Cerca al malecón

Lima no es una ciudad tan grande como parece, por eso en algún momento iba a suceder, en algún momento Él y Ella se volverían a encontrar. No sabían cuando, ni donde, ni cómo, no se atormentaban con la idea, pero iba a pasar. Y pasó.


Si bien después de que su larga no relación hizo crack ambos no se volvieron a ver, uno estaba al tanto de la vida del otro. Imposible no estarlo en la era de las redes, a veces ella pecaba de masoquista, otras él de curioso. Se sabían bien y con eso bastaba. No rebuscaban, no querían detalles, no los necesitaban, y tampoco se pisaban las sombras, ni se perseguían, y eso los tenía aliviados. Un poco más a ella que a él.

Ambos habían reconstruido sus vidas, eran nuevas y mejoradas versiones de ellos mismos, 10 años no habían pasado por las puras. Cierta tarde él había salido a correr, como solía hacerlo todos los fines de semana por la tarde. Corrió a  toda prisa hasta llegar al malecón. Se detuvo frente al mar, lo observó maravillado, el mar siempre lo fascinaba. Decidió buscar una bebida rehidratante y volver a casa caminando, total, nada lo apuraba. 

Buscó una tienda y compró su bebida. Se disponía a tomarla allí, en la tienda, mirando a la gente que pasaba y justo delante de sus ojos ella apareció. Estaba más delgada de lo que recordaba, con el mismo corte de cabello, el mismo pasito lento, el mismo gesto, los mismos labios que él había besado tantas veces, hacía mucho tiempo. La vio linda, con su pantalón ajustado, sus botines sin taco, su casaca blanca, su pañuelo de colores pastel. Pensó en salir corriendo y pasarle la voz, pero algo lo detuvo, o mejor dicho, alguien.

Un instante bastó para examinarla, su pelo, sus ojos, su cuerpo, sus zapatos, y al llegar a las manos se dio cuenta que los dedos de ella estaban enredados con los de un chico que caminaba a su lado. Un chico alto, agarrado, de cabello negro desordenado, con aire bohemio, que hablaba y la hacía sonreír. Era lógico saber que eran pareja, él no sabía si eran novios, enamorados, concubinos, sin embargo se mantenía escéptico. Dudaba que tuvieran una relación. 

Esa duda se borró de sopapo cuando ambos se detuvieron, él bordeó la cintura de ella, ella rodeó con los brazos el cuello de él y se estamparon un beso tierno, fugaz, travieso. Se sonrieron y siguieron caminando abrazados hacia el malecón, donde él hacía un ratito había cortado su carrera.



Ella había conocido al chico que sostenía su mano y le había estampado un beso hacía un par de meses. Desde la primera conversación percibieron química, la cual se multiplicó los días que siguieron. Al inicio, y por primera vez en su vida, ella se tomó las cosas con calma, aunque el chico le gustaba un montón. No quería volver a caer, una no sufre por las puras, se repetía. El chico supo ganarse su confianza y todo su cariño.

Una de las tantas aficiones que ella y el chico, su chico, compartían, era el gusto por caminar. Esa tarde les provocó ir más allá de los distritos en los que solían transitar, y quisieron ir al malecón. A ellos también les gustaba mirar al mar, y sumergirse, pero solo en verano, se habría apurado en acotar ella. Ella no se percató de la presencia de él, el mundo desaparecía un poco cuando estaba de la mano de su chico.

Él se quedó helado. No sabía si salir, apurar el paso y tropezar casualmente con ella, o pasarle la voz, o hacer como si nada y volver a casa. Optó por lo último. Salió de la tienda, tomó el camino largo, que va en sentido contrario de donde está el malecón, y avanzó a paso lento hacia su casa, sacando cuentas del tiempo que llevaba sin ver a ella, comparando como la recordaba y como la vio, tratando de reproducir el tono de su voz y el de su risa, ni tímida, ni escandalosa. Lima no es suficientemente grande, pensó. Esto tenía que pasar, y pasó.

Canción para tropiezos... No es válido hablar de un reencuentro, cuando solo uno de ellos ve al otro y no se dicen ni hola. Esto fue solo un tropiezo, que le trajo de golpe a él un montón de recuerdos. Si ella lo hubiera visto, habría corrido a casa y escuchado esta canción



Entre las cosas que él recordó de ella, estaba su gusto por Mar de Copas, el cual ella jamás disimuló y él nunca terminó de entender. Y ya que el encuentro se dio a pocos metros del malecón, podemos musicalizar tanteando el rumbo del mar


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