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La teoría del sunset

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 Un evento familiar hizo que armáramos maletas y toda mi familia, junta y revuelta se escapara de Lima y se instalara unos días en el cálido Pacasmayo. El hotel estaba cerquita del malecón, por lo que podría realizar una actividad que practico con inusual entusiasmo desde que empezó este año, tomar fotografías justo cuando cae la tarde. Mientras esperaba que el sol se retirara, recordaba la teoría del sunset. La teoría del sunset fue rescatada del diálogo de dos personajes de una telenovela cuyo nombre no revelaré. Eran dos hermanos, uno alocado (L, de loco) y otro muy caballero e inteligente (N de Nerd). El alocado decide irse a vivir a otro país con una chica de la que se había enamorado, pero que también andaba a pasos perdidos. Entre los hermanos surge un diálogo, que iba más o menos así: N: ¿sabes lo que estás haciendo y lo que vas a hacer? L: Si, pero no sé si lo entenderás. ¿Tú sabes por qué el cielo se pone de colores cuando muere la tarde? N: Por la descomposición de la luz L:

Mi encuentro conmigo

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 A estas alturas del año, a horas de decirle hasta chau al 2022, todo el mundo recuenta lo bueno, lo malo y lo feo sucedido durante los últimos 365 días. Que hizo, que no hizo, que prometió que si o si y naca la pirinaca. Este año, para mi, fue una larga lista de ocasiones y sorpresas y yo dejé que fluyera. La vida me sacó a bailar y yo quiero bailar. Digamos que si bien cerré el 2021 de forma positiva, no me sentía del todo yo. Después de una pandemia (que aún no me había agarrado y cuando me llegó fue de la manera más ligera nunca antes conocida) y una pérdida que me devastó (la de mi adorada Yolita, mi abuelita), una persona no puede ser la misma. Pero más que cambiar, me perdí. Y perderse es bien feo, sobre todo cuando no sabes por dónde encontrarte, o mejor dicho reencontrarte, y peor aún, no tener pistas, porque buscas a una persona distinta a quien solías ser. Cambias a la mala y sin darte cuenta. Cambié a la mala y sin darme cuenta. Mi trabajo se ha convertido en mi cable a tie

¡(Sobre) Viven!

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Unos meses atrás escribí sobre la historia de la entrada para el concierto de Andrés Calamaro, o lo que representaba esa entrada, un montón de planes que fueron postergados cuando entró en escena algo llamado COVID-19. Hasta que llegó el día en que Calamaro por fin se presentó en Lima y le llegó su hora a ese ticket, comprado hace casi 3 años. Digamos que el último concierto de Calamaro fue accidentado porque pasó algo que nunca sucede, me enteré que se daría solo 24 horas antes, lo que pone de manifiesto, más que mi distracción, mi ensimismamiento. Había sido una semana difícil, en la que mi mente estaba dispersa, hasta que apareció la noticia. Calamaro se presentaba en Lima en cuestión de horas, yo tenía la entrada, pero no sabía si Pepita Grilla, con quien había comprado la famosa entrada hacía casi 3 años atrás, lo sabía, tenía tiempo y estaba dispuesta a ir. Por suerte todas sus respuestas fueron positivas y un par de horas antes del recital nos encontrábamos felices, juntas como

Somos la tribu

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Tuve la oportunidad de estar presente en el pre estreno de "Las Chicas del 4° C". Por un lado me sentía importante, al ser parte de ese grupo que iba a ver la nueva puesta en escena de esta obra en la que pensé que me sentiría identificada y no me equivoqué. Por otro, la emoción de volver al teatro me embargaba. Todo eso, más el recuerdo de mis años de secundaria, se tradujo en lágrimas. Hace un año, me reencontré con algunas amigas del colegio, un grupo muy pequeño, pero incondicional, que me permitió reconciliarme con mi etapa escolar, lo que bajo ninguna circunstancia quiere decir que desee repetirla, ¡ni a balas! Una de ellas compartió un tutorial que había llevado con Wendy Ramos, la cual daba algunas pautas para vivir mejor. La tercera era buscar una tribu. Ella nos comentó que eso siempre le había costado, pero con nosotras sentía que lo había encontrado. Ya tenía su tribu.  Por eso, mientras veía "Las Chicas del 4° C" recordé a mis amigas, a la tribu y a mis

Cierra el círculo

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Hace un par de semanas, sin querer queriendo llegué a un parque miraflorino al que hace mucho tiempo quería volver. El hecho de llegar en una noche preciosa y de manera tan casual no me hizo olvidar por qué quería volver. Quería cerrar un círculo. Dicen que uno debe volver a dónde fue feliz. Bueno, la última vez que fui a este parque miraflorino yo me sentía feliz. Fue un 31 de diciembre, despidiéndome del mejor año de mi vida, el 2019. Ese año nació mi sobrino; estudié; empecé a trabajar en un puesto que amaba; me pasaba los fines de semana entre paseos, compras y el siempre necesario marmoteo; en fin, fue un extraordinario año. Y recibí el 2020 agradecida y con un montón de planes, ideas, sueños. ¿Quién me iba a decir que dos meses y medio después se nos cambiaría la vida a todos? Inolvidable ese domingo de marzo cuando el entonces presidente Vizcarra dijo, en breve y buen cristiano, nos guardamos todos dos semanas, y dos semanas más, y dos semanas más, y un mes más, y así, sucesivam

La máquina del domingo

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Hace muchos, muchos, muchísimos años atrás, cuando este blog no estaba ni en proyecto, se me ocurrió escribir unas crónicas de conciertos, ya que iba a cada rato a ver a una y otra banda, literalmente. Todos los fines de semana. La idea duró lo que duró el cuadernito que sirvió de soporte, y la olvidé por completo, hasta que haces dos domingos, escuchando a El Diario de Hank y a TK en vivo, recordé esa sana costumbre de registrar cada sensación, cada sonrisa, cada emoción que me regalaba un nuevo concierto. Los domingos por la noche, me doy una ducha, me pongo el pijama, como algo (que trato que sea ligero, más no siempre lo logro) y me tumbo en la cama a ver algún noticiero o una película, hasta que el sueño me gana. Creo que es una rutina normal, porque qué flojera arreglarse y salir un domingo por la tarde - noche. Sin embargo, cuando TK anunció concierto y El Diario de Hank confirmó que abriría ese concierto, se me olvidó el protocolo dominguero, el pijama, el noticiero, la flojera

El corte

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 Alguna vez escuché que después de un suceso triste, doloroso, sorpresivo, deprimente, o un cambio que no fe necesariamente para bien, uno debe hacer un corte, porque las cosas en frío y en distancia se ven mejor, o al menos, estos dos factores nos ayudan a asimilar las cosas y respirar fuerte para enfrentar lo que se viene. El corte es necesario. Fue hace muchos años, en un viaje de trabajo al cálido Chiclayo que entendí que las cosas en frío y a distancia se ven mejor. Bueno, el asunto no estaba frío, pero los kilómetros que separan a Lima de Chiclayo me permitieron ver las cosas desde otras perspectiva y llegar a la conclusión de que mi relación con el Oficial, la relación más importante y estable que he tenido hasta la fecha, ya no daba para más. Lo ideal hubiera sido irme después de decirle hasta chau, pero bueno, un inicio de clases a la vuelta de la esquina y un presupuesto modesto me lo impedían. En lo sucesivo y tras escuchar y comprender lo imperiosamente necesario que es un