La historia del adiós
Las cosas en frío y a la distancia correcta se ven diferentes, en su real dimensión, salvables, mejor. Esa distancia puede ser emocional, cuando pasado el tiempo ya no nos encontramos inundados de nostalgia o tristeza, o puede ser geográfica. Esta última, si bien cuesta más, y es esporádica, es más divertida, más prometedora, más reveladora.
Me gusta viajar. No es algo que haga a cada rato, pero cuando se me presenta la oportunidad al lado de un arrebato, busco compañía, armo itinerarios, maletas y voy a mi siguiente destino. Mi trabajo en cierta ONG cuyo nombre prefiero no recordar, me permitió viajar a distintos lugares, por motivos estrictamente laborales. Esos viajes de trabajo no te permiten hacer turismo, pero al menos te dan una panorámica del nuevo lugar y decides si vuelves o no. Eso me pasó en Chiclayo, ciudad a la que regresé, y volvería, porque me gusta mucho. Su gente, su comida, su cultura, es una experiencia imperdible. Lo contrario sucedió en Cerro de Pasco. Su bosque de piedras debe ser muy bonito, y su gente tiene esa calidez peculiar de la sierra, pero no me vuelvo a someter a su altura y su frío de congeladora. Una vez fue más que suficiente.
Esos viajes que me permitía hacer la ONG, los hacía sola. Algunas veces me iba a cubrir congresos, eventos o encuentros, con toda la gente que iba a participar, pero no conocía a nadie, por lo que si bien me hacía de algún conocido, solía alojarme sola. La primera vez me sentía totalmente descuadrada, por lo que pasé buena parte de mi tiempo libre frente a una computadora, comunicándome con mi familia, o mi enamorado de ese entonces, el Oficial.
Recuerdo que el Oficial no quería que vaya a ese primer viaje de trabajo. Traté de convencerlo de que era una gran oportunidad, o sea, no a cualquiera envían a un congreso para cubrirlo, y él se debatía entre el que orgulloso me siento de ti y el no puedes ir porque estoy enfermo y tu deber es quedarte y visitarme todos los días hasta que me sienta mejor. Evidentemente yo hice oídos sordos a su opinión, me subí al bus y me fui a Chiclayo.
El último día del evento, todos los participantes se fueron a pasear, hacer turismo y compras. Como yo andaba misia, me quedé en el hotel y empecé a caminar por los alrededores. En medio de esa caminata encontré un parquecito con columpios, tobaganes, sube y bajas y demás juegos. Entré y me senté en una banquita. En ese momento dos preguntas revoloteaban en mi cabeza. Primero, si habría mucho problema si me subía a un columpio, y segundo, si mi relación con el Oficial tenía sentido.
Las cosas andaban mal, eso lo sabía, y también sabía que yo tenía mucha de la culpa del desgaste de la relación. Pero había cariño, comodidad, un montón de códigos creados, historias compartidas, gustos en común. O sea, yo encontraba razones para seguir, pero también otras que me indicaban que la cosa o cambiaba, o se terminaba ahí. No tenía ninguna certeza, pero si al menos, algunas ideas que me permitieron volver renovada a Lima. La teoría de las cosas en frío y a distancia se ven mejor era cierta. Necesitaba ese tiempo a solas, pero tres días no fueron suficiente.
Si cuando me había ido las cosas estaban mal, a mi regreso todo se puso peor. Él no fue a recogerme, y ni si quiera se asomó por mi casa ese día. Lo llamé y me dijo que estaba muy enfermo, y que esperaba que yo fuera a verlo, cosa que no hice porque me sentía cansada después de un largo viaje, y solo quería descansar y almorzar con mi familia. No tenía ánimos de hacer otro viaje interprovincial para verlo y discutir, porque estábamos en esa etapa en la que cualquier excusa es buena para pelearnos y recordarnos que si lo que teníamos estaba mal, era por culpa de los dos.
Llegados a ese punto, la única salida juiciosa era terminar, ¿no? Sin embargo, no lo hice inmediatamente por una gran razón. El Oficial y yo teníamos planes de matrimonio, el anillo y la pedida oficial serían poco antes de que termine la universidad, y una vez concluida la carrera, nos casábamos. Si bien yo, criada con cuentos de princesas y ferviente lectora y coleccionista de revistas de novias, sueño con casarme algún día, la idea no me entusiasmaba mucho. Es más, cada día me emocionaba menos.
