Nuestra larga historia
Aunque está claro como el agua que el nosotros solo se conjuga en tiempo pasado, y no se si perfecto o pluscuamperfecto, a veces, sin querer me encuentro con una máquina del tiempo y se me da por verla funcionar y recordar esos episodios que compartimos, y que contra todo pronóstico, me hacen sonreir.
Recuerdo los primeros guiños coquetos. Tu esfuerzo por llamar mi atención. Lo mucho que me fastidiaba que lo hicieras delante de todos. Como me sonrojaba. Lo feliz que me hacía saber que te vería pronto. El tiempo y las circunstancias, que en ese entonces conspiraban a nuestro favor. Tus excusas para que nos encontráramos. Tus ojos sobre mi. Mi vena parlanchina naciendo frente a ti. Mis comentarios irreales, pero sinceros. Tus indirectas, las mismas que entendía a destiempo. Esa tarde tibia de mayo. Tus dedos entrelazados con los míos. Mi corazón tan acelerado que creí que se saldría del pecho.
Tiempo después la escena se calcó. Fue una tarde de setiembre. Tu ingenio para estar a solas, aunque había mucho gente alrededor. Siempre me sorprendió tu ingenio. Las baladas prehistóricas de Gloria Estefan. Esas preguntas que siempre me hacías: ¿estás con alguien?, ¿con qué tipo de chio te gustaría estar?, ¿qué dirías si te digo que te quiero dar un beso? Mis respuestas siempre equivocadas: no, tiene que ser un caballero, estás loco. Tu mano de nuevo buscando la mía. Mi corazón acelerado. El vacío que dejabas cuando te ibas. La sonrisa que se me pintaba al recordar ese encuentro. La redacción milimétrica, detalle por detalle a mi diario.
La fiesta infantil. El alboroto. Nosotros mirando, sentados uno junto al otro. Para mi eso era suficiente, pero no era todo. Tus atenciones, tus abrazos disimulados, nuestras sonrisas embobadas. Ese comentario de quiero una sorpresa para regalársela a alguien especial, mi enamorada. Lo turbada que me dejaste. La sonrisa que regresó a mi cara cuando me regalaste el oso. La bolsa de celofán con globos y corazones en rosado, blanco y amarillo. Lo infinitamente feliz que me sentía. Mis ojos encontrándose con los tuyos. Tu guiño coqueto. Es el chico más lindo del mundo. Así te recuerda mi diario.
Esa otra fiesta a la que casi no voy. Era improbable, pero sucedió. Fui llena de ilusiones, te iba a ver, con eso me bastaba. Lo triste que me puse al verte con otra chica, a la que le tomabas la mano, como alguna vez me la tomaste a mi. Lo feliz que me puse al bailar con chicos que en mi vida había visto, que en mi vida volveré a ver. La satisfacción que experimenté esa madrugada al volver a casa. No eras el único, nunca lo fuiste. Esa misma sensación de serenidad que se borró de sopapo al verte ir con una, volver con otra, portarte mal con todos. Mi corazón destrozado por primera vez. Lo mucho que te llegué a odiar. La verdad que sólo sabía yo. Mi cara larga. Tu poder de seguir acelerando mi corazón.
Esos correos que me enviabas y que yo imprimía, guardaba y leía 1, 2, 3, mil veces. Lo mucho que habías crecido. El bien que te había hecho alejarte de todo. Tus buenos deseos. Esa confesión que entre tu muerte y tu locura yo siempre aparecía en tus recuerdos. Mi felicidad desbordante al leer eso. Mi mente imaginando que en tus noches de desvelo aparecía mi cara en tu cabeza. Mi corazón que ya no latía tan fuerte por ti. Comprobar con todas las de la ley que no eras el único. Saberte con otras chicas. Un dolor, mas por costumbre que por otra cosa. Ya me empezaba a dar lo mismo. Mi razón hablando y enfrentándome por primera vez ¿llegan a alguna parte juntos? No. ¿Entonces, para qué? Para nada. Empezar a hablar como amigos que se conocen de toda la vida.
