Insensible

El aislamiento domiciliario como parte de las medidas del estado de emergencia para frenar el avance implacable del coronavirus nos agarró fríos a todos. O mejor dicho, la prorroga, y la segunda prorroga y la que vino después. En el ambiente se respira miedo, se respira incertidumbre, se respira incredulidad y se respira ansiedad. Sin embargo, la idea de llevar encerrada en mi casa más de un mes a mi no me desespera. O al menos, creo que no.


Estoy segura que muchas personas que están en mi entorno, incluidos familiares y amigos, piensan que el aislamiento me pone en una posición privilegiada, porque puedo hacer mi trabajo desde casa, es decir, mi mundo no se ha detenido, sigo produciendo y a fin de mes recibí mi sueldo. Pues si, debo reconocer que la esencia de mi trabajo y el apoyo de aplicaciones digitales, en especial el Whatsapp y el Teams, me han permitido continuar con mis tareas desde casa, rescatando esa autodisciplina de la que tanto me jactaba cuando me sumé al teletrabajo, hace unos cuantos años atrás.

Por ello no tengo el tiempo que quisiera para hacer ejercicio, descubrir alguna habilidad, renovar el menú con recetas innovadoras, o preparar un postre diferente a diario. Sin embargo, puedo tomar desayuno como Dios manda, sentada en una mesa, y no comiendo algo que compré al paso en mi escritorio, aunque reconozco que extraño las empanadas de pollo del Tambo y, por sobre todas las cosas, el triple de pollo, espinaca y queso crema de La Tertulia.

También almuerzo con mis abuelos todos los días, y puedo hacer algunas preguntas que ponen en aprietos a mi abuela, las mismas que van desde sus anécdotas familiares hasta quién escribió Don Quijote de la Mancha, La Divina Comedia o Cien Años de Soledad. Ella ha despertado a la maestra que llevo dentro y no puedo describir la satisfacción que siento cuando me dice, Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura por su novela El Sueño del Celta. ¡He sacado a la genia que llevaba dentro!

Más allá de las ventajas con las que me agarró el aislamiento, trabajar desde casa, vivir con mi familia y disfrutar el tiempo con ellos sin moverme no me causa angustia, ni desesperación, ni depresión. El coronavirus nos agarró a todos desprevenidos, pero antes de que autoridades, médicos, entendidos del tema y hasta medios de comunicación nos invitaran a quedarnos en casa, yo ya disfrutaba del tiempo en mi casa y destinaba un fin de semana al mes en el que no me movían ni con grúa.


El hecho de estar "distraída" con el trabajo, no hace que no me de cuenta de lo que pasa. Por supuesto que lo se y me duele. Me duele la gente que vive del día a día y no es beneficiada ni con el bono, ni con  las canastas. Me conmueve especialmente la situación de los adultos mayores, porque ellos ya hicieron su chamba, deberían pasar una vejez digna y no ingeniárselas porque la pensión que reciben es una porquería. Me duele saber de las familia que se quedan sin comer, de los que quieren volver a su tierra y lo hacen caminando, de los que mueren aislados por el virus. Duele, claro que si.

Pero es en estos momentos en que se necesitan héroes que nos devuelvan la fe en la bondad de la gente y de esos hay montones. Empresas grandes que reparten kits de bioseguridad o apoyan en las tareas de desinfección. Organizaciones sin fines de lucro que proponen campañas de ayuda. Ciudadanos de a pie que se las ingenian para compartir comida con quienes no saben que llevarse a la boca. Si, en el Perú hay gente buena y por montones.

Nosotros también podemos ser héroes anónimos. Si podemos ayudar, ¿por qué no hacerlo? Todo suma, todo ayuda. Y si no tenemos, porque efectivamente no todos contamos con efectivo y lo poco que tenemos debe durar lo máximo posible, no mortifiquemos con miedos infundamos. Lo último que necesitamos es panoramas grises. De esta salimos, porque salimos.

Canción para levantar el ánimo... Nada como buena música para relajarse y huir, aunque sea mentalmente, de lo que está pasando. Yo he aprovechado estos días para reencontrarme con un montón de canciones que me vacilaban un montón y había olvidado. 


Estos tiempos son agridulces. La corrupción, los políticos, la gente que no respeta el aislamiento nos pone de mal humor, y de pronto vemos gente que comparte lo poco que tiene, que emprende cruzadas donde la voluntad sobra y las ganas de ayudar también, y así un montón de ejemplos que nos hacen recuperar la fe perdida y la sonrisa también. Una sinfonía agridulce, para tiempos similares a una ruleta rusa emocional






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