Una de las tantas razones eran los celos del Oficial. En un primer momento eso me enternecía, hasta me gustaba, debo admitirlo. Pero con el correr de los meses y el aumento de su paranoia, la cosa ya me asustaba. ¿Debería vivir así toda mi vida?, ¿estaba dispuesta a cambiar mi manera de ser, de hacer, de hablar y de vestir para salvaguardar mi tranquilidad emocional?, ¿tenía que olvidarme de tener amigos hombres, so pena de menudas peleas en el futuro? Todas esas preguntas se resumían en una, ¿realmente quería seguir? Si bien, solo yo tenía la respuesta quería un consejo franco, sensato, de una persona que me quiera de manera genuina, y por lo tanto quiera mi bienestar.
La primera persona en quien pensé fue Giu, mi mejor amigo. Lo conversamos, él me escuchó (o mejor dicho, leyó, porque fue una extensa conversación vía msn), y me dijo su opinión: llévalo a un psicólogo, porque esos celos no son normales. Yo intuía la reacción del Oficial si le comentaba la opinión de Giu y la pelea que vendría seguidita no más. También pensé lo que Giu me sugería y recapitulaba todas las escenas de celos que el Oficial y yo habíamos protagonizado, y los terceros involucrados, que iban desde mis amigos de la universidad hasta el Chato, el guitarrista de mi banda local favorita de ese entonces, TK.
Eso se sumaba a una macabra idea que revoloteaba y revoloteaba mi cabeza: "te voy a sacar la vuelta para que me celes con razón y así ganamos los dos". La verdad es que nunca hubo tanta confianza, la comunicación se había desgastado al reemplazar los diálogos por discusiones y más discusiones y el respeto ya se estaba perdiendo, o sea, no había lugar para nuestro amor, ya no tenía sentido continuar. Yo sabía lo que debía hacer, y no lo quería asumir, lo cual empeoraba la situación.
Eso se sumaba a una macabra idea que revoloteaba y revoloteaba mi cabeza: "te voy a sacar la vuelta para que me celes con razón y así ganamos los dos". La verdad es que nunca hubo tanta confianza, la comunicación se había desgastado al reemplazar los diálogos por discusiones y más discusiones y el respeto ya se estaba perdiendo, o sea, no había lugar para nuestro amor, ya no tenía sentido continuar. Yo sabía lo que debía hacer, y no lo quería asumir, lo cual empeoraba la situación.
Hasta que un día sin querer estallé cual olla de presión. Le dije que ya estaba cansada de sus llamadas cinco veces al día para contarle detalle a detalle como se desarrollaba mi vida, que ya no soportaba su paranoia, que odiaba que no respetara esos pocos espacios que reservaba para estar con mis amigas, que no daba más, que la relación ya no daba más. Después de hablar sin sentido, de entercarnos los dos, de un desgaste de energías y de llorar se acabó todo.
Los días siguientes fueron raros, era la sensación que se tiene después de un temblor, y claro pues, yo había sobrevivido a un cataclismo emocional. Por todo lo vivido y tras unas sentidas disculpas, tratamos de darnos una segunda oportunidad, pero no había caso, teníamos mucho que reconstruir y honestamente no tenía ni voluntad, ni empeño, así de simple. Él se volvió una sombra, llamaba, enviaba mensajes y, tal vez sin querer, se puso muy drama queen, hasta que un día me contó que sus celos iban más allá de lo que imaginaba.
El poco cariño que quedaba se esfumó de un plumazo, definitivamente necesitaba un psicólogo y urgentemente, pero como yo estaba lejos y "a salvo" no sugerí nada, sólo le pedí que desapareciera, y así lo ha hecho hasta ahora. ¿Me arrepiento de haber terminado? No, porque si bien el Oficial representaba la ecuación resuelta, a la larga no hubiera sido feliz, no hubiera vivido bajo mis reglas, y según el pronóstico de varias personas cercanas a mi, no hubiera terminado la carrera y menos la hubiera ejercido. Esa es la historia del adiós, la muestra de que cuando hay desconfianza y poca voluntad, no hay amor que valga.
Canción para tomar decisiones... No recuerdo con exactitud que canciones me acompañaron en el viaje que significó el inicio del fin, pero si recuerdo que durante mi idilio con el Oficial tuve presente esta canción, desde que lo conocí hasta después de terminar. Valgan verdades hasta la fecha esta canción me pone un montón
Los viajes me emocionan, y ya que hemos hablado de viajes en el post de hoy, voy a poner la canción con la que armo maletas y pienso en mi próximo destino. Total, dos, tres o diez días en la vida nunca vienen mal
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