Aquel domingo por la noche en que cambiamos la historia para siempre. Una calle silenciosa, dos cigarros, un encendedor, tú y yo. Una lección rápida de cómo fumar como se debe. Una atorada que hizo que me pusiera morada. Nuestras risas. Tu impresión y extrañeza por lo sucedido: ibas bien, las dos primeras te salieron lindas. Mi riquísima frescura: ¿lindas?, ¿y yo soy linda? El beso que ya no esperaba y que finalmente llegó. Tú estabas palteado, yo estaba roja, pero no iba a correr asustada, porque en verdad estaba feliz. Los besos que se sucedieron esa noche y que me pintaron una enorme sonrisa por una semana entera.
Los meses que pasaron desde ese beso hasta que volvimos a coincidir. Lo único que tenía claro era que me gustaban tus besos. Esa día lo comprobé. Tu forma de abordarme, tus manos, tus labios. Lo mucho que bailamos. Toda tu atención era para mi y eso me puso feliz. Eso era lo que deseaba desde aquella fiesta en la que te vi con otra chica por primera vez. No nos importó lo que podría pasar, queríamos estar juntos, punto final. Tampoco nos importó lo que pasaría un día después de Navidad, esa noche en que no querías que me fuera. Yo insistía en darte la contra. Me convenciste al decirme escapémonos. Me perdí con la condición de que fuese de tu mano.
El mejor año nuevo de mi vida lo pasé a tu lado. De nuevo empezaste a llamar mi atención delante de todos. Pero ya no me quedaba callada. Bailé y brindé contigo. Me besaste a las 12, y yo pensé, este será un gran año. Me celaste con tu amigo, y se te notaba. Solo faltaba una cosa para que fuese el año nuevo perfecto. Nos volvimos a escapar. A la luz de un nuevo año admití que no íbamos a llegar a ninguna parte juntos, pero disfrutaría entre tanto. Me quité las culpas y empecé a tomarte a la ligera dos segundos después.
La noche del arrebato. Lo último que imaginé era que coincidiríamos esa tarde. La huachafita con cara de jugadora con la que había terminado la noche anterior. El desplante que te hizo. Luego tú y yo, caminando por las calles silenciosas que fueron testigos del primer beso. La casa en silencio. Tú esperando para plantarme un señor beso. Era un beso preámbulo. Yo diciéndote que no y saliendo apurada. Mi confesión corazón en mano. Tu confesión que logró conmoverme. Esto empezó cuando teníamos 12 o 13 años y no sabemos cuando va a terminar. Esa frase que recuerdo hasta hoy. mi decisión de ponerle fecha de caducidad. En ese momento no imaginé que iba a llegar a extrañar tus besos.
La noche del arrebato. Lo último que imaginé era que coincidiríamos esa tarde. La huachafita con cara de jugadora con la que había terminado la noche anterior. El desplante que te hizo. Luego tú y yo, caminando por las calles silenciosas que fueron testigos del primer beso. La casa en silencio. Tú esperando para plantarme un señor beso. Era un beso preámbulo. Yo diciéndote que no y saliendo apurada. Mi confesión corazón en mano. Tu confesión que logró conmoverme. Esto empezó cuando teníamos 12 o 13 años y no sabemos cuando va a terminar. Esa frase que recuerdo hasta hoy. mi decisión de ponerle fecha de caducidad. En ese momento no imaginé que iba a llegar a extrañar tus besos.
Me dicen que contigo tengo para escribir una novela. Al menos te he dedicado varios post, porque eres la historia mas enredada y bonita que tengo, con sus idas y vueltas, sus giros de tuerca, sus cambios intempestivos. Te recuerdo con cariño. Recuerdo tus besos con una sonrisa traviesa, porque después de todo eran eso, una travesura de chicos grandes. ¿Has encontrado tu rumbo? Te cuento que yo sigo en esas, encaminándome.
Canción para ilustrar la historia larga... Muchas canciones te traen a mi cabeza, obvio si esta historia duró muchos años. Esta canción la escuché esa mañana que, a la luz de un nuevo año, dije esto no va, así que solo voy a pasarla bien. Y la paso bien cada vez que escucho algo de Frágil
Te tomo a la ligera y si me robas un beso, yo te dejo. Esta canción me recuerda a la última vez que lo hiciste, y de paso le cumpliste un deseo a la quinceañera desmelenada que nunca fui y que suspiraba por ti, bailar una salsa de moda contigo. Y la manifestación de que puedo contar contigo
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