Quiero... o debo?

La tenemos clara. Llegamos al mundo completas, logramos lo que nos proponemos, y cada día vamos un poco más lejos. Si nosotras ya entendemos que podemos lo que sea, ¿por qué la sociedad, esa a la que sacamos adelante y por la que nos fajamos, nos pone tantas trabas? Estas trabas nos hacen caer en la confusión y no distinguir entre lo que queremos por convicción y lo que buscamos por deber.


Antes de empezar con mi rollo anti sistema, debo hacer un mea culpa. Miles de veces me he dejado arrastrar por miles de prejuicios y hasta ahora me cuesta creer que una mujer no monja, con metas cumplidas y en pleno uso de sus facultados es feliz sin hijos de por medio. Por eso puse el grito en el cielo cunado una amiga hace algunos años me dijo hijos, no gracias, y me escandalicé el triple cuando otra me dijo lo mismo años después (pero a esta la convencí y creo que ya contempla la idea).

Sin irnos siglos atrás, en las épocas de nuestros papás una mujer casada debía tener hijos, ese era el siguiente paso en su ciclo de vida. Un tiempito después las madres solteras se proliferaron y ya no es tan escanadaloso saber que una mujer va a tener un hijo sin hombre al lado, aunque nunca faltan los viejecitos, y no tan viejos, que siguen con la idea de que la familia es papá - mamá - hijo.

Ahora, si una mujer posterga su maternidad o la descarta de su plan de vida ya nadie debería sorprenderse, porque parece que un grupo de personas sensatas se ha dado cuenta de que el fin supremo de una mujer no es ser madre. Nuestra única meta en la vida no es reproducirnos, ni si quiera es casarnos, hay otras prioridades laborales, académicas e incluso personales que no incluyen a ninguna otra persona. Lastimosamente hay mucha otra gente, hombres y mujeres, que se dejan llevar por el que dirán y confunden ese legítimo querer con deber.

Ejemplificando. Fulanita tiene 35 años, un buen puesto de trabajo, una maestría, viaja en sus vacaciones, vive sola, pero se siente incompleta porque la mayoría de sus amigas está emparejada, o casada, o construyendo un hogar feliz mientras espera a su tercer hijo. Ella en el fondo está satisfecha y ama su independencia, pero como su círculo no comparte su sentir, determina enamorarse y reproducirse en el plazo mínimo. Y empieza a ver a cada pata que se le cruza como el prospecto. Su desesperación hace que atrape al primer incauto (que no se dio cuenta de su calamitoso estado) y empiece a cumplir el rol que la sociedad espera, casarse y tener hijos. ¿Hay amor? Eso es lo de menos, se construye en el camino, dicen.

Pero como ese amor que aparece y se fortalece sobre la marcha jamás echó raíces y se desvaneció cuando la ilusión temprana se reventó frente a las narices de Fulanita, la relación se hace insostenible y  el divorcio llega antes del segundo cumpleaños del primogénito. Si es que a Fulanita le queda algo de sensatez, caso contrario la pantomima de matrimonio feliz puede prolongarse por los siglos de los siglos dando como resultado a más de dos personas infelices, porque los hijos se dan perfecta cuenta de que las cosas no van bien en casa.



Fulanita no hizo lo que quiso, hizo lo que (supuestamente) debió hacer, y las cosas no salieron bien porque, claramente no hay garantía de felicidad si haces lo que los demás esperan. Está claro de que no se puede vivir tratando de complacer a todos, a menos de que hayas nacido con alma de mártir. Por eso hay un montón de mujeres en el mundo que se dan cuenta de que no quieren ser madres, por "n" razones distintas y ya pocos se sorprenden o las lapidan, porque total, es su vida, es su cuerpo, es su decisión.

Y el caso de la maternidad es solo el más visible de otros tantos más que existen. Ahí está el hijo que estudia derecho porque el papá quiere, y trunca su sueño de ser fotógrafo, la mujer que tiene serias dudas sobre la religión, pero dice ser católica porque el resto de la familia lo es, o a quien le importa un pito el medio ambiente, pero en público es integrante de Green Peace y miembro honorario de la WWF, porque todos reciclan, reutilizan, reducen y si no lo haces estás condenado a ser visto como un terrorista (y de los bravos).

Estoy a punto de cumplir 33 años (y me cuesta decirlo) sigo sola, soltera y sin apuro, y creo firmemente en lo que me propuse al llegar a la base tres. Mis decisiones solo me afectan a mi, por lo tanto eso de soy soltera y hago lo que quiero, se aplica. Cerquita a mis 33 voy a hacer lo que me provoque, decir lo que se me antoje, obedecer a mi quiero y olvidarme del debo, así de simple. Hay un principio que nunca pierdo de vista, si me meto en cosa de adultos, es porque puedo responder a la altura, como adulta, como mujer, como ser humano pensante y consciente, como yo quiero y no como los demás esperan.


Tengo un montón de tíos, primos, amigos y demás que miran con lástima como "se me pasa el tren", porque no entienden que yo voy en otro vagón. Por suerte otros tantos saben que yo se lo que hago, cómo lo hago y cuándo lo hago. Podemos atar y desatar a nuestro antojo, y esto va para solteras, casadas, divorciadas, madres de familia, y hasta monjas, porque el hecho de compartir y/u optar por uno u otro estilo de vida no nos quita esa independencia que tanto nos ha costado ganar, por lo que estoy totalmente en contra de que unos prejuicios absurdos nos devuelvan a la edad media. 

Hagamos, optemos, laboremos, busquemos, guiémonos por lo que nuestro corazón (moderado por una pizca de razón) quiera, que el deber es bueno, pero para las reglamentadas ocho horas de desempeño laboral. Ad portas de los 33 esto opino, esto decreto, esto voy a hacer, porque se me da la gana.

Canción para armar y desarmar... Queda claro de que no podemos ser perfectos, y si hay alguna duda al respecto Simple Plan nos lo recalca en esta canción, antiquísima que me recuerda años simples en donde hacer lo que me provocaba costaba mucho más (porque la universidad llamaba y ahí los profes planteaban las reglas de juego)



La local de la semana, a cargo de El Diario de Hank, a quienes les importa un pepino cortado en cubos los rankings, récord de ventas, caerles bien a los locutores, productores y dueños de radio para que los incluyan en su programación. O sea estos chicos hacen lo que quieren (o eso parece) y tocan cuando les provoca (para pesar de sus fieles seguidores), hasta que las novias y/o esposas los cuadran, los hacen abrir los ojos y se dan cuenta de que no son los mismos





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