El maravilloso sentido de la intuición
Dicen que las mujeres tenemos un sexto sentido. Yo no se si lo tengo mas desarrollado por naturaleza, o algo de bruja poseo, pero mi intuición nunca se equivoca, y yo terca hago siempre lo contrario. O mas bien hacía, ya que un día aprendí la lección y juré que en adelante seguiría a ciegas mi intuición, aunque duela, mi sexto sentido nunca se ha equivocado (y espero que no empiece a fallar en momentos cruciales).
Hace algunos meses andaba feliz, disfrutando las ventajas de pertenecer a la PEO (Población Economicamente Ociosa), descubriendo mi nuevo barrio (mi Pueblo Libre querido), pasándomela bien y olvidándome de cosas intrascendentes (no tengo chamba, pero mis ahorros me pueden ayudar a subsistir unos cuantos meses pensaba dejando de lado la angustia). Una noche me encontré con una amiga, salimos con su grupo de amigos y terminé en un huequito (suena mejor que antro, no?) del Centro de Lima.
Estaba bailando, sintiéndome una total extraña en ese lugar (yo voy de Aura para arriba, jajaja). Mi amiga cada vez estaba más eufórica y bastante pasada de copas. Yo atinaba a sonreir y beber, hasta que dije, termino esta cerveza y hago acto de desaparición. Justo mientras pensaba eso, el DJ tuvo un ataque de luidez y la cosa se puso buena. Paralamas, Los Pericos, Fabulosos Cadillacs. Ahí la que se puso eufórica fui yo. Brazo en alto, bailaba sola como si el mundo fuera a acabarse al minuto siguiente. Y en ese instante sucedió.
Apareció un chico alto, algo simpático, que resuelto me invitó a bailar. Obvio que acepté (recuerden que estaba empilada y cada canción me parecía mejor que la anterior). Bailamos, sonreimos y empezó el ritual pre agarre: como te llamas/ que lindo nombre/ con quien has venido/ por dónde vives/ en dónde me dijiste que trabajabas?/ estas guapa/ quiero besarte/ ya te estoy besando. A la quinta canción ya estábamos en un agarre de película. Los besos continuaron toda la madrugada. Me llevó a mi casa (resulta que vivía a ocho cuadras de mi casa) y prometió llamarme por la tarde.
Tumbada en la cama, en piama y con la cara lavada pensaba en lo bien que la había pasado. No me importa si no vuelvo a verlo más, la pasé bien y ya, me decía. Tiene su encanto, pero algo me decía que no me lo tome en serio, que lo tome como lo que es, un agarre en una noche de fiesta. Ese algo, señoras y señores tiene nombre: Intuición. Y mi intuición nunca se equivoca.
A la mañana siguiente llamé a mi amiga, a la que no había visto después de que el sujetillo este me invitó a bailar y le conté, en medio de una resaca de aquellas, todo lo que había sucedido mientras ella estaba en una dimensión paralela, esa misma en la que caemos con dos copas extra de alcohol. Mi amiga, muy sabia ella, me felicitó por haberme olvidado del patín ese que me traía de vuelta y media y haberme aventurado, pero me adviritó que era eso, una aventura incierta, así que nada de ilusionarse, solo vive el instante y ya. Rectifiqué el título de Pepita Grilla de mi amiga y decidí seguir sus recomendaciones.
Por la tarde el celualr sonó unas, dos, tres veces. Era el individuo este, la aventura de una noche, el desliz. Como vivíamos súper cerca decidimos encontrarnos. Llegué arregladita y lo vi bien, No era efecto del alcohol, él realmente era simpático. Tenía siempre algo que decir, era creyente, le gustaba leer, practicaba natación, vivía solo. No era el hombre perfecto, tampoco idóneo, pero para pasar el rato no estaba mal. ¿Pasar el rato? Si, algo me decía que no me lo tomara en serio, que podía ser todo lo buena onda que quisiera, que escuchaba buena música, que tenía buen cuerpo, pero que no perdiera de vista jamás sus defectos. No sabía si era trabajador, en donde había estudiado, si el departamento donde vivía era suyo o prestado, y así una larga lista de preguntas que no me animaba a resolver, pero estaban ahí, latentes.
Esa noche un amigo suyo lo llamó y él entre otras cosas dijo: "no puedo, estoy con mi flaca". ¿Su flaca? pensé yo. Bueno, parece que se refería a mi, porque conversamos y bebimos hasta bien entrada la noche. Al día siguiente me llamó, luego yo lo llamé. a los dos días estábamos saliendo de nuevo. De su mano conocía ese barrio nuevo para mi, y conocido al milímetro por él. Aquí hay un bar delivery, en este lugar venden unos sandwichs buenísimos, cuando te provoque un jugo ven a este sitio, y así. Él era mi guía turística con el que disfrutaba conocer nuevos lugares y caminar por la noche.
Durante dos semanas este chico y yo nos comportábamos como una pareja común y silvestre. Salíamos, paseábamos, íbamos a comer, nos llamábamos por teléfono, conocía su casa, él conoció la mía (por afuera nomás), nos decíamos sobrenombres cariñosos. O sea cien por ciento miel. Y yo lo disfrutaba sin volar del todo. Más que ilusionada, me sentía incierta, dubitativa, auto cuestionada, esto no va a durar mucho, no puede durar mucho. Ya no era pura intuición, era algo de razón también. Para dejarme de intrigas pedí una segunda opinión. Quien mejor que mi Pepita Grilla para aclararme el panorama. Ella aconsejaba no engancharme, andar despacio y con cuidado, y se que me lo decía de buena gana porque había estado conmigo en un momento muy crítico, emocionalmente hablando, y se que no quería verme bajoneada de nuevo.
