Historia de una entrada

Era 29 de diciembre del año pasado. Mi Pepita Grilla y yo habíamos almorzado y brindado por el fin de año y nos fuimos en busca de un postrecito y un café. En el camino nos encontramos con un punto de Teleticket y decidimos comprar nuestras entradas para ver a Andrés Calamaro, aprovechando el descuento de la tarjeta que maneja Pepita. El concierto era en marzo, pero la vida, y un virus que venía desatando el pánico en el otro lado del mundo y hasta la fecha nos tiene con los nervios de punta, quiso que el concierto de Calamaro aun no se de, y se convierta en el primero para el que compro las entradas con tanta anticipación. Poco más de un año, siendo optimistas.



La entrada intacta es solo la punta del iceberg de un año atípico y algo antipático. Es fácil señalarlo desde mi posición, soy de una de las pocas personas que no ha tenido problemas ni de salud (al menos mis bronquios y mi sistema respiratorio está bien), ni laborales, y creo que este año tener esas dos cosas es casi, casi un privilegio. O sea, siempre lo ha sido, pero nos hemos dado cuenta ahora más que nunca. Bien dicen que nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.

Este año ha sido un año de cambios, y eso creo que lo hemos experimentado todos. En el mejor de los casos nos hemos adaptado a lo que nos toca, trabajar, ejercitarnos y hasta hacer compras desde la comodidad de nuestro hogar, o vivir lejos de casa más tiempo del que teníamos proyectado porque la cuarentena nos agarró lejos del hogar. Han habido pérdidas también, y eso nos hace cambiar a la mala, hacernos a la idea, hacer cambios o descartar planes, ideas, proyectos. 

Al inicio de la crisis sanitaria, en uno de los tantos webinar que se han dado y se seguirán dando, un expositor dijo "el coronavirus nos agarró con los pantalones abajo", develando todas las carencias del sector salud, las brechas en el tema de educación, las diferencias insalvables en los temas de desarrollo e inclusión social, o sea un secreto a voces en nuestro país. Pero, hay otros países mil veces más desarrollado que el Perú que las ven negras porque se ha priorizado la productividad, la generación de recursos, la economía y todo lo que implica por encima del bienestar de las personas. Tener dinero, antes que tener salud.

En Perú uno depende del otro. Si tienes dinero, tienes salud, y si no tienes estás condenado a ir a un hospital, o sea ir al mísmisimo infierno. Sin importar si son del Ministerio de Salud o de EsSalud, el sector público de salud es un asco, con el perdón de los contaditos profesionales que estudiaron medicina o enfermería con la finalidad de servir y no de llenarse los bolsillos de plata y vivir frustrados porque no pusieron su consultorio, sino que están trabajando en el Estado y vuelcan su sinsabor en los pacientes, que ya tienen bastante soportando las incomodidades propias de una enfermedad.

Al margen, y tras haber realizado mi protesta contra nuestro nefasto sistema de salud, vamos a lo que ha significado esta pandemia a nivel personal. Ha significado la postergación de planes, y no me refiero al concierto nada más, sino a otras ideas que tenía en mente y estoy pateando para el próximo año. Y también la sensación de que estoy viviendo para trabajar, estando en casa y con todas las "comodidades" que ello supone, una hora más de sueño, desayunar como se debe y no frente al monitor,  ahorrarme el tiempo en el tráfico, estos meses no he hecho más que trabajar.

Esta sensación viene de la mano de la crisis de la mediana edad, algo de lo que ya había oído hablar y de lo que me escapaba, ¿mediana edad yo?, pero si estoy en la flor de la vida, pensaba, para luego caer en la cuenta de que me acerco peligrosamente a la base 4, y no faltará el desatinado que susurre por ahí Señora de las 4 décadas del insufrible Arjona, o 40 y 20, a pesar de que innumerables veces he dicho que me importó, me importa y me importará que un susodicho sea menor que yo, y no me refiero a uno que mandé colar hace mucho, sino a otro coqueto compañero de trabajo que ronda como mosca. Me enternece, pero también me molesta que se desarme en zalamerías, sin tomar en cuenta que puede ser mi hijo.

Me he reencontrado con amigos, y eso es motivo de alegría, sin embargo, siento que no me reencuentro conmigo, con quien soy, con lo que me gusta o no me gusta, o si realmente me conozco, me asumo, me acepto y me quiero, como siempre lo proclamo o es pura pose. No se puede amar lo que no se conoce, menos lo que no se admira, y estoy en una reconstrucción silenciosa y lenta, replanteándome varias cosas, y tratando de tomar decisiones acertadas y definitivas, eso de que las peores decisiones dejan las mejores historias no aplica aquí, No quiero una leyenda, quiero una vida.


En esas ando, y me sorprende diciembre, con otro cambio más, una transición, como el gobierno de Sagasti, que pintó una sonrisa en mi cara después de dos semanas en las que no hice más que maldecir a todos los congresistas y a sus familias maternas (menos a un par, entre ellos mi Albertito De Belaúnde hermoso), odiar como jamás pensé que se podía a MeOrino, terminarme de decepcionar de Ántero Flórez Aráoz, y volver a odiar, con más intensidad, de manera definitiva y para siempre a la asquerosa china corrupta, y se me vienen un montón de adjetivos que no diré en voz alta porque soy una lady, a menos de que llegue el día en que la tenga en frente, porque no creo que exista una peruana más despreciable que esa tipa.

Volviendo a la transición personal, diciembre me atrapa, recuerdo que me gusta este mes, por el sol que ya se anima a salir, la sensación de descanso, o al menos unos cuantos días libres, aunque ya nos dijeron que el 31 vamos a trabajar, porque obviamente nadie tiene planes de celebrar el año nuevo, creo, y por el ambiente navideño, las compras que he disfrutado como hace mucho no lo sentía, y uno que otro reencuentro, por zoom o en vivo, tentando a la suerte y a mi sistema inmunológico.

Eso es todo lo intrincado y enredado que se esconde tras la entrada para el concierto de Calamaro, que me mira cada mañana, desde una esquina de mi escritorio.

Canción para las adaptaciones... y para las transiciones. En estos meses a solas he descubierto y redescubierto canciones que marcaron mi infancia, mi adolescencia, mi adultez y que no escuchaba en la chamba porque qué roche, por lo antiguas o lo cursis. Esta es recontra antigua, pero me pone, sobre todo cuando planeo portarme mal, algo que he dejado de hacer en estos meses de confinamiento


Y ya que hablamos de Calamaro, pondré una de este señor que espero escuchar en su concierto, si es que algún día se va y termino yendo. Es más si incluye en su repertorio esta canción, sentiré que la espera valió la pena




  




 

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