Loca de ira

Si bien no me distingo por mi optimismo, y soy especialista en ver el vaso medio vacío, nadie puede negar que trato de estar de buen humor, de no tomarme las cosas tan en serio, de reírme siempre que la situación me lo permite. Sin embargo hay situaciones que me cambian la sonrisa por el ceño fruncido en una. En esas ocasiones soy una verdadera ogra, que no se parece en nada a Fiona. A veces mi monstruo interior sale a la luz a espantar a propios y extraños.


Las cosas no siempre son o blancas, o negras, porque hay una amplia gama de grises. Sumando a esto el sabio principio del ying yang, que dicta que todo lo bueno tiene algo malo y viceversa, en la vida real no hay personas 100 por ciento bondad, dulzura y cariño refinado. Hasta la persona más calmada, paciente y bonachona que conozcamos, tiene sus días malos, sus situaciones complicadas, sus mañanas que empiezan con el pie izquierdo, y en esas circunstancias toda su nobleza o sale espantada por la ventana, o decide darse asueto. 

Yo tengo una teoría, algo enredada, abstracta e imaginaria. Creo que tenemos dos monstruos interiores. A uno lo conocemos solo nosotros, y se crea a partir de nuestros temores, recuerdos ingratos, dudas existenciales, etc. Es imposible deshacernos de él, porque es parte de quienes somos. Entonces optamos por la convivencia saludable, dejándolo vivir en nuestro interior, pero sin tomarle tanta importancia, porque mientras más pensemos en él, más crece, más amenaza, más miedo nos da, y más indefensos y desesperanzados nos sentimos, llegando a límites trágicos.

Al otro monstruo lo conocemos nosotros y todos los que nos rodean. Es ese que aparece cuando algo nos disgusta, nos indigna, nos enfurece, y es inherente a nuestro ser, porque siempre hay algo que puede encender nuestra ira. Quienes nos conocen puede que sepan cual es nuestra reacción cuando el enfado llega a nosotros, quienes se ganan nuestra confianza pueden estar advertidos, pero quienes recién nos conocen y piensan que todo nos da igual, se llevan la sorpresa de sus vidas al ver como nuestro color de cara se torna rojo, verde o morado cuando algo no nos cuadra.

La situación actual de este país de las maravillas llamado Perú deprime al más entusiasta y activa el chip de la ira de los que a diario, en un acto casi heroico nos atrevemos a ver un canal de noticias, leemos cualquier diario, sintonizamos RPP o revisamos las actualizaciones de los portales de noticias en las redes sociales. Ejemplos hay al por mayor.


Mi monstruo interior se despierta cuando veo que un cavernícola masacra a una mujer, su mujer, y no pasa nada. La agraviada está postrada en la cama de un hospital, en donde le curan los magullones, moretones y huesos rotos, y entre tanto, una jueza deja que el maricón, autor de la paliza, se vaya a su casa, porque esos golpecitos son lesiones leves. No sé que me da más cólera, si la miopía de la jueza esta que no se da cuenta que la mujer ha sido masacrada, o el hecho de que esta autoridad mediocre tenga en su composición genética un XX y no se inmute por el caso. Si una fémina no se solidariza con otra, entonces ¿qué podemos esperar? Mención aparte merece la idiota de García Jiménez, pero todo el Perú ya conoce su incapacidad y falta de sesos, así que no hablaré más de esa bruta.

Cada vez que visito el Centro de Lima, me convierto en una ogra. Una ogra bien contestona y algo malcriada debo admitir. Quien guarda la compostura frente a un sereno o un inspector de tránsito, merece un premio a la paciencia, y aunque yo me jacto de tener esa virtud, esta se me escapa cuando tengo a un necio en frente. Hasta la fecha yo no comprendo cual es la función de un inspector de tránsito y dudo que tenga una capacitación antes de salir a congestionar aún más las calles de Lima. En el caso de los serenos, tampoco entiendo por qué se les paga, ¿por sentirse los ya no ya molestando a las señoras que venden al paso, o por meter miedo con su camión? A eso se limita su función, y bueno pues, tratar de razonar con personas así, es más difícil que comprender un tratado de física cuántica sin haber pasado antes por la UNI.

Me indigna, y por lo mismo mi hígado sufre al ver que absolutamente nadie hace nada por los jubilados. Tenemos 130 congresistas y ninguno, ni uno solo, piensa en sentarse a hablar con el Ejecutivo y decirle, "oye no es posible que una persona de 70 años o más, se las ingenie para subsistir porque con su jubilación no le alcanza". La pensión no llega ni al sueldo mínimo, y estas personas que ya deben problemas de salud severos, deben hacer lo que sea para sobrevivir. ¿Les parece justo? Da pena, si, pero también cólera porque ellos son la última rueda del coche, y Pensión 65 no solucionó el problema. ¿Lo hará este gobierno? Crucemos los dedos. Y esperemos que haga algo también con EsSalud y todos los hospitales públicos, porque es inconcebible que en el Perú recibir una buena atención médica sea un lujo, y no un derecho.

Y ya que vamos en la línea de las autoridades, lo que más desata mi ira es el Congreso. Más específicamente, cada vez que un congresista fanático del color naranja abre la boca, se desata la rabia en mi, porque no dicen nada importante, solo le limpian la cara a su pseudo lideresa, a quien le guardo tanto cariño como a un cólico menstrual, y presentan proyectos de ley que benefician o a sus amiguitos, o a sus amantes, o a sus bolisllos. Encima, son cara de palo, no tienen ni principios, ni dignidad, y se arañan cuando alguien dice la verdad, que el Congreso se ha convertido en un circo, gracia a  ellos que son los payasos, los mismos que se orinan de miedo si algo enfada a la primera dama de la corrupción.  



Estos son los casos públicos más recientes que me ponen loca de ira, y para no andar gritando improperios a mi televisor, porque ya se que no gano nada haciéndolo, y preservar mi salud física y emocional  evito ver noticias, a lo mucho presto algo de atención a los titulares y por ahí reviso lo que los diarios publican en sus redes, y muy de vez en cuando entro a la edición online de El Comercio, pero eso si, cuando siento que esa noticia empieza a destrozar mis nervios o mi hígado empieza a producir cantidades industriales de bilis, cierro la página al toque. Esto no lo hago en días en que amanezco de buen humor, porque mi ira siempre puede más que cualquier buen propósito.

Canción para calmar a mi demonio interior... Ya me di cuenta que eso de respirar profundo y contar hasta diez no basta para calamar mi enojo, entonces trato de distraerme escuchando una buena canción que me equilibre y me inspire algo de optimismo. Esta, que es mi himno, es por la que suelo optar



Según mi teoría, quienes no nos conocen, se sorprenden al vernos con la cara larga y un gesto que ni se asoma a la sonrisa con la que todos deberíamos empezar una nueva jornada laboral. Nunca se termina de conocer a la gente, y nadie sabe lo de nadie. ni si quiera las historias harto conocidas de las figuras públicas. Personajes como esa chica







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