Escenas de verano
Según SENAMHI, especialistas del tiempo y hasta Google, el otoño hizo su ingreso el 20 de marzo del 2019, desplazando a mi querido y achicharrante verano. El sol, el cielo celeste, las visitas a la playa, los helados, la ropa ligera que seca al toque, son algunos de los motivos por lo que amo al verano, quienes me conocen lo saben. Y ahora que se va, yo traeré a mi cabeza algunos pasajes de veranos lejanos.
- Eran los 80 cuando mis papás y yo íbamos a pasar los domingos de verano a Ancón. Esa playa tenía algo que me gustaba, sus triciclos, los edificios frente al mar, no se. Aunque de niña no me gustaba ir a la playa porque odiaba sentir la arena entre los dedos de mi pie y en mi abundante cabellera, tenía algo de encanto ir a Ancón.
Pasaron los años, cambiamos Ancón por Pucusana, y un verano cambiamos Pucusana por las piscinas que están rumbo al sur, hasta que un día quisimos volver a Ancón. Los triciclos y los edificios frente al mar seguían ahí, de hecho siguen hasta hoy, pero la gente que iba se había triplicado, y vi por primera vez en vivo y en directo, eso que cantan los Nosequien y Nosecuantos en Los Patos y las Patas, el ceviche en bolsa y la sopa en botellón, al costado de un ollón repleto de arroz con pollo y a unos metros de una señora que se lavaba el pelo, con shampoo 2 en 1 en el mar de Grau. Tras encontrar un sitio medianamente habitable, aparcamos un par de horas y nos fuimos. Juro que hasta la fecha no he vuelto a ir a esa playa.
- Tras nuestra última nefasta visita a Ancón, y por un golpe de suerte, bendición, o todos los anteriores, mis papás se hicieron miembros del Club de la Unión. Esto les daba cierto estatus, acceso a la sede principal en la misma Plaza Mayor y, por supuesto, a la sede de playa del club, Los Corales. Mis veranos de adolescencia no se pueden explicarse sin ese club, y no pudieron tener mejor escenario.
La clásica de los domingos veraniegos era ir todos, los 9 integrantes de mi familia, a pasar el día allá. Recuerdo las mañanas en la piscina, el almuerzo en una zona que tenía bancas y mesas de troncos, las tardes en los columpios, yo ya no jugaba ni en el sube y baja, ni en la resbaladera porque ya era grande, y el helado que comíamos volviendo a casa. Un año, empezamos a ir con mi tía entre semana, la pasaba bien, y llegué a mi primer día de clases en el cole con un bronceado envidiable.
- Pasaron muchos años y empecé a ir a la playa con mis amigas. Desde que conocí a mis amigas, las pos pos modernas, se hizo ley ir en verano a la playa, al menos una vez con ellas. Y la pasábamos genial, conversando, riendo, comiendo y, obvio, remojándonos en el mar de alguna playa del sur. Recuerdo que cierto año habíamos quedado para ir a la playa, pero yo me bajoneé justo un día antes y les dije no, mañana no voy.
Se me había olvidado que la persuasión es una gran arma pos pos moderna, por lo que mis dos amigas me bombardearon con mensajes y no pararon hasta que les respondí ok, vamos, pero no prometo pasarla bien. Contra todo pronóstico, fue un paseo playero espectacular. Recuerdo que me metí al mar y salí, después de haber sido revolcada, despeinada y golpeada por las olas, totalmente renovada, mucho mas relajada, tranquila. Se me fue la depre en one. Ese día confirmé el poder terapéutico del mar.
- Como bien saben, yo siempre canto muy entusiasmada Al colegio no voy más, de Leucemia, sin embargo, extraño los 3 meses de vagancia que equivalían a vacaciones, porque podía dormir un rato más, jugar todo el día, ir de vez en cuando a la playa, en fin, hacer lo que se me antojaba. Pero, nunca caí en cuenta de ello hasta hace unos años.
Estaba por salir de mi casa para ir a mis clases de inglés madrugadoras, cuando me percaté de mucho movimiento en la casa de mis vecinos, una familia compuesta por una pareja y varios chicos, entre hijos y sobrinos, la mayoría en edad escolar. Como estaba apurada, para variar, seguí mi camino. Cuando volvía de clases vi, en primera fila, como ellos, sombrilla y maletines en mano, subían a su auto rumbo a la playa. Los envidié con el alma y añoré el colegio, o más específicamente, las vacaciones de verano del colegio.
- Hace 2 años viví un verano horrible, directamente proporcional a la característica de ese año, tan atípico, como antipático. Me la pasé de clínica en clínica, de pinchazo en pinchazo y de doctor en doctor, tratando un tema que creció más por descuido mío que por otra cosa, pero, lo asumo y digo convencida que los peores errores dejan las mejores lecciones.
Ese año ni me asomé a la playa, menos a una piscina. Me la pasé en mi casa, con reposo absoluto, saliendo para ir a la clínica, a que me den un panorama cada vez mas desalentador del que ya tenía. Veía las fotos de mis amigas en la playa, bronceadas, disfrutando el verano y me escandalizaba al ver mis piernas y mi cara blanca, casi, casi transparente. Fue horrible. Ese año comprobé lo que tanto me temía, verano sin playa, no es verano.
Estos son solo algunos pasajes veraniegos, y absolutamente todos relacionados con la playa, elegidos al azar. Este verano no he ido a la playa tanto como hubiese querido, pero si fui a la Costa Verde, como se me ha hecho costumbre, a Punta Hermosa, después de muchos años, y conocí una playa tan cercana, como caleta, a la que espero volver en algún momento.
Ya estoy cerrando mis ventanas por la noche, me estoy cubriendo y he decidido sacar de su encierro involuntario a mis chompas, para ir luciéndolas una a una en estas tardes frías. Si pues, debo aceptar a regañadientes de que ya estamos en otoño.
Canción para rescatar escenas de verano... He contado muchas veces que hay una canción que me remite a un verano de adolescencia que transcurrió en Los Corales. A pesar de que han pasado muchísimos años, la tonada sigue sonando y es, por excelencia, mi canción de verano.
Esta canción me acompañó, por pura casualidad a mis visitas a la playa este año, y no podía ser más precisa. Después de todo yo quisiera conocer playas increíbles, tanto aquí en el Perú, como en el extranjero, y en una de esas aterrizar en Kokomo
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