El Intermedio

Entre el Eterno y el DJ que me rompió el corazón, hubieron algunos protagonistas, nada platónicos, pero no por eso menos memorables. Uno en especial al que, aunque quiera, no voy a pasar por alto.


Está claro que este chico no fue ni mi primer amor, ni mi primera ilusión, ni mucho menos. Pero si fue una relación importante. Con él, el Intermedio, llamémoslo así, sucedieron una serie de primeras veces que no tengo intenciones de detallar. Nos conocimos e iniciamos nuestro romance de manera accidentada, sin pensarlo, sin planes milimétricos, pero si con un montón de promesas, muchas que nunca se cumplieron.

Corría el año 2000, la tecnología nos dejaba embobados a todos. "Tienes un e-mail" le quitaba el título de la película romántica perfecta y prometida a "Sintonía de Amor", las chicas enamoradizas ya no esperábamos encontrar el amor en un locutor de radio (cosa que me sucedió años después), sino una tarde cualquiera en una sala de chat. Y así me pasó, aunque ahora me da algo de roche admitirlo. Yo conocí al Intermedio una tarde de agosto, en una sala de chat.

El es natal del sur de Lima, de Ica para ser precisos, recién había terminado la carrera y estaba buscando trabajo por lo que pasaba gran parte de su tiempo en la capital. Yo andaba en la universidad (jugándome los descuentos, pues empezaba mi último ciclo antes de mi abrupta salida) y en realidad no tenía muchas cosas claras, solo quería conocer gente y pasarla bien. En ese momento el Intermedio apareció en una sala de conversación, y sus palabras cursis, sus extensos correos que no se guardaban ni un ápice de fervor, sus canciones románticas con dedicatoria y demás, me enamoraron. Estaba en medio de un romance on line, de esos que abundaban con el boom de Internet y la realidad virtual.

Decidimos llevar nuestra novela a un nivel alguito más real, y empezaron las llamadas, y los primeros te quiero antes de despedirse que me remecían toda. Éramos empalagosos, y todo fue muy bonito hasta que la realidad nos hizo aterrizar en one. Pusimos fecha y hora para conocernos y no pudimos con lo que aparecía frente a nuestros ojos, o mejor dicho, él no podía creer que yo no fuera la modelo que se alucinaba, a pesar de que yo jamás le mentí sobre mi aspecto, mis kilos de mas, mis mejillas XL y creí cada una de sus palabras cuando me repetía que no le importaba mi físico, que él me quería por quien era. Se le oía honesto. Ya se imaginan mi decepción al saber que yo no encajaba en su parámetro de belleza. Todo se acabó.



Lloré muchísimo, porque mi historia romántica en la era virtual se desemoronaba. Mi autoestima, que nunca fue mucha, se hizo añicos, y no quería nada, solo escucharlo y recibir sus correos llenos de cariño una vez más. Sin querer queriendo el Publicista a quien había conocido por ese entonces, también vía chat, me ayudó a superar ese capítulo, por lo que meses después me armé de valor y quise ponerle punto final por última vez y para siempre a esa triste historia. Le mandé un extenso correo en el que le recalcaba que en un momento lo quise, que le creí todo, que le agradecía los buenos momentos y que me daba pena de que el mundo estuviera plagado de hommo videns como él, y que ojalá algún día conociera a una modelo que lo quiera y no le importe como fuera (porque cuero cuero no es).

Al día siguiente sonó el teléfono y oh sorpresa, era él, contándome sus malas nuevas. Conoció a la modelo de sus sueños y lo dejó tirando cintura en una discoteca cuando un chicherito de moda le sonrió (eran esos años en que el "tic tic tac - es el sonido de mi corazón cuando la veo pasar" era lo máximo). No me alegró, pero tampoco me dio pena, aunque atiné a decirle ya sabes lo que se siente. Me preguntó si podía volver a llamarme, yo, fría como el viento, le contesté que la decisión era suya. Una semana después me pidió encontrarnos cerca de mi casa. Yo salí a su encuentro, con la cara lavada y la ropa que tenía puesta, el entusiasmo de unos meses atrás se había esfumado. Nos miramos a los ojos por primera vez y los malos recuerdos salieron espantados, pero el amor tantas veces proclamado a distancia no se animaba a volver.

Ese encuentro se dio una tarde de verano, caminamos por el centro en medio de silencios incómodos, ya que nuestros intentos de entablar una conversación no tenían éxito. Hasta que en un momento nos sentamos, me miró y me dijo, perdóname. Yo no le respondí, la verdad no quería remover lo que había pasado, los dos queríamos empezar de nuevo, poniendo como punto de partida esa tarde, que terminó con un beso en la esquina de mi casa.


