Susana Charlotte

Susana Charlotte nació en el marco de una familia feliz, papá, mamá y hermana mayor. Susana Charlotte fue criada para ser una señorita con valores. Susana Charlotte creía en la familia tradicional. Susana Charlotte no sabe si el cuento del sapo que se convierte en príncipe puede volverse realidad.


Susana Charlotte creció escuchando los cuentos de princesas desafortunadas, bosques encantados, brujas malévolas, príncipes heroicos, hadas madrinas pertinentes, hechizos resuélvelo todo y finales de dicha eterna. Por supuesto, también vio todas las películas inspiradas en estos cuentos made in Disney. Obvio, Susana Charlotte cree que siendo noble, generosa y cien por ciento dulzura refinada, encontrará su final feliz, siguiendo el camino marcado por su mamá, casarse con un hombre trabajador y bueno que le permita constituir su propio hogar modelo.

Susana Charlotte era una alumna aplicada, que iba impecable al colegio todos los días, sus cuadernos bien forraditos con vinifan y sus libros, nunca garabateados ni con lápiz, eran ejemplo de pulcritud, su caligrafía y ortografía era perfecta. Susana Charlotte escuchaba sus clases con las piernas juntas y si bien su mamá no tenía nada en contra del deporte, se negaba a que su hija marche por fiestas patrias porque a) ella pensaba que esa era una tradición inútil (si, su mamá era de las mías) y b) marchar no es cosa de señoritas.

Susana Charlotte no tuvo mucho problema en ingresar a la universidad, es más ingresó en su primer intento. Lo mismo le pasó a Carlos Ignacio, un chico que conoció en la pre, y por el que se derritió desde la primera conversación sostenida. Susana Charlotte no le había dicho a nadie que le gustaba este compañerito, solo a su diario en el que llevaba la cuenta de los días que se saludaban con beso, las conversaciones que mantenían, así sean mínimas (contaba incluso cuando él le pedía el corrector o un lápiz), y las miradas que intercambiaban y que Susana Charlotte interpretaba como evidencias inequívocas que ella no pasaba inadvertida para él.

Susana Charlotte se hizo de un simpático grupo de amigas en la universidad. Paraba con ellas, almorzaba con ellas, hacía los trabajos de grupo con ellas y algunos fines de semana se iba de fiesta con ellas, pero solo hasta las dos de la mañana, una hora prudente para que una señorita decente vuelva a su casa. Susana Charlotte no bebía, a lo mucho un coctelito, porque su mamá y su hermana jamás se habían embriagado, eso atentaba contra su papel de mujer educada, dulce y noble. O sea ¿cuándo una princesa ha interpretado un bochornoso papel, producto de las copas de más?


Susana Charlotte notó que una amiga, la rebelde, que no era de su grupo y para nada era noble, recatada y dulce como ella, llamaba aún más la atención de Carlos Ignacio. Él hacía los trabajos de grupo, almorzaba, acompañaba al paradero y hasta iba al cine con ella, que era media desaliñada y protestona, o sea, la antítesis de Susana Charlotte, cuyo corazoncito se partió en mil pedazos, como la canción de Cristina y los Subterráneos, la tarde que vio a su amado Carlos Ignacio y la rebelde, agarrando en el jardín que estaba junto a la facultad.

Susana Charlotte se resignó y le contó a su diario, único testigo de su idilio, el trágico final de su historia de amor. Lo más triste es que ella observaba en primera fila el desarrollo del cuento amoroso de su "ex" (aunque nunca había estado con él), porque estudiaban en la misma facultad y, como si fuera poco, Carlos Ignacio y la rebelde eran la pareja de moda. Llegaron las vacaciones. Susana Charlotte se mudó a una playa del sur, en donde su familia alquilaba una casa, y entre el mar, sol, limonadas heladas y tardes de lectura sobre la hamaca de la terraza, se olvidó de Carlos Ignacio.

Susana Charlotte estuvo presente la primera tarde que su hermana mayor llevó a su enamorado a la casa de playa. Como todo cortés caballero, el muchacho este iba a la casa a las 4 en punto, cada tarde, conversaban en la sala o en la terraza y a veces se quedaba para el lonche. Cada visita se desarrollaba en medio de la más cuadriculada formalidad, y las ocasionales salidas a fiestas o playas aledañas, eran previamente autorizadas por los padres de Susana Charlotte, quienes también fijaban hora de partida y llegada. Así debían ser las cosas, porque después de todo, la hermana mayor de Susana Charlotte también era una señorita de su casa.

Susana Charlotte volvió a la universidad, tras las vacaciones y la primera noticia que escuchó fue que Carlos Ignacio y la rebelde se habían cantado da la vuelta y vete ya, o sea, la historia entre ellos había llegado a su fin. Los motivos nadie los sabía a ciencia cierta, pero por ahí se había filtrado de que la rebelde había ampayado a Carlos Ignacio trampeando con una amiga del barrio, la misma que nunca le dio buena espina, es más hasta le causaba urticaria. Susana Charlotte hizo oídos sordos a todo lo que decían y empezó a rondar a Carlos Ignacio, era su oportunidad.

