To be continued

Cuando tenía 12 o 13 años me encantaba ver las series americanas que transmitía Global y Panamericana. Me las veía todas con inusitada atención, reía, lloraba, hasta memorizaba algunos diálogos. Y así como me entusiasmaba ver nuevos capítulos de estas series, me enfurecía cuando terminaban con la frase to be continued. En la vida real, no es así.
 
 

Hay conversaciones, miradas, abrazos o besos que son interrumpidos de buenas a primeras y, al menos a mi, me dejan ese sabor a continuará, a que ahí no termina la cosa, a que hay una segunda parte, a que ese corte violento equivale a puntos suspensivos. Y obvio, me creo expectativas en cuanto a como seguirá, que ocurrirá cuando retomemos eso que dejamos a medias, o me hago una pregunta menos esperanzadora ¿lo retomaremos o será una historia con final abierto?
 
La vida es así, una historia con final abierto, porque las cosas no siempre resultan como las esperamos. Nos podemos poner en mil circunstancias y sucede eso que jamás pasó por nuestra cabeza, para bien o para mal. Por ejemplo, el Eterno. Si, yo sé, es figurita repetida, pero es preciso citarlo esta vez. Jamás imaginé enamorarme de él, pero me templé y mal. Menos pensaba que yo le gustaba a él, pero así fue, los dos nos gustábamos, compartíamos ese secreto, pero no nos animamos a revelarlo. Y cuando la idea de besarlo alguna vez era materia olvidada, sucedió. 
 
Como lo he contado miles de veces, ese no fue el final, fue la primera línea de un colofón largo, extenso y más interesante que la novela en si. Se que eso es una metáfora, pero si alguien escribiera nuestra historia rompería parámetros, ¿ dónde se ha visto un anexo más interesante que el argumento central? Volviendo al tema, ese beso me dejo una ligera sensación de continuará. El tiempo lo convirtió en costumbre y preámbulo, y me permitió sacarme una que otra espina y aclarar eso que no pude contar 20 años atrás.
 
Para mi, el to be continued es toda una teoría en la que la intuición tiene mucho que ver. Si afinamos los sentidos y hacemos algo de memoria, puede que encontremos al menos una ocasión en que algo bien dentro y en voz bien bajita nos decía esto (conversación, beso, abrazo o similar) no se acaba acá, y no era producto de nuestras ganas de que sea así. El tiempo (breve o extenso no es especificado) le da la razón a ese casi susurro, y muchas veces ocurre en el momento menos esperado, o el menos oportuno, recordemos que el destino es caprichoso e irónico.
 
 

 
El to be conitnued se aplica en casos aislados y también en relaciones. Terminar no es fácil y en la etapa de la negación, cuando no creemos lo sucedido y vivimos esa sensación post noticia bomba, y previa al llanto desconsolado, la recriminación, la ira y la resignación, creemos que ese se acabó, no es el final. A veces tenemos razón, nos quedó algo por decir y la relación supera con esmero, paciencia y dosis inmoderadas de cariño, ese traspié que casi la hace naufragar. Otras veces esto jamás sucede, se terminó y nos toca asumirlo y desbaratar ese continuará de nuestra cabeza.
 
Al lado de la teoría del to be continued está la teoría de las segundas partes que, dicen por ahí, nunca son buenas. O sea, las segundas temporadas siempre son bienvenidas con expectativa y a brazos abiertos, pero las secuelas no corren la misma suerte. Un ejemplo clarito está en la televisión y las películas.
 
Las segundas, terceras, quintas o duodécimas temporadas son esperadas y bienvenidas, con cambios, ajustes, vueltas de tuerca, siempre hay un factor sorpresa que se filtra antes del estreno y aumenta la conmoción. Eso equivale a la conversación, abrazo, beso, agarradita de la mano que te deja una sensación inexplicable de que hay algo más en camino. Sin embargo, en el cine, las secuelas no siempre tienen éxito. Por ejemplo, Matrix. Creo que no soy la única que opina que esa segunda y tercera parte malograron una película que revolucionó el género de ciencia ficción para siempre. ¿Por qué? Por un argumento mal hecho, sin sentido, innecesario. Lo mismo ocurre con esas relaciones nocivas que ya no tienen ni pies, ni cabeza, que es mejor desechar, pero en las que insistimos, sin saber bien por qué.
 
No me voy a hacer la loca, a mi me ha pasado y más de una vez. Tras finales épicos he tratado de vivir una segunda parte, siendo la única razón de que habíamos tenido un primer round y todo lo vivido no merecía ser descartado de buenas a primeras (aunque el final se veía venir hace rato). Es obvio que nunca funcionó. A veces el entusiasmo no basta, y las razones para insistir brillan por su ausencia. Sin embargo, siempre hay excepciones con argumento sólido, voluntad de sobra y respeto. Esos casos nos devuelven la fe y nos demuestra que las secuelas también pueden ser exitosas.
 
 
Si bien la sensación de continuará nos genera una ansiedad incontrolable, no es bueno inflar las expectativas. En realidad eso nunca es bueno porque no sabemos lo que ocurrirá, puede que solo se repita lo de siempre, una conversación a medias, un abracito de hermanos, un casi beso que se queda en el intento. Es mejor, no prestarle más atención de la necesaria a ese presentimiento, seguir con nuestra vida y que esta nos sorprenda si se le da la gana, y si no, que nos de lo mismo, pensando siempre que todo ocurre por una insospechada, refundida y, en un primer momento, injustificada razón.  
 
También están los casos en que la conversación sacó a la luz un montón de verdades, el abrazo nos movió el piso a su antojo y el beso finalmente se dio. Entonces ese continuará trae de la mano un cambio total, y brutal, un nuevo capítulo que vale la pena vivirlo y escribirlo de a dos, una nueva temporada con esos cambios que esperábamos, que urgían y que muy dentro nuestro sabíamos que se iban a dar.
 
Canción para las segundas temporadas... Mientras escribía este post se me vino una canción de Gianmarco a la cabeza, porque dice él que la historia que encierra la canción tiene segunda parte, que hay un cuerpo y otro delirio que son amigos, que en las diferencias está la igualdad y para demostrarlo, basta una gota de lluvia
 
 
 
Las relaciones no se acaban cuando nos queda algo por decir, cuando hay una explicación necesaria de por medio o debemos redondear una idea. Entonces aunque duela, aunque a lo mejor no tenga mucho sentido, aunque no haya esperanza pero no hay peor intento que el que no se hace, podemos decirle a la otra persona quédate, una sola vez más, como canta la desaparecida Soraya
 
 
 
 
 

 


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