Ese fue el primer beso de los muchos que nos dimos en nuestras siguientes salidas. A pesar de encontrar trabajo a los pocos meses y de sus constantes idas y venidas a su tierra natal, siempre nos las ingeniábamos para vernos. Al principio queríamos saber que pasaba, dejábamos que todo fluyera (tenia 19 añitos, por lo que la fluidez era válida), y a los pocos meses ambos estábamos enamorados, de nuevo, y ahora si en serio. Tanto así que queríamos que el idilio durara para siempre, sabíamos que era cuestión de tiempo definir nuestros futuros laborales y académicos, que por ese entonces andaban tan nublados como mañana limeña en invierno, y luego podríamos definir nuestra vida juntos.

Volvimos a la rutina de los correos almibarados, las cancioncitas con dedicatoria y las llamadas que en principio terminaban con un te quiero, y con el tiempo se volvieron única y exclusivamente para decirme eso. Como cantaba Stevie Wonder, I just called to say I love you. La distancia jugó en nuestra contra y nosotros no sabíamos como sortear sus embistes. Me desesperaba saberlo lejos y no poder compartir con él un aniversario, un 14 de febrero, una navidad o un año nuevo. Menos un cumpleaños. 

Por eso terminamos y volvimos un montón de veces, previas disculpas y promesa de no volver a hacerlo. Tiempo después, mientras yo trabajaba en el reino de los ogros, él encontró trabajo en una consultora y llegamos a un acuerdo, por el bien de la relación, que era lo más importante para nosotros en ese momento, el Intermedio viajaría cada 15 días a su ciudad, de tal manera que no descuidaría a su familia y tampoco a mí. 

El trato funcionó muy bien, el Intermedio y yo nos veíamos un sábado si, otro no y nos comunicábamos todos los días religiosamente. Hasta que un día no llamó, ni al día siguiente, ni al otro. Al cuarto día lo llamé preocupada. Se suponía que ese fin de semana se quedaba en Lima y nos íbamos a ir a una discoteca de moda con mi mejor amiga del colegio. Me contestó cortante, supuse que estaba ocupado, así que no insistí y le dije hablamos el viernes por la noche. No me llamó, así que el sábado temprano lo volví a telefonear para confirmar nuestra salida de la noche, me contestó más frío que nunca y me dijo que saliendo de la oficina se iba a Ica. Sólo le dije ok, y colgué.

No lloré, es más salí por la noche y claro, proclamé mi ruptura a los cuatro vientos. Esa decisión era el resultado de un momento de cólera, de confusión, un arranque, por lo que no me llevaría a nada bueno. Su silencio, ya que hizo acto de desaparición por varios días me permitió pensar las cosas. Todo estaba muy claro, si hacía como si nada grave hubiera pasado, firmaba mi condena y debía aceptar seguir pasando fechas clave sola y sin derecho a reclamo. No estaba dispuesta, así que contesté su última llamada y puse los puntos sobre la íes. Si no lo mandé al demonio, es porque soy una lady, aunque ganas no me faltaron.

No volví a contestar sus llamadas, y no quise saber más de él. Sin embargo, supe de su propia boca que años después se casó, un matrimonio que solo duró dos años. Desconozco los motivos de su ruptura, y no tengo idea de lo que hace ahora. Aunque un día, la curiosidad mato a esta gata y lo busqué en facebook. Al verlo solo me quedó hacerme una típica pregunta ¿qué le ví? Si en un primer momento yo no encajaba en su ideal de belleza, ahora él ni se asoma al patrón que yo manejo.

¿Me arrepiento de lo vivido? No, de absolutamente nada, porque este Intermedio me regaló muchos momentos bonitos, que guardo, tan refundidos que hasta casi olvido que existían. Y por supuesto, también aprendí que no se debe confiar ciegamente en personas de dudosa procedencia, que te prometen la luna, las estrellas y todo el sistema planetario solar, protegiéndose tras una pantalla.  

Canción para recordar al Intermedio... Como lo narré a lo largo de todo el post, él me dedicó un montón de canciones. Esta era antigua, pero fue una de las que más me gustó, aunque mis ojos son color te de canela y no negros, cuenta la historia que a mi encuentro llegó... y 15 minutos después llegué yo



No es secreto que yo no soy apta para diabéticos, y cuando me enamoro, más todavía. Obvio que le dediqué más de una canción, pero del montón solo recuerdo dos, El Milagro de Amar de Jessica Sarango y esta de Marcela Morelo, porque él era mi adorado (y a veces aborrecido) tormento (vale vomitar)





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