Es extraño extrañar
Se extrañan las cosas que se quieren y que por una razón se pierden. Se extrañan las épocas en las que uno se siente cómodo, pero como la vida es zigzagueante, esa etapa pasa y uno tiene que asumirlo. Se extrañan a las personas que uno ama, pero no estan cerca, al menos no siempre, fisicamente. En conclusión, se extrañan las cosas buenas. Y las cosas que de alguna manera nos agobiaban, nos estresaban y nos parecían aburridas, ¿se pueden extrañar?
Es extraño extrañar los días del colegio. Es cierto, al colegio no voy mas, como dice Daniel F, pero viendo a las chicas del colegio que queda a la espalda de mi casa, recuerdo aquellos años con uniforme, riendo despreocupadamente, contando secretos, compartiendo risas, juegos, horas. El cole tuvo sus cosas buenas, los recreos (no incluye recreos animados, nunca me terminaron de gustar), las horas sin profe (cuando el barullo era general), los paseos (a clubes misios, pero algo es algo), las actuaciones por el día de la juventud (cuando los profesores hacían el ridículo y a nosotras nos tocaba reír), y por supuesto las amistades que quedaron, una que otra, pero ahí quedaron para siempre. La vida era mas simple, pero recién empezaba, hay que quemar para crecer, eso lo tengo claro como el agua.
Es extraño extrañar los años de universidad. Allí el stress hizo su aparición bajo los proyectos que entregar, cerros de separatas por leer, apuntes por estudiar, reuniones para coordinar trabajos de grupo, siempre había algo que hacer (aunque el disfrute de los fines de semana era sagrado). Correr de un lado al otro, zambullirse de narices en textos por horas, volver a correr, olvidarse de la vagancia entre semana, dormir poco, estirar las horas, hacer maromas con el tiempo y no morir en el intento. Lo mejor de todo, la satisfacción de llegar al último día de finales, algo destruída, pero viendo todo lo aprendido y beber y bailotear hasta morir, porque contra todo pronóstico estaba viva para contarla (no se como, pero sobrevivía).
Es extraño extrañar los veranos de infancia. Y no es que yo no haya tenido niñez, o mis primeros años hayan sido un suplicio, por el contrario, gracias a mis papás, a mis hermanas y a toda mi familia, yo tuve una infancia feliz. De niña a mi me gustaba el colegio y me aburría en las vacaciones porque, claro podía jugar desde que salía el sol hasta que mi mamá regresaba del trabajo, dormir mas de ocho horas, andar todo el día en pijama si se me daba la gana, pero extrañaba a mis compañeritas del cole. No tenía parques cercanos, y no tenía amistades en el barrio. Con las vacaciones útiles eso cambió. Lo extraño es extrañar el aburrimiento (lo que hace la libertad, a la primera sospecha de aburrimiento, patitas para que te quiero, o siempre está el amigo Internet).
Es extraño extrañar los días de estudio y trabajo. Bueno, no era trabajo, eran prácticas part time y pagadas. Levantarse tempranito, correr a la universidad, dar examen, escuchar al profe sin distraerse aunque cueste, aprovechar el tiempo leyendo en los contados ratos libres, almorzar al paso, correr a la oficina, coordinar, llamar, redactar, coordinar de nuevo, volver a casa a seguir estudiando y caer rendida a la cama. Es extraño extrañar el sonido del despertador antes de las seis de la mañana, mi mente suplicando cinco minutitos mas y comprobar que esos cinco se convirtieron en treinta y, o me apuro o llego tarde.
Es extraño extrañar las discuisones con Zenón, el renegón. Él es cuadriculado y yo terca, y jamás nos poníamos de acuerdo. Creo que alguna vez interpretó mis silencios, mis respuestas monosilábicas, la cara de palo que ponía cuando él llegaba con su gesto serio y tomó por única vez una decición sabia, sentarse a conversar conmigo, como gente. Nunca tocó ese punto, pero esa tarde acordamos hacer las cosas bien y tener una relación cordial por el bien de todos. También me parece que me agarró respeto, aunque mas que respeto parecía miedo. Yo tenía muñeca para manejar algunas situaciones, una hipocrecía laboral admirable y una atención a detalles que él, por ser hombre, pasaba por alto. Y si no me equivoco me tenía celos, no se si por mi habilidad en algunos casos, mi creatividfad a flor de piel (y de lengua), mi simpatía innata o mi sonrisa angelical (aunque los cachitos y la cola se escapan, mientras escondo el trinche), por eso al primer descuido me dio de baja. Te arrepentiste Zenón, y yo solo puedo decirte, que te vaya bonito y nunca, jamás, te olvides que la vida es una tombola, tom, tom, tombola de luz y de color (o de sombras, en tu caso).
