Niña Mala
Cuando un día, por casualidad, vio un capítulo de una telenovela llamada Rubí, pensó que Televisa por fin le había hecho justicia. Que las villanas merecían un papel protagónico, un argumento más pensado y no sólo guiones tontos para darle el toque imposible a la romántica historia de la dulce (y aburrida) heroína y el galán. Ella era la Niña Mala, y a mucha honra.
Por lo general poco o nada le importaba lo que sucedía a su alrededor. Ella era el centro de su propio mundo, manejaba sus intereses y cambiaba argumentos para quedar bien ante todos. Así como el egoísmo era su religión, la hipocresía era su especialidad. Quien la veía la imaginaba dulce, inocente, tierna, ingenua. Nadie sospechaba que al cruzar el umbral de la puerta de su habitación, la máscara caía y frente al espejo se develaba de cuerpo entero.
Nadie tiene bandera. Ella no es la excepción, Cuando un chico se le cruzaba y se le metía en la cabeza insistía hasta el final, jugaba todas sus cartas, armaba artimaña y media para ganar. No importaba quien era ese pata, en su historial figuraban un par de enamorados de sus amiguísimas, el hermano de otra de ellas y el amor platónico de una tercera. Con este no duró mucho, lo que si perduró fue la riquísima sensación que recorrió todo su ser la tarde que lo besó por primera vez, con su amiga, la misma que suspiraba por el galán de barrio, como espectadora de zona VIP.
No era enamoradiza, Nada que ver, simplemente coleccionaba chicos y armaba rankings de diferentes categorías, porque si, porque le provocaba, porque era su hobbie. Porque pensaba, si ellos pueden hacerlo y encima son celebrados, por qué yo no. Llegó a esa conclusión poco tiempo después de terminar con su enamoradito, pero enamoradito de verdad. Él si hacía latir su corazón, él la conoció chiquilla, ilusionada, distraída. Él le sacó la vuelta y después de encararlo, de largarlo de su lado y de llorar por días enteros, todo cambió.
Decidió que no la volverían a ver destruida, que tal vez nunca se enamoraría de nuevo, pero eso no la iba a privar de estar con uno y otro chico. Recubrió su corazón con cemento, maquilló su mejor ángulo, se pintó la sonrisa mas provocativa y salió a arrasar con el mundo. Lo lograba sin mayor esfuerzo, era encantadora a primera impresión. Ella se sentía bien y tenía pintada con tinta indeleble su premisa: no me vuelvo a enamorar, no me vuelven a destrozar.
No se sentía mal por dejar al chico temblando y de buenas a primeras, hace mucho que había olvidado lo que era el sentimiento de culpa. Su corazón era de piedra y ella se sentía orgullosa de eso, y ningún muchachito querendón iba a destruir lo que a ella le había costado tanto edificar. Nadie iba a atentar contra ella, que había aprendido a amar su egoísmo, sus actitudes sorpresivas, sus respuestas malcriadas. Mientras caminaba pensaba en el novio de su compañera de trabajo y en lo bien que la habían pasado hacía dos noches.
Ella era feliz siendo ella, la chica con corazón de piedra, la inmutable, la falsa, la Niña Mala.
Canción para la Niña Mala... No podía ser de otra manera, ella se sentía identificada con Rubí, podía ser arribista si se presentaba la ocasión y, aunque no le gustaba el calificativo, ella sabía muy bien que era una descarada
Por lo general poco o nada le importaba lo que sucedía a su alrededor. Ella era el centro de su propio mundo, manejaba sus intereses y cambiaba argumentos para quedar bien ante todos. Así como el egoísmo era su religión, la hipocresía era su especialidad. Quien la veía la imaginaba dulce, inocente, tierna, ingenua. Nadie sospechaba que al cruzar el umbral de la puerta de su habitación, la máscara caía y frente al espejo se develaba de cuerpo entero.
Nadie tiene bandera. Ella no es la excepción, Cuando un chico se le cruzaba y se le metía en la cabeza insistía hasta el final, jugaba todas sus cartas, armaba artimaña y media para ganar. No importaba quien era ese pata, en su historial figuraban un par de enamorados de sus amiguísimas, el hermano de otra de ellas y el amor platónico de una tercera. Con este no duró mucho, lo que si perduró fue la riquísima sensación que recorrió todo su ser la tarde que lo besó por primera vez, con su amiga, la misma que suspiraba por el galán de barrio, como espectadora de zona VIP.
No era enamoradiza, Nada que ver, simplemente coleccionaba chicos y armaba rankings de diferentes categorías, porque si, porque le provocaba, porque era su hobbie. Porque pensaba, si ellos pueden hacerlo y encima son celebrados, por qué yo no. Llegó a esa conclusión poco tiempo después de terminar con su enamoradito, pero enamoradito de verdad. Él si hacía latir su corazón, él la conoció chiquilla, ilusionada, distraída. Él le sacó la vuelta y después de encararlo, de largarlo de su lado y de llorar por días enteros, todo cambió.
