Ni una más, ni una menos
Las cifras de feminicidio y de violencia doméstica, lejos de disminuir, van en aumento alarmantemente. Por un lado, las mujeres que han tratado de denunciar a sus agresores, viven un calvario. Por otra parte, están todas esas víctimas que lo son porque se les da la gana, porque ponen la denuncia y luego la retiran, porque dicen que no saben que hacer, porque tienen la disparatada idea de darles un hogar a sus hijos, espectadores de primera fila de la violencia que se vive entre las cuatro paredes de una casa. Ellas más que víctimas, son sus propias agresoras.
La violencia es un círculo que se rompe cuando rompes el silencio. Pero también cuando rompes el miedo, la incertidumbre y la estúpida idea de que somos el sexo débil. Y es que somos bien relajadas y lengua suelta cuando de despotricar contra los hombres entre nuestras amigas se trata. nos nos cansamos de repetir que los hombres no dan a luz porque no soportarían el dolor, que creemos en la superioridad de las mujeres, que por nosotras el mundo se mueve, que somos lo máximo. Sin embargo, cuando las mujeres víctimas de violencia, porque quieren, llegan a casa y sufren agresiones, una vez más, se les acaba la fiesta y quedan en silencio pensando que si se quedan solas se mueren, no van a comer, no van a enviar a sus hijos a estudiar, no van a ser parte de un hogar.
Nada más alejado de la realidad. Aunque la sociedad, esa misma que cree que por mostrarle las muelas a Cirpiani se va a ir al cielo, está congelada en la época de la carreta y siga creyendo que un hogar es mamá, papá e hijitos, todos aguantando lo inconfesable bajo un mismo techo, nosotras, mujeres del siglo XXI y mente abierta, sabemos que ese modelo no es el único, que ahora hay diferentes modelos de familia, y por supuesto, la mujer divorciada y sola, que se desvive trabajando para que a sus hijos no les falte nada. también es un hogar.
Aunque, claro, no es bonito que en tu DNI figure la palabra divorciada, por todo lo que significa, la desintegración de una familia, las continuas riñas por la tutela y manutención de los hijos, el fracaso de una relación que se supone, iba a ser eterna. Además, está la opinión de la gente que nada tiene que ver en el asunto, pero le encanta meter su cuchara. Y, continuar con la vida, con aires renovados, con hijos que tienen necesidades impostergables y sin nadie al lado. Dicen que más vale sola que mal acompañada, pero cuesta asumir la soledad.
Por eso muchas mujeres prefieren quedarse calladas, hacerse las locas, aparentar que no pasa nada. O, se arman de valor en un arranque de cólera, que en realidad es lucidez, y ponen la denuncia, pero luego piensan las cosas y ven todos los contras, las carencias, las privaciones, los procesos que se vienen, entonces detienen todo lo avanzado, y regresan a la boca del lobo, a soportar los gritos, los golpes, los malos tratos, las malas caras, las violaciones, las heridas emocionales y el llanto, de ella y de los hijos.
Son precisamente ellos, los hijos, los más perjudicados con la violencia doméstica, porque eso puede generar problemas a todo nivel, principalmente psicológicos. De un lado, niños que crecen en un entorno violento replican lo visto con sus hermanos, compañeros, amigos, profesores. Pero va más allá. Si una niña ve que su madre toda la vida ha sido maltratada, tal como lo es la hermana mayor, la prima, la tía y lo fue la abuela, la bisabuela y hasta la tatarabuela, asume que las agresiones físicas, verbales, psicológicas, emocionales y sexuales, son normales, son parte de una relación. Nada más alejado de la realidad, ¿o no? Si no erradicamos la violencia doméstica ahora, de un sopapo, si nos quedamos calladas, si aguantamos, nos perjudicamos todas.
Se perjudican las hijas que tienes, o tendrás, o quienes vean de cerca ese ejemplo y lo tomen como algo normal, como la parte mala que tiene toda relación, en el amor hay besos y golpes, pensarán. Y nos perjudicamos las mujeres que se cruzarán con el maricón que no se cansa de maltratarte, convirtiéndonos en víctimas potenciales. Por suerte, ahora que todo el mundo marcha y protesta, las mujeres del país replicamos los ejemplos iniciados en el extranjero, y bajo la premisa tocan a una, nos tocan a todas, decimos ni una menos.
Este 13 de agosto damos otro paso, masivo, pacífico, pero a viva voz para frenar, erradicar y castigar ejemplarmente a los boxeadores frustrados, llámese agresores, que pululan por todas partes, a esos a quienes la justicia ve con condescendencia, a esos que creen que son superiores porque mantienen el hogar, porque tienen algo entre las piernas, porque Dios los creó primero.
Salir a las calles no es la única manera de participar en este movimiento. Informemos, sumemos, retransmitamos, viralizemos, hay muchas maneras de brindar apoyo. Esta movilización es una manera de visibilizar el problema y demostrar que nos importa a todas, las que no somos afectadas, y las agredidas directamente, que son quienes deben dar un paso más, armarse de valor, denunciar, y llegar hasta el final del proceso, sin lamentaciones, sin titubeos, sin sentimentalismos, sin credulidad en esas promesas que ya escuchaste varias veces y sabes que durará hasta la próxima borrachera, discusión, u olvido involuntario de lavarle las medias, lo que suceda primero.
Si marchamos por la igualdad, porque una corrupta, autoritaria y vaga no llegue al poder, porque estamos hartos de tanta televisión basura, por qué no marchar para exigir penas ejemplares para tanto maricón que lo único que sabe hacer es levantar la voz y pegar para demostrar su ignorancia, porque eso es lo único que demuestra la violencia. De paso, que se reduzcan las notas de crímenes hacia mujeres, y se abran las mentes de aquellas que se animan y se desaniman. Tocan a una, nos tocan a todas, y por lo menos, yo no quiero que nadie, absolutamente nadie, me toque.
Canción para decir ni una menos... Esta canción es mi himno, quienes me conocen de cerca lo saben, porque aunque cueste, aunque falte voluntad, o manos, debemos seguir remando, siempre hay alguien que da el ejemplo. Muchas de mis amigas me están dando el ejemplo comprometiéndose con la marcha, entonces solo queda sumarse a su entusiasmo y decir avanti morocha
Para olvidarnos de la violencia, primero debemos valorarnos, ser auténticas, querernos como somos, y creernos el concepto que tenemos de nosotras mismas. O sea, al diablo lo que piensen los demás. Tragarnos convencionalismos, o actuar como la sociedad espera es otra forma de violencia, sutil, pero violencia al fin y al cabo
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