Es extraño extrañar ese cambio inesperado de planes. Hace algunos años podía disponerme a pasar una tarde tumbada en la cama viendo tele, porque por fin tenía tiempo, o jugar por horas pacman, tetris y solitario frente al monitor mientras escuchaba una maratón de baladas recontra cursis, pero de pronto sonaba el celular. Era el DJ que me rompió el corazón invitándome un café, a almorzar, al cine o a una tarde de cine/ concierto en casa, y bastaban cinco minutos para que me cambiara, cogiera mis llaves y volara a darle el encuentro. Mis planes de relajo podían postergarse, jugar el papel de novia perfecta (si, esa misma mujer que jamás fuí), no. No me voy a hacer la loca, él me desbarataba los planes y yo era feliz porque en ese entonces babeaba por él. El tiempo NO me dió la razón y ahora nadie me desacomoda planes. Si quieres verme, saca tu ticket con anticipación (y hagan su cola bien ordenada).
Es extraño extrañar las horas frente al espejo antes de una nueva cita con el Oficial. El pantalón ajustado, pero no tan apretado; el escote provocativo, pero no revelador; el maquillaje que disimule y no resalte nada; en fin, que se note que me produje para él, y para nadie más que él. Es extraño extrañar sus miradas recelosas, sus gestos dulzones, los sobrenombres melosos, las horas al teléfono con sus respectivos "cuelga tu primero", los aniversarios percibidos y desapercibidos, las canciones con dedicatoria, a veces los extensos, a veces breves correitos, las notitas en el bolsillo, los regalos sorpresa. A veces los gestos inesperados se vuelven rutinarios, a veces tantas sorpresas arruinan el suspenso y la alegría desbordante, a veces se torna demasiado complicado cubrir las expectativas de la otra esmerada persona, a veces tanta miel empalaga.
Es extraño extrañar las comidas al paso. El juguito que comprabas al vuelo, o esos pancitos tan ricos a los que te volviste adicta, o ese pan con queso preparado contra el reloj, y que comías frente al monitor (con tu tacita de té humeando), mientras revisabas tus correos y acto seguido las efemérides, buscabas esa nota que tenías que publicar porque así lo indicaba tu agenda y pensabas si esa noticia debía o no publicarse. Las charlas con quien entraba a la oficina, sobre temas trascendentes o banalidades, para contarle a alguien el chisme del día o para buscar consejo. Las discusiones a la hora del almuerzo, a veces sobre la teoría del mosquito, algunas sobre el problema de la trata, otras sobre la situación de los jóvenes en zonas marginales. A veces aprendía, otras tantas me divertía observando como la gente se mechaba porque creía en su trabajo, porque el cambio es posible si empiezas por ti mismo, porque hacer un mundo alguito mejor no es una utopía.
Es extraño extrañar las lágrimas que se asoman cuando suena una canción. porque evocaba un momento que ya no es tan nítido, porque sacaban a flote un sentimiento que está cada vez mas refundido, porque ya la escuchaste tantas veces que cambias de emisora o presionas un botón del reproductor cuando aparece la tonadita melancólica. Lo que no es extraño es sonreir cuando en la radio programan esa canción de la época colegiala, o la que era fija cuando ibas a tonear con la gente de la universidad, o esa que se filtraba en los pijamas party, o aquella con la que tus amigas del trabajo te relacionan porque una vez colgaste el video en fb y causaste furor.
Es extraño extrañar eso que pensabas que nunca ibas a extrañar. Eso que detestabas, que te agobiaba, que se te hacía pan de todos los días. Eso que te tocaba vivir, o padecer, y lo asumías porque así debía ser. Es extraño cuando te sorprendes a ti mismo recordando, suspirando, canturreando o bailoteando frente al espejo, como cuando eras niña y te soltabas el pelo, cogías el cepillo de tu abuela y bailabas frente al espejo esa canción de Debbie Gibson que hasta ahora te gusta.
Es extraño pensar si algun día extrañarás la inercia de estos días, en las que tu pasatiempo es caminar sin destino fijo (por lo general) y pensar un nuevo tema para el post de la próxima semana, y mientras escribes tu mamá te llama para decirte que ya está yendo a casa y al ver el reloj te das cuenta que cuando tu vena cotorra se hace palabra, las horas también vuelan.
Canción para extrañar tiempos rutinarios, pero buenos... Se pueden dejar épocas, tareas, metas simples, pero nunca esas personas que se rescatan en cada etapa, que estan incondicionalmente ahí, que llegan y se quedan para siempre en tu vida (y en tu corazón) asi tu misma cambies
Lastimosamente no todas las personas aportan experiencias positivas a nuestras vidas. Ese es el caso de Zenón, el renegón, la muestra andante de que algunas personas cambian para mal. Pero como no se le desea el mal a nadie, que a él le vaya bonito, pero lejos, recontra lejos que no lo quiero a menos de un kilímetro nunca más
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