Decidió que no la volverían a ver destruida, que tal vez nunca se enamoraría de nuevo, pero eso no la iba a privar de estar con uno y otro chico. Recubrió su corazón con cemento, maquilló su mejor ángulo, se pintó la sonrisa mas provocativa y salió a arrasar con el mundo. Lo lograba sin mayor esfuerzo, era encantadora a primera impresión. Ella se sentía bien y tenía pintada con tinta indeleble su premisa: no me vuelvo a enamorar, no me vuelven a destrozar.
Había dejado de creer en el amor y también en la amistad. Nada de solidaridad de género, ni confesar secretos, ni decir en voz alta los pensamientos que se cruzaban por la cabeza mientras brindaba y sonreía con sus compañeras de andadas. Sus golpes de suerte, eran en realidad tácticas muy bien armadas, no se le escapaba un detalle, si antes utilizaba su ingenio para sorprender con delicadezas que dejaban con la boca abierta a todos, ahora lo usaba para que todo se volteara a su favor.
Le declaró la guerra a los hombres. Se dio el lujo de desmoronar la sosegada vida de un chico que le gustaba un montón y le destrozó el alma cuando aun era chica. Ella sabía que él había conseguido el ansiado equilibrio, estaba con una chica, enamoradísimo, feliz. Le bastó saber eso para sacar el arsenal de la femme fatale que llevaba dentro y planear milímetro a milímetro su venganza. Se encontraron una noche, él andaba con ella, peso eso le importaba poco a la Niña Mala. Lo sedujo, lo besó primero a unos metros de donde estaba la enamorada, luego delante de ella y dejó que los dos se mecharan, mientras tomaba un taxi rumbo a casa.
Ante todos, jamás era la villana de la historia. La Niña Mala también poseía un talento peculiar para hacerla de chica termo. Seducía, calentaba, entusiasmaba, planeaba y desaparecía. ese era su plan de todos los fines de semana con chicos desconocidos. Solteros o comprometidos era lo de menos. Si estaban a su vista, entonces estaban a su alcance. Aventada, desenvuelta, ligeramente coqueta, así se portaba, así lograba todo.
No se limitaba al campo sentimental. En el trabajo era una competidora de temer. Chambeaba bien, conocía su trabajo, sus ideas siempre eran bienvenidas y celebradas, pero ni bien sabía de un ascenso o una mejor plaza iba con todo por ella. Y si tenía que hundir a alguien, lo hacía. Muertos y heridos de por medio era la cuota que debía de pagar, porque ella decía merecer mas que nadie esa mejor oportunidad. Sabía que era buena en su trabajo y que el egoísmo era su ley.
La economía no era su fuerte y su debilidad las boutiques. Todos los meses renovaba el closet. Se producía, que el vestido, que los tacos, que las uñas. Para practicar su deporte favorito, la calentada debía poner de su parte, desde la punta del pie hasta el último cabello perfectamente teñido y domado, todo debía estar en su lugar y en orden. También era experta en ello, siempre tenía la situación controlada, de tal manera que bastaba su señal para que todo marchara bien o al revés. Tenía poder, lo sabía, lo utilizaba, el mundo estaba a sus pies.
Cierto día un chico tuvo la mala idea de fijarse en ella, de querer conocerla mejor, de enamorarse de ella. La Niña Mala lo trató con cordialidad fingida, como siempre. Aunque el interés que él mostraba elevaba el ego de ella, no había mayor emoción, no era asunto ni de química, ni de física, simplemente que ella no quería enamorarse mas, su necedad, su orgullo y las heridas camufladas que estaban por ahí, le recordaban que no valía la pena entregar el corazón.
Por eso empezó a evitar al chico que se enamoró de ella, lo evadía, no contestaba ni sus llamadas, ni sus mensajes, y si lo hacía porque no había alternativa era cortante, monosilábica, parca. Pudo aprovecharse de la situación, como solía hacerlo con los chicos en los que se fijaba, pero algo la frenaba. No sabía a ciencia cierta que era, no se alteraba pensando que podría ser. Lo que si sabía era que la actitud persistente del chico la hostigaba, la aburría, la asfixiaba.
Decidió poner fin a esa historia. Citó al muchacho, conversaron, coquetearon, rieron, solían pasarla bien cuando estaban juntos. De pronto ella lo miró y le dijo "no". Él se mostró extrañado, ella le dijo "no quiero saber mas de ti". Se levantó, se acomodó el cabello y empezó a caminar sin mirar para atrás.
Ella era feliz siendo ella, la chica con corazón de piedra, la inmutable, la falsa, la Niña Mala.
Canción para la Niña Mala... No podía ser de otra manera, ella se sentía identificada con Rubí, podía ser arribista si se presentaba la ocasión y, aunque no le gustaba el calificativo, ella sabía muy bien que era una descarada
No se ustedes, pero cuando yo bailo y canto esta canción con el brazo en alto y despeinándome, me siento recontra mala, y a veces sentirse así es liberador, es divertido, es recontra paja. Nos soltamos las trenzas y nos ponemos solo un poquito bitch
Comentarios
Publicar un comentario