El Oficial

A los 24 años mi ecuación estaba resuelta. Estaba estudiando una carrera que me apasionaba (la mejor decisión de mi vida, no me arrepiento de haber seguido comunicaciones ni un minuto), practicaba por las tardes en una ONG y mis ratos libres me los pasaba compartiendo tiempo con mi familia, mis amigos y, por supuesto, mi enamorado, el Oficial, valgan verdades, la relación mas importante que he tenido hasta la fecha.

Tras el reingreso a la universidad en el 2003, los fines de semana se me iban en conciertos en locales pequeños, tipo La Noche de Barranco o el Irish Pub,  y fiestas con mi mejor amiga del colegio. Por ese entonces nos volvimos inseparables, seguíamos siendo tan amigas como en el cole, a pesar de estudiar carreras distintas en universidades diferentes y vivir un tanto lejos la una de la otra. Fue en ese tiempo que revaloramos al gran invento de Graham Bell, el teléfono, y el msn también, siempre estábamos en contacto, yo invitándola a conciertos y ella a fiestas de su facultad.

Fue en una de esas fiestas que conocí a un buen amigo, y este amigo fue quien nos invitó, varios meses después, a otra fiesta de facultad. Fue un baile pre Halloween, eso lo recuerdo muy bien porque al día siguiente llegué a casa (con mucho sueño) y me di con la sorpresa de que mis tíos habían acordado celebrar el cumpleaños de mi tía y mi prima (ambas cumplen años el 31 de octubre) en mi casa, por lo que no dormí nada, aunque valgan verdades, me divertí mucho.

La noche de la fiesta fue accidentada. Mi mejor amiga y mi buen amigo nos encontramos, decidimos ir a comer antes de enrumbar al tono, fuimos a Plaza Vea y la torta helada (bien fea, dicho sea de paso) me cayó pésimo, tanto que casi regreso a casa y arruinaba la noche, pero como hembra que se respeta (y que quería bailar hasta el amanecer) me aguanté. Nos perdimos, no dábamos con el lugar donde iba a ser la bendita fiesta, hasta que por fin llegamos y empezamos a divertirnos.  Al poco rato de llegar, hizo su ingreso, junto a un par de amigas, el Oficial.


Entre bailes, risas, cervezas y conversaciones nos dimos cuenta que estábamos casi, casi en las mismas. Ambos salíamos de relaciones que nos habían marcado (aunque en verdad yo solo estaba jugando un tiempo fuera con el DJ que me rompió el corazón) y no queríamos saber nada con Cupido por un tiempo. Sin querer lo convencí de que no cerrará del todo la puerta de su corazón, en plena madrugada mi mejor amiga me dijo a manera de secreto "ya te echaron el ojo, le gustas al Oficial". Sonreí, me sonrojé y seguí conversando con él, hasta que me sacó a bailar la canción, que con el tiempo se convertiría en nuestra salsa, "Nunca cambies".

Nos despedimos sin promesas, ni intercambios de teléfono, ni correo, ni nada por el estilo. Pero a los pocos días me envió saludos con mi mejor amiga y le pidió mi celular. Y empezó a enviarme sms, pero un mes después. Justo por ese entonces yo estaba trabajando por un periodo corto en BellSouth (si, ya se, esa empresa es media pre histórica, pero nadie les dijo que la historia era actual). Y en uno de esos interminables intercambios de mensajitos cierta mañana le dije que me dolía la cabeza. Él sin perder tiempo me invitó a almorzar. Aunque al comienzo me excusé, su insistencia me conmovió y acepté. Conversando nos conocimos mas. Al regresar a mi escritorio ya sabía donde vivía, de donde era su familia, en donde trabajaba y a que se dedicaba su papá.

Era diciembre, y los sms eran costumbre diaria. De lunes a viernes recibía al menos un mensajito suyo, y en ellos se filtraban sobre nombres cariñosos, él me decía Princesa y yo Ángel, él me replicaba que era un ángel enamorado de una princesa, entendía la indirecta y no ponía reparos en ponerme roja porque total, no estábamos frente a frente. En Navidad me llamó en cuanto sonaron las 12 campanadas, me invitó a salir en Año Nuevo, y al finalizar la fiesta me dijo para ser enamorados. Empecé el año con un nuevo compañero y un libro que nosotros debíamos empezar a escribir.

Al inicio todo era bastante cómodo. Yo ya no trabajaba y estaba de vacaciones, por lo que nos poníamos de acuerdo de un momento a otro, él pasaba a buscarme y salíamos a caminar, pasear, comer, cualquier actividad de una pareja típica. Por ese entonces el rock nacional tenia un papel casi protagónico en mi vida y el Oficial empezó a descubrir mi gusto por la música made in Perú y a compartirla. Fue así que surgió nuestro sobrenombre más meloso, yo era Bonita y él, Amorcín, la pareja a la que hacía alusión Cementerio Club cuando entonaban Sometimes Bonita.



El Oficial siempre se distinguió por su romanticismo, que minimizaba el mío. Recuerdo que para el primer mes, el cual fue celebrado con algarabía y emoción, me regaló un reloj de las princesas Disney, el mismo que habíamos visto un par de semanas atrás en una tienda de calle Capón. Dice él, que vio mi cara de entusiasmo y por eso me lo compró. Aniversarios, días de los enamorados y demás fechas importantes, él llegaba con flores, bombones y regalitos. Y yo para no quedarme atrás empecé a sorprenderlo con detalles porque si, porque era lunes, porque empezaba el invierno, porque me sentía enamorada de él.