Susana Charlotte y Carlos Ignacio empezaron a salir. Después de las clases iban por un café, él la acompañaba a su casa, hasta fueron al cine un par de veces. Una tarde, él la besó y Susana Charlotte se sintió la mujer más afortunada del mundo, mientras le narraba a su diario todo lo acontecido. Los besos se sucedieron a lo largo de todo el ciclo, sin embargo, él nunca se le había declarado como ella soñaba y como suponía debía ser. Entonces enfrentó la duda y un día, en medio de una acaramelada conversación le soltó esa pregunta tan complicada de pronunciar y responder, sobre todo si la cosa no va tan en serio. Carlos Ignacio balbuceó, le dijo que era mejor conocerse poco a poco y que eso de los rótulos no iba con él. Susana Charlotte asintió y aceptó, aunque ese palabreo le dejó mas dudas que certezas.


Susana Charlotte quedó sorprendida, al igual que su papá y su mamá, cuando su hermana de buenas a primeras anunció que se iba a casar con el mismo enamoradito que la visitaba en la sala de su casa de playa, cada tarde durante el verano. Tenían menos de un año juntos, y aunque se veían bien y parecían llevarse bien, todo era muy apresurado. Los papás de Susana Charlotte en un primer momento se opusieron, ya que su hermana aún no había terminado la carrera, y el orden de las cosas es claro e inamovible, primero finalizabas los estudios en una universidad de prestigio, jamás instituto, luego te casabas con un egresado universitario también, que de preferencia tenga maestría. Después de una larga y, sospechaba Susana Charlotte, muy seria conversación, sus papás aceptaron el matrimonio. En un mes su hermana estaba entrando de blanco a la misma iglesia en donde se casaron sus papás. Seis meses después Susana Charlotte se convirtió en tía y comprendió mejor la premura de su hermana, y de sus papás, por supuesto.

Susana Charlotte se dio cuenta con el correr de los meses que Carlos Ignacio era algo relajado y demasiado cariñoso con sus amigas, y no le gustaban para nada los apachurrones que les daba cuando se las encontraba por la calle. Pero Susana Charlotte creía que el amor todo lo podía, por eso se esmeraba en seguir siendo buena alumna, imaginando erróneamente que Carlos Ignacio imitaría su ejemplo. Eso nunca sucedió. Lo que si sucedió fue que Carlos Ignacio le pidiera que se relajara con el tema de sus amigas, porque después de todo, eran como sus hermanas.

Susana Charlotte se cansó de la desidia de Carlos Ignacio, de la hipocresía de su familia y de las tardes de café con sus amigas, en donde las conversaciones se centraban en la casa de playa que alquilarían, el viajecito a Cancún para fin de año, la fiesta en la casa de alguna familia de apellido compuesto, o el auto que se iban a comprar. Le llegó, era más apariencia y pose de la que podía soportar. Por eso decidió poner las cosas en orden y vivir bajo sus reglas, sin enamorados dejados, sin familia modelo, sin amigas mononeuronales.


Susana Charlotte repensó las cosas, se dejó de parámetros y de ideas cultivadas en su cabeza desde siempre. Todas las tardes corría a una banca del parque cercano a su casa y se replanteaba todo, llegando a conclusiones demasiado arrebatadas para ella. Poco a poco volvió a dibujar su vida y sus principios. Cambió de carrera, de amigas, de casa y se alejó de todo aquello que no le hacía bien. Lo sabía porque lo había enlistado, si, habían ciertas manías de las que no se podía deshacer, por ejemplo la organización extrema.

Susana Charlotte ya no creía en la perfección, ya no la buscaba, ya no se atormentaba con esa idea. Si las cosas le gustaban y estaban bien para ella, le bastaba. Todas las noches antes de cerrar el último libro adquirido, pensaba en cuanto había cambiado y en lo bien que se sentía. Perder el miedo y romper el molde le hizo mucho bien.


Canción para perder el miedo, romper patrones y cambiarlo todo... A veces ser tan tercas no es lo mejor, por eso es mejor abrir ventanas, mirar lo que hay más allá de nuestras narices y cambiar de opinión. Susana Charlotte así lo hizo. Cambio de gustos musicales, por ejemplo, y ahora disfruta mientras compara su historia con la de Alicia, que va en un coche



Otra canción infalible para Susana Charlotte, es esta, a la que acudía cuando se bajoneaba y pensaba si estaba haciendo lo correcto. Entonces  recordaba que si no traicionaba a aquello en lo que creía, todo estaba bien. Y si todo estaba bien, ole por eso






  

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