La última vez

Muchas veces había dicho que sería la última vez, es más pensé que la primera sería la única, la última, que no habría mas, pero no fue así. Por un tiempo descarté la idea de dejar de verte porque, seamos francos, sus besos me encantaban, así como sus bromas, incluso las crueles, y sus arranques tiernos, que aparecían cuando menos lo esperaba. Todo lo que me gustaba de él salió a flote esa última vez que nos vimos.


Retrocedamos hasta mayo del 2008. Hacía algunos días hiciste un comentario que me entristeció. Sentí como si hubieras bajado un switch sin previo aviso, y el apagón tuvo lugar en mi cara, sentí un frío en la boca del estómago, ganas de llorar y de maldecir ese instante en que me di cuenta que me había templado de ti. Me rompiste el corazón, hasta la fecha, quiero creer que fue sin querer, que yo exageré las cosas, que yo misma me pinté alas para volar, y te arrastré a mis sueños. Por esas cosas de la vida, te enteraste que andaba media depre, y trataste de solucionar las cosas haciéndome reír, a como de lugar.

Para hacerlo, debías tenerme frente a frente, así que me enviaste un mensaje que nunca respondí. Al día siguiente, fuiste mas directo y me llamaste, me invitaste a salir, yo te dije que no, porque había estado fuera de casa todo el día, estaba cansada y al día siguiente tenía clases temprano. Insististe y me propusiste pasar la noche en tu casa, por primera vez. Yo no me animé. Tras aceptar que ese día no nos veríamos, y antes de colgar, me mandaste un comentario coqueto y me hiciste reír. Era cosa de horas que me olvidara de la tristeza, a tu lado, obviamente.

Al día siguiente me timbraste de nuevo, yo te corté de la manera más abrupta que recuerdo, porque estaba en clases, y el profe era medio rayado, no quería que decomisara mi celular, me fichara y me descontara varios puntos en el examen más próximo, que encima era el parcial. Lejos de mortificarte, volviste a marcar mi número por la noche. Estaba tranquila en casa, viendo una serie que me encantaba, y de pronto empezó a pulular tu nombre en mi móvil, sonreí y mantuve ese gesto al decirte hola.

Hablamos largo rato, te conté que estaba como loca entre clases y el trabajo, que iba a pasar mi cumpleaños dando exámenes parciales, pero que por suerte había un feriado largo antes, por lo que iba a poder celebrarlo con anterioridad. Ya que conversábamos sobre festejos, recordé que al día siguiente cumplías un año más en tu trabajo. Tenía buena memoria para cosas intrascendentes, aunque tomando en cuenta que en esa época tú me quitabas el sueño, nada relacionado a ti dejaba de importarme.Si, así me desquiciaste.



El comentario sobre tu aniversario te dio una pista que llegó tarde, tú tenías un lugar en mi cabeza, más grande del que te imaginabas, y si esta salida, la última se demoraba era por cosas que se escapaban de mis manos. En mayo del 2008 debía hacer maromas para respirar, corría de un lado al otro, sin embargo hacía todo lo que estaba a mi alcance para verte, robarte un beso, y dejar que me robaras otro, ¡Cómo me gustaba besarte! Por eso mismo, era cuestión de suerte y de pertinencia volver a vernos, el momento perfecto era el día siguiente.

Nos comunicamos temprano, no me hice de rogar, acomodé mis tiempos y a las 6 de la tarde en punto aparecí con una apariencia que no delataba para nada mi cansancio, típico de los martes, en la puerta de tu casa. Nos saludamos, me abrazaste y me dijiste al oído "todo el día pensé en ti". Mi sarcasmo no encontraba lugar cuando estaba a tu lado, por eso asentí, te volví a abrazar y empezamos a besarnos, sin pausa, sin prisa, sin lugar para nada que no fuéramos nosotros. Pasamos de la sala a tu dormitorio y ahí permanecimos no sé cuanto rato, mirando de reojo la televisión y haciendo cualquier comentario, tan tonto, como gracioso. Eres muy cómico y eso lo sabes de sobra, ¿no? 

Se me olvidó la tristeza, ese comentario que días atrás me había hecho añicos el corazón, la presión de la universidad, lo horrible de mis prácticas de ese entonces, todo, absolutamente todo salió disparado de mi cabeza. En un momento nos quedamos quietos y callados, uno tumbado al lado del otro, tomados de la mano. Tú mirabas el techo, y yo observaba la ventana para descubrir si habían estrellas esa noche. Me sentía sobre la luna y contigo a mi lado, mejor imposible. En ese minuto me sentí infinitamente feliz. No había ni sospecha de caras largas, habías logrado tu misión, hacerme sentir más que bien. 


Antes de despedirnos, te advertí que esperaba que pensaras todo el lunes siguiente en mi, acertaste al recordar que era mi cumpleaños, tal como te lo había comentado por teléfono un día antes. Nos abrazamos, nos miramos tiernos, como solíamos hacerlo tras cada cita y volví a casa, tratando de capturar al milímetro cada segundo de las últimas horas. En ese momento no me detenía a pensar que tal vez nunca volvería a hacer el recorrido de tu casa a la mía, yo solo quería imaginar que tenía un lugarcito en tu vida. Hoy tengo la certeza de que, al menos, un pequeñísimo espacio de tu mala memoria lleva mi nombre.

La sonrisota que me pintaste no me la quito nadie, ni si quiera Pepita Grilla que me aterrizó en una un día después, cuando le conté minuto por minuto, todo lo ocurrido. Ella compartió mi alegría chispeante, no sin antes advertirme que disfrute el presente y me olvide de ciertas pautas que ya no se aplican. Cuando él quiere verte te llama, pues bien, haz lo mismo, me recomendó. Jamás me animé a hacerlo. Me gustaría decir que por eso no nos volvimos a ver, pero sabes que no fue así. La causa me dolió, me descolocó, y pensar que iba a pasar sin tu presencia intermitente me ponía peor. 

Ha pasado mucho tiempo de esto. Por ese entonces, mi Pepita Grilla se ganó su título de amiga incondicional y de paño de lágrimas. Tras probar y probar, encontré la forma de pasar la página, no sin antes rescatar cada lección que me dejaste, y no quedarme con un mal sabor, sino recordarte como esa persona importante que fuiste, y por esa no relación tan intensa que compartimos. Me quedo en paz porque se que me recuerdas con el mismo cariño, siempre lo recalcas. Creo que ahora, la admiración sería mutua, porque a pesar de lo que doliste, sigo de pie, y ahora cuento como si nada, esa última vez que nos vimos.

Canción para recordar esa última noche... Recuerdo que por ese entonces, en que tenías un lugar importante en mi vida, me empezó a gusta La Quinta Estación. Tanto me gustaban que me compré su disco, y cada vez que sonaba esta canción te traía a mi cabeza. Yo escribía frases tontas, tú no estabas y todo seguía como si nada



El hecho de que no tuviera tiempo para nada cuando pasó lo contado aquí, muchos sábados, que eran los días en que avanzaba trabajos de grupo, hacía grabaciones o me la pasaba de narices en la biblioteca, llegaba con cara trasnochada, porque mis viernes eran sagrados. Sobre todo, los primeros de cada mes en que Mar de Copas tocaba en La Noche de Barranco, como sucede hasta la fecha.




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