Barney y yo
Continuando con las cartas a los chicos que alguna vez atraparon mi atención, y un trocito de mi corazón, le escribiremos a Barney. A diferencia de la película de Netflix, y tal vez, de las demás cartas que escribiré, Barney y yo si fuimos enamorados. Un romance tan fugaz como insólito, sin pies, ni cabeza, y que muchas veces me ha enfrentado a la pregunta ¿en qué estaba pensando? Mas que una carta a Barney, esto va a ser un llamado a mi reflexión.
Estimado Barney: Increíble, pero cierto, llevamos 18 años de conocernos, y sería bueno recordar cómo fue que pasó, solo para contextualizar. Era el 2001, yo estaba trabajando como recepcionista en una juguetería en Miraflores, un trabajo bastante arduo, tomando en cuenta que estábamos en plena campaña navideña, y fue ahí, en el momento en que empezamos a pedir refuerzos a gritos, en que hiciste tu aparición.
Honestamente tu presencia ni me iba, ni me venía, por dos motivos. Primero, había tanto que hacer, que no teníamos tiempo ni para respirar, la gente entraba todo el día, llamaba, preguntaba, compraba, y a las 10 pm, hora en que todos pensábamos, al fin terminó el día, llegaba el camión con más mercadería para descargar y ordenar. Además, había otra persona. Tú pensabas que era O, el gondolero con el que todos me molestaron y relacionaron desde el primer día, pero no. Por ese entonces yo estaba con el Intermedio.
Sin embargo, las cosas con él no iban bien. La verdad, todo estaba de mal en peor. La distancia y nuestros horarios empezaron a jugarnos en contra, y nos faltaba voluntad y energía para enfrentar a lo que se nos pusiera en frente como lo prometimos tantas veces. Justo en ese dilema de continuar con el Intermedio por todo lo que había significado en mi vida, o ser sensata y ponerle punto final a nuestra relación, apareciste tú, me prestaste atención, me inflaste el ego con tus comentarios zalameros, y pasó lo que tenía que pasar, le dije hasta chau al Intermedio y empecé mi relación contigo.
Al inicio, como suele suceder, todo fue bonito. Por mas que trabajábamos juntos, cada uno andaba por su lado, pero eso si, todas las noches me acompañabas a la puerta de mi casa, como cortés caballero. Éramos la parejita que daba la hora en ese mundo de juguete. Los dos estábamos ilusionados, tan, pero tan ilusionados que no soportamos nuestras versiones reales, por eso a los tres meses de feliz relación, optaste por terminar. Yo no tuve ni voz, ni voto en esa decisión, por lo que me quedé con un montón de preguntas en la cabeza, y varios reclamos en la punta de la lengua.
Cabe mencionar, que cuando terminamos seguíamos trabajando juntos, pero ya no en la juguetería, si no en la empresita de tus tíos, o como yo prefiero llamarla, Ogrilandia. Seguías acompañándome a mi casa, total, vivíamos a cuatro cuadras de distancia. Por eso me descuadró, y me descuadró mal, que no pasaras a buscarme durante los fines de semana, y honestamente me parecía ridículo que me dijeras cada lunes por la mañana, cuando coincidíamos en el paradero, te extrañé. Si me echabas de menos, pues te ponías las zapatillas y me ibas a buscar, así de fácil.
Decías que no querías malograr la relación, que era lo que iba a pasar si nos veíamos todos los días, diferencia abismal con lo que pensabas al inicio, en que no nos despegábamos ni a sol ni a sombra, que debíamos conservar nuestro espacio, que era bueno extrañarnos, y así un montón de estupideces que eran discursos hechos y no cosas en las que creías.
Por eso, y porque detestaba trabajar en Ogrilandia, fue que se borró mi sonrisa, y ahí empezaron los problemas, para ti. Yo lo tomaba como algo normal, total, estar en una relación supone acompañarse en los momentos buenos y malos, no todo puede ser risa, pero parece que no lo sabías. Entonces, un día después de una discusión tonta, me recibiste en la oficina con una carta en la que decías que todo había cambiado y que podíamos hacernos amigos. Te pedí explicaciones cara a cara un montón de veces, y jamás obtuve respuesta.
Tiempo después, comprendí por mi cuenta todo. El amor a primera vista no existe, si no te hubiera hecho caso, tus miradas se habrían desviado máximo 2 semanas después, y yo doy para mas, cosa que me decían los gondoleros mitad en broma, mitad en serio. No me arrepiento, después de todo, las peores decisiones dejan las mejores lecciones. Volver contigo, eso si me habría pesado en el alma. Por eso te voy a decir algo, despacio y por última vez, Una vez fue suficiente, no voy a volver contigo, y tampoco quiero ser tu amiga con derechos. Lejos, estamos muy bien.
Tampoco voy a ser mezquina contigo. Mal que bien, me permitiste entrar en tu círculo, compartir con tu mamá, tu hermana y tus amigos, quienes me simpatizan y recuerdo con cariño hasta la fecha. Lastimosamente, no puedo decir lo mismo de tus tíos, los ogros, pero bueno, uno no elige a la familia. Contigo tuve una relación fugaz, pero como debía de ser, y te lo agradezco mucho. Ojo, hay gratitud, nunca más amor, ni ilusión, ni cariño, ni nada que se le parezca.
Soy sincera al decirte que de haberte conocido mejor, tal vez no hubiese estado contigo, pero llegaste por sorpresa y te fuiste de buenas a primeras, en el peor momento, y encima te portaste mal. Por mas resentimiento que me tuvieras, porque tu guión así te lo dictaba, me merecía aunque sea un poco de respeto. No me lo diste en ese momento, y ahora no lo quiero. De hecho no quiero nada contigo. Lo siento, ya no te quiero nada Barney.
Canción para Barney... Como te lo cuento en la carta, decidiste terminar en el peor momento, justo cuando yo me convencía cada día un poco más que Ogrilandia no era un buen lugar, me sentía entrampada y tú, en vez de facilitarme las cosas, las empeorabas. En medio de ese caos, hubo una cosa buena, sintonizar esas radios para secretarias enamoradas y descubrir esta canción de Alexander Pires y mi Alejandro Sanz
También te cuento en la carta, que te pedí muchas veces que me expliques qué pasó, por qué terminaste de buenas a primeras, cuál fue el detonante. Con el tiempo yo misma me di cuenta de que tú no tenías idea de lo que es una relación, y si la tienes es diametralmente opuesta a mi concepción. Lo nuestro, Barney, fue producto de una tardía y maldita primavera
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