Y vivieron felices... pero no por mucho

Los cuentos de hadas que escuchamos y/o vemos desde niñas son una tremenda estafa, y eso ya lo sabemos. Para ahorrarnos paltas existenciales a tierna edad o para tener abundantes ganancias en taquilla, Disney decidía cerrar el cuento cuando la desvalida heroína y el príncipe se casaban "y vivían felices por siempre". Yo propongo ponernos creativas y pensar que pasó entre las princesas y sus príncipes después de la luna de miel (o qué pasó si a la princesa se rebeló harta de esperar durmiendo).


Cenicienta se probó el zapatito de cristal, todo el reino celebró la boda y les dijo chau chau a sus hermanastras, a la malvada madrastra y se mudó al palacio. Hasta ahí todo bonito. Sin embargo, esa mudanza traía de la mano una serie de cambios que Cenicienta, campechana y bondadosa como era, debía asumir, porque ahora era su alteza real la princesa Cenicienta. Cambios que incluían aprender modales y memorizar protocolos para los próximos eventos a los que irá del brazo de Azulito, así llamaba ella al príncipe.

En La Cenicienta 2 sabemos lo que pasa, ella se aburre porque ya no podía jugar con los ratoncitos, ni conversar con los pajaritos, ni corretear a los conejitos y demás criaturas del bosque. Lo que no cuenta la película es que aprenderse de paporreta el manual de Carreño,  la cruzada de piernas, la vestimenta según la ocasión y el bailar con la gracia que una princesa supone la agotaban, la estresaban, la hastiaban y la volvían presa fácil de la depresión y los desórdenes mentales. La pobre Cenicienta terminaría en terapia, huyendo de la disciplina y perfección que supone vivir en palacio con un hombre de apellido rimbombante que viaja un día si, y  al otro también.

De otro lado, Blanca Nieves se cansó de dormir y de esperar al príncipe que no tenía cuando llegar. Entonces se despertó, les enseño a los enanitos a valerse por si mismos, es decir cocinar, limpiar y tender sus pequeñas camitas y se fue del bosque, no sin antes despedirse de sus amiguitos, los animalitos. Todos le preguntaban ¿A dónde vas Blanca Nieves? Y ella les respondía, a recuperar lo que me pertenece.

Envalentonada se va a su pueblo natal y enfrenta a la malvada reina. Le embute las manzanas envenenadas y se nombra reina. Dueña y soberana de sus tierras, dirige su nación al progreso y en sus ratos libres busca por ahí algún príncipe, o mejor aún rey con el que pueda unir su país y lo haga más grande y poderoso. Ella no busca ni rescates, ni protección, ella se cuida a si misma, se vale por si sola, al mejor estilo de los 90's, ella baila sola. Lo sabe y se siente orgullosa de ello. Es una princesa moderna.


Al final de Enredados, la película protagonizada por Rapunzel, el ex malandrín convertido en héroe dice que después de años de súplica, ella acepta casarse con él. La pregunta es, ¿si estaban enamorados y uno era el sueño del otro, por qué ella se hizo de rogar? Porque Rapunzel era astuta. Ya no era la niñita que vivía encerrada en una torre ubicada en los confines del mundo, custodiada por una malvada mujer que quería ser joven eternamente, ahora era una princesa, y se merecía un príncipe. Además, sabía que Eugenne tenía un historial en el que destacaban varios delitos, entre ellos robar la corona, y no se sabía de dónde había salido. Recuerden que él había crecido en un albergue para niños huérfanos.

Entonces, mientras Eugenne buscaba caerle en gracia a los reyes, Rapunzel se iba a cuanto evento de la alta sociedad se le presentaba y conocía a chicos  procedentes de buena familia, y quien sabe, uno que otro príncipe. Rapunzel con su carita de niña buena, se las sabia todas y mientras ella coqueteaba, tenía a Eugenne en la banca de suplentes, esperando por si acaso ningún otro pata la convencía. Efectivamente, un día, en medio de una resaca, la princesa se da cuenta de que el ex delincuente juvenil ya se había reformado, la quería, la respetaba, así que era momento de darle el sí, so pena de que si se portaba mal, chapaba sus chivas y se iba del palacio, porque ahí la de sangre azul era ella.

La suerte de Tiana, la protagonista de La Princesa y el Sapo, se pintaba algo distinta. Tras la fastuosa boda, ella abrió su restaurante 5 tenedores, El Mesón de Tiana. Y le fue tan bien que abrió otro local, y otro más. El Príncipe seguía tocando en la banda que amenizaba el ambiente y la acompañaba a las inauguraciones y eventos de la alta sociedad, donde ella daba el toque del sabor. Y todo hubiera sido perfecto, si no fuera porque ella se dio cuenta de que el ex sapo era medio vagoneta, y ella se estaba volviendo adicta al trabajo.

Con un horario de 24x7, Tiana no tenía tiempo para nadie, ni si quiera para su Príncipe. Por eso, poco a poco se hizo costumbre ver al que fuera alguna vez un sapo feliz, acudiendo a visitas oficiales, viajes y conciertos benéficos solo, o del brazo de su madre. La relación se desgastó poco a poco, cada uno andaba por su lado, hasta que un fatídico día, un comunicado remeció las salas de prensa de todo el reino. Los príncipes habían decidido divorciarse por diferencias irreconciliables y agradecían el respeto con el que la noticia sería tratada. San se acabó, el Príncipe seguía con su relajada vida y Tiana inauguró su cuatro restaurante.

Si las princesas con sus hadas madrinas, sus castillos de ensueño y sus vidas casi resultas no la tienen fácil, nosotras menos. Con la diferencia de que nosotras no seguimos un guión, no somos perseguidas por los paparazzi, no tenemos que anunciar mediante comunicado de prensa nuestros rompimientos y no buscamos príncipes, porque el único que valía la pena era Guillermo de Inglaterra y ese está bien casado y procreado con su Catalina.

La vida no nos promete un final feliz, porque después de todo nosotras escribimos nuestra historia con aciertos y desaciertos, con besos a sapos que nunca se convirtieron en príncipes, con inversiones de tiempo y energías en malandrines que no valían la pena, con proyectos que no prosperaron. Es bueno recordar que la vida no se acaba con el matrimonio, ese es solo otro capítulo que se escribe de a dos, y de esos dos depende decir y vivieron felices hasta que toque abrir un nuevo episodio.

Canción para escribir nuestro propio guión... Ya lo dije no buscamos príncipes, ni héroes, solo hombres que nos respeten, nos valoren, nos quieran, y por ahí que nos mimen. Mejor todavía si aceptan nuestra propuesta de escapar al cielo con nosotras



Los cuentos dan material novedoso a las enredadas telenovelas. Debo confesar que siempre que hay una telenovela peruana nueva, trato de seguirle el rastro y me atrapa o la descarto en una. Pobre Diabla me enganchó a medias, pero más allá del argumento, los protagonistas y antagonistas, o la escenografía, lo que más me vacilaba de la novela era la canción. A veces me sentía así, una pobre diabla enamorada


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