Dime la verdad
Dicen que no hay muerto malo, y lo dicen con razón. Cuando una persona muere, se enumeran todas sus virtudes y bondades, y si no las tuvo se le inventan, hasta el más maldito de todos, algo positivo tenía, y eso se exagera para pintarlo como un santo que se va a ir derechito al cielo, pero ¿cuántas veces se le dice a una persona viva, en su cara pelada, todas esas cosas buenas que tiene?
Picona como soy me cuesta admitir mis errores, los asumo si, pero me cuesta escucharlos de la boca de otra persona. Por el contrario, me gusta cuando la gente que me rodea, reconoce esas cosas buenas que de hecho tengo, y más todavía si lo dicen en voz alta. Mas que gustarme, me emociona, y hasta el lagrimeo, ya que soy una llorona consumada, y no sé si eso es bueno o malo, pero lo admito con orgullo. He tenido la suerte de escuchar no una, sino varias veces, esas cosas buenas que tengo y que me hacen ser quien soy.
Era setiembre de 1996, estaba de retiro con las chicas del colegio. Si bien la idea era, precisamente, retirarnos del entorno para reflexionar sobre nosotras mismas y adoptar una vida católica coherente, lo que nos entusiasmaba era estar un par de días fuera de casa y compartir dormitorio con la elegida de tu grupo de amigas. Obvio, yo compartí dormitorio con mi mejor amiga de años escolares.
Como Jesús está en el prójimo, teníamos que, inmediatamente después de tratar de descubrir quién era cada quien y que rumbo trataba de darle a su vida, cosa complicada de definir a los 15 años, reconocer a nuestras compañeras, aceptar y quererlas a todas sin excepción. Entonces, la tutora, que era una monjita recontra renegona, pero totalmente entrañable, tuvo la idea de proponer una dinámica llamada la rueda de la sinceridad. Todas nos sentábamos en círculo, una se ponía en el centro y cada una de las casi 50 chicas, mas conocidas como 4to. B, debían decirle todo lo que pensaban de ella.
Mientras mis compañeras se animaban y hasta se peleaban por ocupar la silla del centro, yo pensaba si era conveniente o no ocupar ese sitio. Más por curiosidad que por otra cosa, me senté en el centro, y al volver a mi lugar, estaba llorando de pura emoción, jamás pensé que mis compañeras pensaran cosas tan bonitas de mi. Era mejor amiga de 3 chicas, además de mi mejor amiga confesa, era noble, responsable, dulce, valiente, inteligente, un amor. En ese momento me sentí la Miss Simpatía de mi salón, aunque por ese entonces la película no estaba ni en proyecto. Fue una linda experiencia, que me sigue haciendo llorar cada vez que llega a mi cabeza.
Pasaron 10 años para tener una experiencia similar. Uno de mis cursos favoritos en la universidad, fue el de periodismo radial. El profesor era chévere, mis compañeros de grupo eran súper aplicados y comprometidos y el curso se me hacía sencillo, ya que mi primera práctica pre profesional, que había terminado un par de meses antes de matricularme en ese taller, consistía principalmente en eso, escribir y narrar notas periodísticas. En la primera clase del curso, todos nos presentamos y debíamos contar algo que nos marcara, que se nos haga importante, que nos distinguiera. Yo conté cual era mi pasión por ese entonces, el rock nacional, y todo lo que hacía para ir a los conciertos sin pagar un sol.
Después de las presentaciones, el profesor armó parejas de trabajo y dijo, recuerden lo que dijo su compañero y escriban una breve reseña, la próxima semana la grabamos en cabina. A mi me tocó hacer el trabajo con un chico de pinta intelectual y voz tenebrosa, Alberto, el caminante, que hacía camino al andar. El día que se escucharon las grabaciones no se emitió la mía, pero si la que Alberto había hecho sobre mi. Fue linda. Le daba al rock nacional, el lugar que se merecía en mi vida, en la vida de la chica con pinta de chancona, que se sentaba siempre al lado de la ventana, y que de rato en rato volteaba a verla, tal vez aburrida por el parloteo del maestro.
La voz casi fúnebre de mi partner, le daba un aire de epitafio a su narración, por lo que, después de clase, cuando nos cruzamos y me preguntó qué tal me había parecido le respondí, si hoy muero, me gustaría que escuchen eso que has descrito de mi, porque quiero que así me recuerden, me has emocionado, y si no he llorado es porque no quiero que sepan que soy una sentimentalona de primera. Luego le sonreí y volví a casa, pensando en el camino si le daba buena impresión solo a Alberto, o a toda la clase. Con el tiempo demostré que no solo tenía la facha, sino que, en efecto, soy chancona.
Y la última vez en que me emocioné al escuchar todas mis virtudes, fue en mi último cumpleaños. El Facebook hace difícil que olvides el cumpleaños de alguien, por lo que recibí un montón de saludos, de personas de las que no sabía hace mucho. Si bien todos estos gestos fueron agradecidos, hubieron dos felicitaciones que respondí con especial algarabía porque realmente me hicieron llorar, y me dejaron clarito, como el agua, que mi vida no sería igual si ni hubiera conocido a estas personas y viceversa, y qué bien se siente tener un lugar de privilegio en estas dos amigas que, por esas cosas de la vida, son parte del círculo exclusivo de lectoras favoritas, por lo cual, espero que lean este post y sepan lo feliz que soy de contar con su amistad, su complicidad, su compañía y lo mucho que las quiero.
Creo ser afortunada al haber escuchado hasta en 3 oportunidades, lo buena persona que soy, y lo digo sin falsa modestia, a pesar de ser dormilona, picona y un poco ansiosa, soy detallista, amorosa, discreta, amable, muy dulce y tengo clase, mi propio estilo. Y esas son mis tácticas de guerra, las armas con las que pienso seducir a la vida, aunque esta me de la espalda, la máxima a mis 37.
Canción para ser quien soy... Sin ánimo de ser soberbia, creo que tengo clase, como dije al final del post, porque impacto en las personas que están, o estuvieron cerca mío en algún momento. A veces me divierto con la idea de que puedo ser inmortal, porque vivo en el destino de alguien
Una de las amigas que me hizo derramar lágrimas con su saludo de cumpleaños y lectora fiel del blog, es mi compañera de comilonas, caminatas y conciertos. Hemos ido 2 veces a ver a La Oreja de Van Gogh, y esta es su canción, aunque ella y yo sabemos que con dedicación y un poco de suerte no hay cosas imposibles
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