Con B de Barbie

Cuando era niña mi lista de regalos a Papá Noel, siempre estaba encabezada por una Barbie y su respectivo accesorio. Todos los años Mattel se esforzaba en encandilar a las niñas que atiborraban las jugueterías antes de Navidad y alarmar a los padres que ya hacían cuentas para cumplir el sueño de sus pequeñas. Nadie imaginaba que un juguete clásico, se convertiría en el dolor de cabeza de muchas.


No me molesto en confesar que me encantan las Barbies y todo el mundo que se construye a su alrededor. De niña, como contaba lineas arriba, siempre pedía una para Navidad, cuando años más tarde trabajé en una juguetería, me encantaba merodear por el pasillo en donde se exhibían estas muñecas y ahora, me gusta ir a la tienda de la Barbie y asombrarme al ver como ha crecido esa industria. Barbie puede ser lo que quiera y tener lo que se le antoje, incluido un novio que se vende como accesorio, Ken.

Pero soy consciente de que esa muñeca es eso, un juguete, un modelo imposible de copiar. Y no porque no podamos ser diseñadoras de modas, veterinarias, estrellas de rock o presidentas (si, les juro que existe la Barbie Presidente), si no porque físicamente entrar en el prototipo físico de Barbie es una misión posible, pero dolorosa.  

Al ser hecha de plástico, made in China (o Taiwán) y ser un objeto que debe maravillar, a la muñeca no se le permite tener una expresión que no incluya la sonrisa, la alegría desbordante, el esplendor de la juventud, el glamuor en exceso. A excepción de la Barbie Gimnasta, toda la línea de muñecas viste el último grito de la moda y anda en tacones. Yo confieso sin reparo que soy una chata no resignada y me encanta usar tacos, sin embargo cuando abuso de ellos, mis pies y mis riñones hacen un ajuste de cuentas, que es bastante doloroso.

A la muñequita no se le permite expresar sufrimiento, caso contrario dudo que su sonrisa sea eterna, pasando toda la vida con los pies en puntita, calzando sus infaltables zapatitos (que siempre se pierden), luciendo la última ocurrencia de algún diseñador de moda y el peinado perfecto, como recién salida de la peluquería, en donde la debe atender una compañerita de fábrica que es feliz entre tijeras, tintes y ruleros, y la peina, por supuesto, en tacos.


Nosotras, las mujeres que hemos pedido y recibido Barbies durante nuestra niñez, hemos crecido anhelando ser como ellas. Ejercer la profesión que se nos antoje, teniendo una casita de ensueño, en donde primen los colores pastel (sobre todo el rosado), manejando un automóvil deportivo, con un novio fiel que complete ese mundo tan perfecto, como imposible. Por supuesto, también deseábamos tener la figura de Barbie, 90 -60 -90, con un margen de error de dos como máximo.

¿Qué pasa cuando los años pasan y nos damos cuenta de que lastimosamente nuestra cinturita no es tan estrecha, nuestro vientre nos recuerda el atracón de papas fritas que almorzamos y nuestra cadera evidencia que el gimnasio nos emociona tanto como la extracción de una muela?, ¿eso nos condena a una vida infeliz, angustiante, frustrante y limitada?, ¿tenemos las mismas opciones que una Barbie a tamaño natural?

A primera vista si, pero que hay discriminación la hay. Y eso no es tanto culpa de la Barbie, tampoco de quienes hacen la campaña publicitaria de Mattel, menos de las jugueterías que las venden. . Es culpa un poco de los medios si, pero también nosotras tenemos culpa, y bastante, porque tomamos de molde un modelo imposible, una muñeca de 40 centímetros que puede ser muy bonita, regia, cosmopolita, lacia y todos los atributos que quieran, pero no sabemos si es capaz, trabajadora, astuta, noble, emprendedora y un montón de cualidades que nosotras por ser humanas con cerebro y sentimientos si poseemos.

Lo más triste de todo es que redoblamos esfuerzos por ser llamadas "muñecas", "bellezas", "diosas" y demás, todo en pro de encontrar a ese Ken que complete nuestra fantasía de universo rosa. Nunca han escuchado eso de que al hombre le gusta la carne y tener de donde agarrar. Tal vez alguna vez Ken le haya dicho a Barbie "ya pues amor, una papa más al caldo". Unos kilos menos no son sinónimo de perfección, ni de felicidad. Un bisturí tampoco.


Insisto en que me gustan las Barbies, pero solo para jugar. No es mi modelo ni de belleza, ni de éxito, porque se que no sirvo para ser aviadora, ni diseñadora de modas, ni presidenta, aunque si algún día Mattel crea una Barbie produtora radial, les juro que me la compro. No soy rubia (y cuando traté de serlo, no me hallaba), no tengo ojos verdes, mi cuerpo no es el de una modelo y pisar un gimnasio me estresa.  

Pero tengo otras cualidades que la misma Barbie quisiera tener y no listaré para no pecar de vanidosa. Mirémonos al espejo, una vez más, y aceptémonos con todo lo que somos porque aunque lo que diré a continuación parece sacado de un libro de auto ayuda es verdad si nosotras no nos queremos, como pretendemos ser queridas por alguien más. Y ojo, un pata por muy Ken o Brad Pitt que sea, si te cataloga por como te ves, no vale la pena. La imagen solo dura 20 años como máximo, los sentimientos, aunque pueden cambiar, tienen garantía eterna.

Canción para dejar de tratar de ser Barbies... Por ahora no compro estas muñecas porque ya no juego con ellas, y no tengo a quien regalárselas, sin embargo consiento a mi niña interior comprando alguna que otra curiosidad infantil, por ejemplo la muñeca de trapo a la que celebro con esta canción



Y obvio, en este post dedicado a la muñeca favorita de las tres cuartas partes del mundo, no podía dejar de poner la canción tributo, aunque es un homenaje algo bizarro, creo que ilustra muy bien el post


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