Éramos una pareja normal, saludable, casi de revista. Nos llevábamos bien y nos veíamos bien. Poco a poco se hizo normal que él participara de las reuniones de mi familia, y yo era una integrante más de su grupo de amigos. Siempre de la mano o abrazados, compartiendo con todos, bebiendo, bailando y de tanto en tanto diciéndonos al oído cuanto nos queríamos. Todos imaginaban que íbamos a terminar o en el altar o bajo el mismo techo, pero juntos si o si. Nosotros pensamos más de una vez lo mismo.

A mi me gustaba llevarlo a todos esos lugares a los que iba cuando era niña, y a él le gustaba conocerlos y me engreía un montón, y yo me dejaba porque, seamos honestos, a mi me encanta que me traten como a princesa (y me lo dijo tantas veces que llegué a creérmelo). Y aunque mis horarios de la universidad, a los que después se sumaron los de las prácticas en la ONG, nos causaban problemas, nos esforzamos en no alejarnos y lo logramos. Sólo que sus celos confundieron la cercanía con el hostigamiento.

Inicialmente esos pequeños ataques de celos me enternecían y me ponían en una situación bien cómoda. Por primera vez yo no era la celosa de la relación. Analicemos. Se supone que en una relación hay equilibrio, uno es realista, el otro soñador, uno es serio, el otro el bromista, y así, se busca equilibrar la cosa, uno es celoso, el otro no tanto. A mi siempre me había tocado jugar el papel de la celosa (porque así soy, celosa hasta la pared de enfrente), pero en este caso era diferente, me tocó ser celada, y no me gustó. No estoy acostumbrada a dar razones de lo que hago o dejo de hacer, voy de un lado a otro porque me provoca, y si bien cuando estoy con una persona me gusta compartir tiempo, también me gusta tener mi espacio, salir con mis amigas a tomar un café, al cine o a un concierto.


Él entendía la importancia de ese espacio, hasta que varios malentendidos e inconvenientes hicieron que pase por alto esa condición y empezó a ahogarme (y aburrirme, de paso). Sabía cual era mi horario de clases y de prácticas, yo tenía que estar en mi casa a determinada hora, porque si él llegaba de sorpresa y yo no estaba ahí se armaba un menudo lío. Si salía con mis amigas debía fijar una hora prudente de llegada que tenía que ser cumplida, y más de una vez se apareció en el lugar en el que me iba a reunir.

Fue por ese entonces en que me planteo irnos a vivir juntos de una vez. Razones me sobraban para aplazar el juntarnos. Lo primero era que tenía que terminar la carrera, porque una vez fuera de la casa el caño se cerraba y mi modesto sueldo de practicante no me alcanzaba para pagar la mensualidad de la universidad (y no tenía la más mínima intención de volver a alejarme de mi facultad). Seguido nomás estaba mi sueño de entrar a la iglesia vestida de blanco y del brazo de mi papá. Y lo más importante de todo, los dos vivíamos con nuestras familias, en mi casa ya estábamos completos, no había lugar para nadie más, y yo no tenia intenciones de mudarme a su hogar. La urgencia del Oficial por vivir juntos era la manifestación mas clara de que quería tenerme a su lado para controlarme al milímetro.

Por supuesto que eso me asustó. Tras conversarlo y pensar mucho, decidí armarme de valor, olvidarme de lo bien que se llevaba con mi entorno, de nuestros planes de matrimonio, de la pedida de mano, de los hijos que queríamos tener y del departamento en la zona de Las Doñas que queríamos comprarnos. Esos proyectos me entusiasmaban, pero mas entusiasmo me daba vivir para disfrutar de todo eso. Por eso una noche de marzo le dije hasta aquí nomás.


Fue una discusión penosa, larga, extenuante, pero urgente. El Oficial me pidió perdón, yo también y traté de hacerle entender mi punto de vista, ya no toleraba cinco llamadas diarias para contarle punto por punto como se iba desarrollando mi día, revisadas al celular y al correo (en mi delante y a mis espaldas), arranques de celos inter diarios, discusiones que se hacían eternas. No podía más. Necesitaba aire, espacio y mucho tiempo. Él comprendió ese tiempo como un par de semanas para aclarar mis ideas, pero yo tenía claro cual espejo de tienda por departamentos, que no iba a volver con él.

Aunque hicimos el intento de volver, pero bastó una semana para darme cuenta que ya no quería nada con él. No me importaron sus sentidas disculpas, sus llamadas, sus mensajes, sus encuentros sorpresa, sus miles de saludos por mi cumpleaños, ya no sentía nada por él en lo absoluto. La que más lamentó la ruptura fue mi mejor amiga que se quedó sin compañera de fiestas por obvias razones, me sentía y sabía totalmente fuera de sitio en sus reuniones y fiestas de facultad.

Y así fue que una historia murió. Hoy muchos años después, me doy cuenta que él no dejó muchas heridas abiertas porque fue un amor racional, sustentado, sostenible. No me voy a hacer la desentendida, sus celos rasgaron el amor, pero yo terminé de arruinar todo. Echando a perder se aprende, y yo aprendí, pero eso es materia de otro post.

Canción para decir adiós a la ecuación resuelta... Al principio, cuando el Oficial y yo empezamos a intercambiar sms, sonaba esta canción en la radio y yo la tarareaba diariamente rumbo al trabajo. La historia murió, pero el gusto por la tonada no, tanto que ahora es el ringtone de mi móvil 


Y esta es la salsa que compartía con el Oficial. Nosotros compartimos una banda sonora que fue recopilada y sirvió de regalo por nuestro primer aniversario, de todas las canciones, esta era la más significativa porque fue la primera salsa que bailamos juntos, esa noche en que me dijo "estoy seguro que te dicen eso, nunca cambies". Con el tiempo los dos cambiamos, pero de opinión





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