En buena compañía

Cuando estamos solos extrañamos ser la persona en quien nos convertimos cuando nos enamoramos, esa que ve un día brillante aunque este garuando y cante con especial emoción aquellas power ballads a las que antes no prestaba la más mínima atención; y, obviamente, se echa de menos la buena compañía. Algunas cosas se disfrutan más cuando se hacen de a dos.


Hace un par de semanas conversaba con una amiga solterísima, como yo. Ella me decía que sus compañeras de casa estaban emparejadas y, aunque no las envidiaba, extrañaba la compañía, tener a alguien al lado para conversar, salir, divertirse, compartir, hacer planes, Alguien con quien tener ese lazo de intimidad, complicidad, confort. Esa otra persona que de repente, hasta la fecha no ha aparecido, o tal vez si, pero no era tal como lo imaginamos y preferimos dejarlo ir. 

La escuchaba y pensaba, una vez más, que no estaba sola en mi causa, que no soy la única persona que de rato en rato, cuando las cosas van muy bien o muy mal, cuando veo algo que solo yo se apreciar, o menospreciar, cuando las horas se me hacen largas los domingos por la tarde, o cuando quiero hacer algo el sábado por la noche y no se a quien llamar, o no me animo a hacerlo, extraño una buena compañía. 

Sumado a esto, hace poco leí que uno no debe buscar compañía cuando la necesite, si no cuando esté listo para tenerla. Esto puede estar relacionado a la teoría del clavito que usamos para quitar otro, tradición nada sana, pero aplicada desde años remotos, y también que debemos primero querernos, apreciarnos y conocernos para empezar a buscar esa buena compañía y empezar a construir sin mochilas llenecitas de pasado. Sobre todo de malos sabores, momentos y recuerdos.

Si es que aún tenemos el mal sabor de una ruptura dolorosa, catastrófica, demoledora, porque fue el final nada soñado de una relación importante, sólida e idílica, lo mejor no es emparejarnos con el primer incauto que pase por la calle, si no, sanar cada herida, cada hueso y músculo roto, para luego, ya sin tanta pena, rescatar las lecciones y regresar al ruedo sin pesadez y con harta precaución.


¿Se puede llegar a amar la soledad? No se si la soledad propiamente dicha, pero es sano pasar tiempo, y sentirse bien, visitando un lugar llamado conmigo-mismo-landia, se esté emparejado o no, porque siempre es bueno conocerse, reconocerse y preservar el espacio propio, ese que en algún momento se reclama y nos hace caer en cuenta que tener pareja no equivale a tener un siamés, idéntico a ti en gustos, pensamiento y formas de ser y hacer. No pues. Reencontrarse con uno mismo y pasar un tiempo lejos de esa persona que queremos, por más que la adoremos, debería ser una obligación.

De otro lado, creo que si no lo he dicho claro, debo haber sugerido más de una vez, que no se necesita ni tener pareja, ni estar pegado como lapa a la otra persona para ser feliz. Primero, porque a este mundo venimos solos y completos, a menos de que perdamos un órgano en el camino, y preferimos a alguien, no porque nos complementa, sino porque nos equilibra, o esa es mi idea.

Además, no tenemos la obligación de estar con alguien. Puede que la sociedad, los amigos, la familia lo imponga, y nos chanque tanto con la idea de que lleguemos a creer que si, que si andamos solos por el mundo estamos mal, algún defecto de fábrica insalvable debemos tener, somos casi, casi leprosos. Sin embargo, no es así. Cuando una persona pasa mucho tiempo sola, se llega a querer, a asumir y a sentirse bien con lo que es. Algunos nos llaman forever alone, sin entender que tener pareja es una opción que se toma o no.

Y es que finalmente, si bien es bonito compartir y conocer todo un mundo de la mano de otra persona, el tour también se puede hacer de a uno. La compañía solo es bienvenida cuando estamos con ánimo de amar y cuando es alguien idóneo, solo así la podemos elegir, y elegir bien.

Canción para aceptar la buena compañía... Porque efectivamente, si decidimos y preferimos pasear por la vida de la mano de alguien, ese alguien debe ser una buena persona, si no, no corre. Debería ser alguien que nos sume, que nos pinte los días, que nos aliente y nos deje alentarlo, que despierte nuestros sentidos y nos haga resucitar.


En la introducción de este post, narraba que estar en buena compañía nos hacía entonar esas power ballads a las que antes no les prestábamos la más mínima atención. De todas las power ballads que he escuchado en mi vida, que no son muchas, esta es la que más me gusta



Comentarios

Entradas populares de este blog

Tumba la fiesta

Solteronas y solteros codiciados

Lo que callan los hombres