Hasta que llegó el día en que él, seco, sin nombrecitos cariñosos, serio me dijo quiero hablar contigo, nos encontramos en la plaza. Llegué puntual, él me esperaba, no me abrazó, ni me besó como solía hacerlo. Nos sentamos y me dijo que se había quedado sin trabajo, que yo debía estar con alguien que me pudiera dar todo lo que merecía y estabilidad y bla, bla, bla. Yo solo lo miraba y pensaba, no sería más fácil que me dijeras, ya fue suficiente, no eres lo que yo quiero, mejor cada uno por su lado. ¿No me merezco cuando menos una razón auténtica y sensata?
Me quedé callada. Tuvo el cinismo de pedirme un último beso (Dios, una novela venezolana es menos melodramáica que esto). Yo no se lo di, no quería. Me sentía frustrada, estafada y algo triste. Di media vuelta y fuí a mi casa procesando todo lo que había pasado. No lloré. Pero tumbada en la cama, la misma cama en la que días antes pensaba que bien la he pasado hoy, escuché en mi interior esa frase tan odiada: "te lo dije". Ok intuición, tu ganas, pásame la aguja, que esta burbuja amorosa la reviento yo, rápido y sin dolor, que por algo me llamo a mi misma Dulce y Veloz.
Esa noche un amigo suyo lo llamó y él entre otras cosas dijo: "no puedo, estoy con mi flaca". ¿Su flaca? pensé yo. Bueno, parece que se refería a mi, porque conversamos y bebimos hasta bien entrada la noche. Al día siguiente me llamó, luego yo lo llamé. a los dos días estábamos saliendo de nuevo. De su mano conocía ese barrio nuevo para mi, y conocido al milímetro por él. Aquí hay un bar delivery, en este lugar venden unos sandwichs buenísimos, cuando te provoque un jugo ven a este sitio, y así. Él era mi guía turística con el que disfrutaba conocer nuevos lugares y caminar por la noche.
Durante dos semanas este chico y yo nos comportábamos como una pareja común y silvestre. Salíamos, paseábamos, íbamos a comer, nos llamábamos por teléfono, conocía su casa, él conoció la mía (por afuera nomás), nos decíamos sobrenombres cariñosos. O sea cien por ciento miel. Y yo lo disfrutaba sin volar del todo. Más que ilusionada, me sentía incierta, dubitativa, auto cuestionada, esto no va a durar mucho, no puede durar mucho. Ya no era pura intuición, era algo de razón también. Para dejarme de intrigas pedí una segunda opinión. Quien mejor que mi Pepita Grilla para aclararme el panorama. Ella aconsejaba no engancharme, andar despacio y con cuidado, y se que me lo decía de buena gana porque había estado conmigo en un momento muy crítico, emocionalmente hablando, y se que no quería verme bajoneada de nuevo.
Hasta que llegó el día en que él, seco, sin nombrecitos cariñosos, serio me dijo quiero hablar contigo, nos encontramos en la plaza. Llegué puntual, él me esperaba, no me abrazó, ni me besó como solía hacerlo. Nos sentamos y me dijo que se había quedado sin trabajo, que yo debía estar con alguien que me pudiera dar todo lo que merecía y estabilidad y bla, bla, bla. Yo solo lo miraba y pensaba, no sería más fácil que me dijeras, ya fue suficiente, no eres lo que yo quiero, mejor cada uno por su lado. ¿No me merezco cuando menos una razón auténtica y sensata?
Me quedé callada. Tuvo el cinismo de pedirme un último beso (Dios, una novela venezolana es menos melodramáica que esto). Yo no se lo di, no quería. Me sentía frustrada, estafada y algo triste. Di media vuelta y fuí a mi casa procesando todo lo que había pasado. No lloré. Pero tumbada en la cama, la misma cama en la que días antes pensaba que bien la he pasado hoy, escuché en mi interior esa frase tan odiada: "te lo dije". Ok intuición, tu ganas, pásame la aguja, que esta burbuja amorosa la reviento yo, rápido y sin dolor, que por algo me llamo a mi misma Dulce y Veloz.
Moraleja: La intución es sabia. Al menos la mía, que esta tremendamente desarrollada, no se equivoca. Tal vez no debí haberle dado si quiera mi teléfono al pata este en cuestión. O tal vez si, para aprender a la mala, de golpe, por última vez y para siempre que mas sabe el diablo por intuición que por diablo. Honestamente no extrañé ni un segundo al patita este. A la mañana siguiente de la expectorada me miré en el espejo y dije se la perdió, como pude fijarme en ese loser... si, estaba algo picona, pero más lúcida, eso si.
Canción para seguir la intuición a ciegas.... aunque duela, aunque cueste reconocer las cosas, es mejor darse cuenta de las cosas a tiempo... y nunca perderse en el laberinto de poses y voces
Y esta canción me recuerda aquella noche en que después de todo la pasé bien... y como me encanta y me recuerda épocas colegiales siempre la bailo, con el brazo en alto y acompañada de amigos o mi sombra, la idea es divertirse
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