Ya no me da pena, señorita

Hacerse la víctima es sencillo, sobre todo si creces en una sociedad en la que la mujer es ese pobre ser maltratado, frágil, que necesita de un hombre para validarse y ser respetada. O en un entorno en el que la mujer tiene como meta máxima en la vida casarse y procrearse. Hacerse la víctima es más sencillo que aceptar que en realidad nosotras nos ponemos cabe y nos convertimos en la villana del cuento.


Ya no me da pena señorita, porque usted soportó golpes, insultos, violaciones y demás maltratos físicos, psicológicos, emocionales y demás tipos conocidos y por conocer y no dijo nada. Es más, aceptó las flores, regalitos y palabreo barato y conciliador, porque un exabrupto, un momento de cólera, un arrebato, lo tiene cualquiera. Y entre curarte golpes y celebrar las reconciliaciones, caíste en un círculo vicioso que se cierra con la muerte.

Pudiste denunciarlo pero te dio pena, pensaste en el bienestar de tus hijos, aunque no les haces ningún bien siendo maltratada delante de ellos, concluiste que los trapos sucios se lavan en casa, creíste ilusamente que él iba a cambiar. En el fondo sabías cual era la solución, pudiste haberlo hablado con alguien, debiste haberte armado de valor y largarte, pero no, te quedaste callada y te ahogaste sola. Si crees en el amor serrano, no eres víctima, eres tu propia villana, y por eso no me das pena, señorona.

Ya no me da pena señorita, porque no te resignas a que cuando una relación se acaba, se acabó, y no hay porque buscarle cinco pies al gato. No hay una fórmula científica que explique porque el amor se termina, y es patético ir donde un brujo para hacerte un amarre o darle un brebaje misterioso y de dudosa procedencia al individuo al que hasta hace unas semanas llamabas amorosamente osito, para que se quede eternamente a tu lado, feliz o infeliz, es lo de menos.

La separación tiene varias etapas, y solo superadas todas, una tras otra, puedes tener la suficiente entereza para reconstruir, sin embargo a ti te da flojera, así que estas bien acomodada en la fase de la negación, esperando que el recapacite y te busque una vez más porque su decisión de decirte hasta chau ha sido el peor error de su vida. Abre los ojos, que el único no válido, es el incluido en la farse ya no quiere saber más de ti. Que no lo asumas como hembra que se respeta, no busques curar tus heridas y no quieras empezar de nuevo es tu problema y me da derecho a decirte no me das pena, señorita.




Ya no me da pena señorita, porque así como fue bien mujer para abrirse de piernas y meterse en cosa de grandes, debe saber responder como adulta y hacerse cargo de ese hijo que no esperabas, sino hasta dentro de 5, 8, 10 años o nunca jamás. Nadie te obligó a hacerlo, y por último si la propuesta estaba sobre la mesa, siempre pudiste decir que no, así esto significara ponerle fin a tu almibarada y rosada historieta de amor. Te toca asumirlo, aceptar tu situación e irte olvidando de tus noches de juerga que terminan a las 6 de la mañana, tus borracheras de cada fin de semana y de vivir sin rendir cuentas a nadie.

Es cosa de adultos hacerse responsable, más aún cuando hay hijos de por medio, que llegan junto con una lista de gastos y necesidades prioritarias ante las que no puedes hacerte la loca. Un hijo es una bendición, es verdad, pero cuando tienes como mínimo la capacidad económica y sobre todo, emocional, para recibirlo, criarlo y darle esa estabilidad anímica tan importante. Si te ganaron las hormonas, o el enorme amor que le tenías a ese pata, al que dicho sea de paso vas a estar unida de por vida, porque vana ser padres y ese es un título del que no se pueden divorciar, es tu roche y de nadie más. Tu poca cabeza, falta de criterio y ansias de sentirte toda una mujer realizada, son poses, y no, no me das pena, señorita.

Ya no me da pena señorita, porque te portaste como una reverenda tarada con ese chico, que al menos parecía quererte, porque te aburriste, porque te diste cuenta que no era tan perfecto como parecía, porque eso de la monogamia no va contigo, porque simplemente no era el momento, algo que no pensaste en los seis meses que estuviste atrás de él, convirtiéndote en su sombra, en una stalker profesional, en una obsesiva que no tenía otro tema de conversación que no sea él.

Tu grupo de amigos te escuchó, te alentó, te felicitó cuando por fin lograste tu objetivo, estar con él. Y no comprendió porque cambiaste y te portaste tan mal, por eso no fue sorpresa que duraran tan poco y era poco creíble tu lagrimeo, tus lamentos y tu discurso de yo lo quería, pero soy así, un poco fría, cuando todo el mundo sabe que en realidad no lo eres, pero si que te esmeraste en serlo en el tiempo que estuviste con él. Te portaste muy mal y tú lo sabes, no esperes comprensión, ni piedad, ni segundas oportunidades, porque no me das pena, señorita.


Generar lástima no es bonito, sin embargo algunas personas aman eso, sentirse víctimas de una telenovela insulsa, lamentarse siempre y por todo, llamar la atención con dramas que parecen sacado de alguna película de ciencia ficción de muy bajo presupuesto. Mejor que maldecir la mala suerte, es saber superarla y canjear eso pizca de lástima, por admiración, después de todo, solo se ama lo que se admira.

A veces, las personas, por mas amigas que sean, necesitan saber que protagonizar guiones patéticos y sufrir por todo, aburre hasta al más paciente. Peor, sin esas escenas se las causaron ellos mismos, por su mala cabeza, sus malas decisiones, su terquedad. En estas circunstancias, seamos amigos o espectadores tenemos derecho de decir, y sin sentirnos mal, ya no me da pena, señorita, o señorito, según sea el caso.

Canción para dejar de sentir pena... Y la canción que inspiró el título y tema de este blog. Cristina Rosenvinge era una de mis cantantes favoritas cuando era adolescente y atravesaba ni fase, toda la música que viene de España es buena. A la compasión dile no, y a los dúos con Joaquín Sabina, dales la bienvenida, y a brazos abiertos


Gianmarco, mi Gianmarco, se presenta en Lima en un mes, yo espero entre ansiosa y desesperada, mientras pienso a quién asaltaré. Me entusiasma verlo siempre, pero esta ocasión es especial porque escucharé de su voz una canción que me enamoro a primer oído, y paso a la colección de canciones que pienso escuchar mi vida entera




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