¿Qué le viste?
Esa pregunta me la han hecho un montón de veces, y seguro que a ustedes también. Es la típica de la amiga que lo vio por primera vez y recordó una película de terror o de esa persona que te quiere sacar de la depre post ruptura, tratando de hacerte sentir mejor y, de paso, descubrir que pasó por tu cabeza en el momento en que te templaste del que en adelante será nombrado "susodicho".
No hay respuesta, o tal vez hayan muchas, pero no las decimos porque o se nos olvidan, o serán refutadas al acto, o solo las podemos entender nosotras. Después de todo, nosotras somos la que conocimos a la perfección a esa persona (o eso creíamos), las que compartimos momentos importantes o ahí nomás, la cosa era estar juntos, y finalmente la que se templó y ahora anda con cara de velorio. Como un plus, aunque parezca raro, extrañamos esos pros, así parezcan contras.
Vivir para contarla, aterricemos en mi caso. Varias veces me han hecho esa pregunta, porque bastaba ver la foto del susodicho, para darse cuenta de que la atracción no era física, porque ciega no estoy y mis gustos son particulares, pero no atrofiados del todo. Entonces, viendo su retrato era evidente que yo no me había fijado en su cara bonita, ni su sonrisa de revista, ni cabello liso y sedoso, virtudes que no posee el sujeto al que recuerdo. Entonces volvemos a la pregunta de fondo, ¿qué le vi? Y justo antes de encogerme de hombros y contestar con un inocente no se, empecé a recordar todo lo que me encandiló.
¿Qué le vi? Su sentido del humor. Recuerdo haberlo visto malhumorado un par de veces, no más. Era especialista en hacer bromas y reír por todo, incluso por lo que él hacía. Esa capacidad de reírse de si mismo era lo que me maravillaba. Su buen humor era contagiante, por eso me gustaba conversar y salir con él, no había manera de pasarla mal. No había lugar para caras largas.
¿Qué le vi? Su inteligencia, de la que jamás se jactó. Es un hombre con el que puedes hablar de lo que sea, y te va a dar su punto de vista y lo va a fundamentar y mantener hasta el final, sin necesidad de marearte con palabras rebuscadas o con discursos sacados de telenovela socialista. Y ese hablar y conversar quebraba cualquier silencio prolongado e incómodo. ¿Ven? No había manera de pasarla mal.
¿Qué le vi? Sus guiños románticos. No era el hombre que inspiró algún rol protagonizado por Bogart, Valentino o el actor de una película romántica clásica, pero hacía sus intentos, los mismos que me sorprendían, me hacían reír, me enternecían. Eran gestos mínimos, casi tácitos, que me obligaban a leer entre líneas, por eso más de una vez tenía que comprobarlos preguntándole directamente, ¿ese comentario/ canción/ broma era para mi? Él resuelto me contestaba que si, yo volvía a sonreír y le daba un beso. Su ingenio complementaba mi cursilería.
¿Qué le vi? Sus excusas para volver a vernos. Se que eso lo perdió con el tiempo, por lo que pudo ser una postura, un cliché, una trampa para terminar de moverme el piso, pero que me gustaba, si, me gustaba cuando ponía cualquier pretexto para proponerme vernos de nuevo. Puede ser que con el correr del tiempo, ya no necesitábamos razones, nuestras ganas de vernos bastaban. Valgan verdades, sobraban, porque así de inmensas eran.
¿Qué le vi? Su franqueza, su honestidad brutal, su valentía también, porque me decía las cosas en una, sin anestesia, como las sentía y como le venían, sin filtros, ni buscando sutilezas. Jamás me hirió, pero no fue tan convincente y no seguí su línea. Yo si rebuscaba mis argumentos, trataba de irme por la tangente, de no herir susceptibilidades. Fue por eso que más de una vez no terminaba mis respuestas, no quería resentirlo, ponerme auto cabe y distancia. Ahora me doy cuentas que hubiera dado lo mismo decirle las cosas tal como las sentía, nuestro tiempo juntos siempre tuvo fecha de caducidad.
¿Qué le vi? Su facilidad para hacerme reír, lo cual se desprende de su sentido del humor, con el añadido de que si bien no le contaba absolutamente todo, no me medía en contarle que andaba depre, triste, bajoneada. Un comentario dicho en el momento preciso y un beso me bastaban para saber que todo estaba bien, que esos altibajos emocionales van y vienen, que era parte del estrés, era mejor que la ansiedad que hoy en día me asalta y me hace rebuscar en el refrigerador cada dos horas.
