía.

Canción para continuar adelante... volver sobre los pasos está bien, pero no detenerse eternamente, o querer dar marcha atrás. Yo me siento orgullosa de lo que he hecho y de quien soy, ahora quiero continuar haciendo mi camino, a toda prisa



Y esta es la canción del papelón. Chicas de mi promo, siento si las herí con lo confesado aquí, debía hacer una catrasis. Son lo mejor que me dejó el colegio, con nuestras coincidencias y diferencias. Si tuviera que volver a pasar tamaño roche para salvar nuestro pescuezo, lo haría, una y mil veces, porque mi promo no se deja, por algo somos pujantes, populares, carismáticas y revolucionarias.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tumba la fiesta

Solteronas y solteros codiciados

Lo que callan los hombres