Si tú me miras

Si tú me miras me vuelvo hermosa, decía un poema vanguardista que alguna vez leí. Si tengo que adaptar ese poema a mi vida, sería si tú me miras me pongo roja, y es que a pesar de los años, hay algunas cosas que sacan a la quinceañera que llevo dentro, por ejemplo las baladas de adolescente desmelenada y enamoradiza y esas miradas que logran hacerme sonrojar.


Era chica, muy chica, y el Eterno me alborotaba el corazón como nadie nunca lo había hecho antes. Al verlo se me revolvía el estómago, me ponía nerviosa, ansiosa, me alteraba, y la situación empeoraba si él me miraba, sumando a todo lo anteriormente mencionado el notorio sonrojo de mi cara. A pesar de ello me gustaba que me mirara a los ojos y que me dijera de todo sin decirlo, aunque esto suena a frase trillada. Me gustaba casi tanto como que me tomara la mano a escondidas, y casi, casi como sus besos, los que experimenté por primera vez mucho tiempo después de esas primeras miradas directas, francas, inocentes, que siempre lograban que me ruborizara.

En la academia conocí a muchas chicas y chicos, entablé amistad con varios de ellos, y había uno en especial, cuya sonrisa me pintaba los días, y sus miradas, me ponía colorada cual tomate. Recuerdo la primera vez que hablamos, fue en una clase de lenguaje, aprendiendo sobre verbos regulares e irregulares. Comparamos los resultados de un ejercicio, coincidiendo en todas las respuestas, menos en una, lo que permitió que la conversación se prolongara y que un comentario mío le arrancara una sonrisa, esa misma que me derretía, y una mirada, esa misma que me daba cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos, en clases, en el descanso, en los pasadizos, o en la mismísima avenida Tacna. Con el tiempo sus miradas me dejaron de sonrojar, lo cual fue inversamente proporcional al gusto que le encontré a su sonrisa.

Recuerdo con mucho cariño mi primer ciclo en la universidad. Es verdad que con las justas tenía tiempo para respirar, pero por suerte mis compañero del salón de cachimbos hicieron más llevadero ese tiempo, especialmente Alf, un economista que me traía de vuelta y media. Alguna vez hablé de él y resumo la historia en cuatro palabras: me gustaba un montón. En el salón todos éramos patas, algunos más cercanos que otros, sin embargo había compañerismo gracias al asesor del grupo. No recuerdo en qué momento exacto me empezó a gustar Alf, sólo se que para parciales me gustaba conversar con él y obvio mirarlo y que me mirara a los ojos. También recuerdo haber hecho de todo para que el color rojo no se apoderara de mi cara y no delatara mi embobamiento. Y se me hace imposible olvidar lo feliz que me sentía cada vez que me buscaba la conversa y me miraba, felicidad que se hacía inmensa si el diálogo duraba más de 10 minutos. Me ruborizo al contar esto como si nada.



Un ex a quien llamo Barney llegó a mi vida cuando trabajaba en una juguetería. Al pedir refuerzos, porque nos estábamos volviendo locos en plena campaña navideña, él llegó y yo me enteré que vivía a 3 cuadras de mi casa, por lo cual era usual que regresáramos juntos. Había que ser ciegos para no darse cuenta de que yo le gustaba. A él lo delataba su mirada, esa que no me quitaba de encima cuando le tocaba estar en caja y yo andaba distraída en recepción, como siempre. Cuando me enamoré de él, por supuesto que le devolvía la miradita, sin sonrojos de por medio, pero si restando las horas hasta que dieran las 10 de la noche, momento en que cerrábamos la juguetería y una vez fuera podíamos ser esa pareja de enamorados que daba la hora en el mundo de juguete en donde nos conocimos y nos enamoramos, misma Pícara Soñadora.

En mis clases de inglés conocí a mucha gente, valgan verdades era de la más amigable de cada salón, soy encantadora: sonrisita dulce, carita feliz y humildad al mil por ciento, ¿quién se puede resistir? Fue ahí que conocí a un chico que me llamaba la atención, simpático, algo cómico, ligeramente robusto, muy apachurrable. Coincidimos en un trabajo de grupo, dijo que él cada lunes prometía iniciar la dieta y nunca lo cumplía, yo le hablé sobre el programa de Puls TV, El Lunes Comienzo y se dio la conversa y el intercambio de miradas, ese que prosiguió durante todo el ciclo y que me iluminó el día, cierta mañana, cuando después de varios meses de habernos desaparecido nos volvimos a encontrar, nos saludamos a lo lejos, él volteó a mirarme de nuevo y yo me ponía los audífonos y me disponía a escuchar alguna canción de adolescente que se emociona con una mirada, nada más.

Cuando el DJ que me rompió el corazón y yo coincidíamos en algún lugar, nos saludábamos como amigos que somos, ni tan efusivos, ni tan parcos, y luego cada uno se iba con su grupo, pero eso si, cada tanto cruzábamos nuestras miradas, porque en el fondo me emocionaba encontrarlo, porque sabía que lo ponía algo nervioso, y él me ponía muy nerviosa a mi. Al descubrirnos mirándonos nos sonrojábamos, reíamos y nos volteábamos. nos hacíamos los locos, pero sabíamos que estábamos ahí, que podíamos volver a saludarnos, que podíamos conversar un rato y aislarnos de nuestros grupo para luego ir cada quien a lo suyo y volver a mirarnos a lo lejos. Así como sabíamos que en cualquier momento volveríamos a llamarnos, a encontrarnos y a mirarnos mientras unos caminaba al encuentro del otro.


Si bien ahora ya no me ruborizo al mirar a los ojos a alguien, las miradas me emocionan, más aun si vienen de parte de una persona que me atrae, y me ponen nerviosa si noto que no deja de mirarme cuando hablo, así sea alguna tontería. Así de adolescente melosa y desmelenada puedo ser, y debo admitir que es algo que me gusta de mi, emocionarme si alguien me mira, si alguien me identifica, si alguien busca mi atención, si alguien me habla mirándome a los ojos, y me siento orgullosa de mi si no logro intimidarme, lo cual es poco usual.

Si tú me miras me vuelvo hermosa, no, si tú me miras me pongo roja, pero también me pongo feliz. Si tú me prestas atención me das una licencia para soñarte. Si tú me buscas cada mañana me haces sonreír. Si tú me rompes la ilusión, yo sabré reponerme y voltear mi mirada a otro lado, a cocachos una aprende.

Canción para mirar sin sonrojarse... Al inicio del post decía que además del sonrojarme cuando alguien me mira, las canciones de adolescente enamorada sacan a la quinceañera que se resiste a morir. A esta canción que es así, de chiquilla desmelenada, enamoradiza y apasionada le tengo especial cariño. Y esta solía escucharla cuando el Oficial aún no me miraba, pero me imaginaba y yo no dejaba de pensarlo también




Y esta es la canción que da título al post. Recontra antigua y almibarada, así me gusta, así recuerdo los primeras miradas del Eterno, así recuerdo mi primer ciclo de la universidad también, y a mi amigo el Flaco quien cantaba conmigo esta canción después de un agotador día de clases y yo soñaba escribir con Alf palabras de un lenguaje nuevo. Ando muy cursi estos días, espero me sepan comprender


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tumba la fiesta

Solteronas y solteros codiciados

Lo que callan los hombres