¿Qué le vi? Su lugarcito en el País de Nunca Jamás. No es un niño grande como yo, aunque a veces dejaba salir a la luz esos rezagos de niñez que todos tenemos. Valgan verdades me gustaba engreírlo cuando me lo insinuaba, era cuestión de correspondencia, él siempre me engreía, pero nada empalagoso, ni demasiado complaciente. Con el tiempo llegamos a conocernos y entendernos, ya sabía que esperar y que no, sin embargo, jamás dejó de sorprenderme.
¿Qué le vi? Sus excusas para volver a vernos. Se que eso lo perdió con el tiempo, por lo que pudo ser una postura, un cliché, una trampa para terminar de moverme el piso, pero que me gustaba, si, me gustaba cuando ponía cualquier pretexto para proponerme vernos de nuevo. Puede ser que con el correr del tiempo, ya no necesitábamos razones, nuestras ganas de vernos bastaban. Valgan verdades, sobraban, porque así de inmensas eran.
¿Qué le vi? Su franqueza, su honestidad brutal, su valentía también, porque me decía las cosas en una, sin anestesia, como las sentía y como le venían, sin filtros, ni buscando sutilezas. Jamás me hirió, pero no fue tan convincente y no seguí su línea. Yo si rebuscaba mis argumentos, trataba de irme por la tangente, de no herir susceptibilidades. Fue por eso que más de una vez no terminaba mis respuestas, no quería resentirlo, ponerme auto cabe y distancia. Ahora me doy cuentas que hubiera dado lo mismo decirle las cosas tal como las sentía, nuestro tiempo juntos siempre tuvo fecha de caducidad.
¿Qué le vi? Su facilidad para hacerme reír, lo cual se desprende de su sentido del humor, con el añadido de que si bien no le contaba absolutamente todo, no me medía en contarle que andaba depre, triste, bajoneada. Un comentario dicho en el momento preciso y un beso me bastaban para saber que todo estaba bien, que esos altibajos emocionales van y vienen, que era parte del estrés, era mejor que la ansiedad que hoy en día me asalta y me hace rebuscar en el refrigerador cada dos horas.
¿Qué le vi? Su lugarcito en el País de Nunca Jamás. No es un niño grande como yo, aunque a veces dejaba salir a la luz esos rezagos de niñez que todos tenemos. Valgan verdades me gustaba engreírlo cuando me lo insinuaba, era cuestión de correspondencia, él siempre me engreía, pero nada empalagoso, ni demasiado complaciente. Con el tiempo llegamos a conocernos y entendernos, ya sabía que esperar y que no, sin embargo, jamás dejó de sorprenderme.
Se los dije, mis razones para haberme fijado en él son totalmente subjetivas, después de todo quien se involucró, salió mal trecha y se dio a la tarea de superarlo fui yo. Solita me templé mal, solita descubrí la ruta de escape de tristeza landia. Y así como yo tengo mis razones, ustedes de seguro también tendrán las suyas, entendibles solo para ustedes, relatadas a solas, rescatadas cuando el insomnio se asoma, o ignoradas para no regresar con el harakiri, que tantas veces nos seduce.
¿Es saludable enumerar esas razones que nos llevaron al país de la ilusión? A primera vista no, sobre todo porque el susodicho no está mas a nuestro lado, pero nos ayuda a reconocer a la persona que fuimos y somos. Ya sin filtros podemos identificar mejor lo que de verdad nos gusta y lo que no toleramos, lo que valoramos y conservaremos, lo que no soportaremos de nuevo y diremos no, de entradita nomás.
Es reconfortante saber que hemos crecido, que las experiencias nos han sido útiles, que uno no vive por las puras, que tenemos nuestras razones, erradas o no, son nuestras, la cosa es defenderlas hasta el final, o simplemente callarlas porque la verdad, la verdad qué flojera discutir con la necedad.
Canción para defender nuestros argumentos... Contar la historia de quienes fuimos nos hace caer en cuenta de que somos las mismas personas que dieron tanto cariño y salieron mal paradas, como cuenta La Quinta Estación, la misma idiota que te quería; o vernos al espejo y darnos cuenta de como hemos cambiado. Vamos por lo segundo
Las razones reseñadas en este post me remiten a una persona con la que tuve una larga no - relación y de la que he hablado bastantes veces. Él siempre regresa a mi cabeza cuando escucho esta canción, la que estaba de moda cuando nos conocimos, la que fue el pretexto para empezar a escribir nuestra historia
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