Pitufo Vanidoso
Yo escribo para mí y para quienes desean sumarse a mi mundo, y por ahí se sienten identificadas con mis historias. Más de una vez he dedicado mis notas, con la certeza de que el evocado nunca las leerá, cosa que me alivia. Sin embargo, esta vez, deseo de todo corazón que leas este post, y sepas lo insoportable que te me haces, Pitufo Vanidoso.
Voy a ser tan sincera como me permita. Cuando te conocí, Pitufo Vanidoso, me pareciste un pata inteligente, interesante, realista, ambicioso, o sea me impresionaste. Me gustaba conversar contigo, escuchar las historias de tu niñez en el norte, tu adolescencia en Lima y tus peripecias diarias. Te llegué a tener cariño, siempre en calidad de pata, ya que físicamente no me llamabas la atención en lo más mínimo. Tu estatura te jugaba en contra. Esa misma talla que era inversamente proporcional a tus aires de superioridad.
Fue precisamente eso, tu falsa de idea de ser más que nadie, lo que me desencantó y me hizo inventar excusa y media para no verte más. Hasta que un día me convencí de que a lo mejor, ese ego inflado era algo pasajero, y acepté salir contigo, total, no perdía nada. Y como la pasé bien, acepté de nuevo, y de nuevo, hasta que un día te portaste como un verdadero patán. Eso sumó a tus puntos en contra, por lo que dije, ya basta.
Al margen, Pitufo Vanidoso, te convertiste en un suspirito azul tóxico, y si podía evitar tu presencia, influencia y demás en mi vida, por qué no hacerlo. No podía portarme como una adolescente resentida, por eso no te bloqueé de ninguna red social, total, dudo que te interese saber lo que publique o deje de publicar una chica inmadura, simple y casi calabaza, como yo, ya que esa es la percepción que tienes de mi, ¿o no?
Y precisamente, te valiste de las redes sociales para reaparecer. Para no hacerla larga te dije lo que había decidido en una, sin anestesia, directo y sin escalas. Sencillamente, ya no quiero salir contigo, no me provoca, no se me antoja, no lo voy a hacer. Lejos de molestarte, resentirte y bloquearme, cada cierto tiempo, volvías con la misma cantaleta de cuándo salimos y yo te respondía lo mismo, y que mi opinión no iba a cambiar, y dudo que algún día varíe de parecer. Hasta que llegó el día en que sucedió lo inevitable, te llegó.
Voy a ser tan sincera como me permita. Cuando te conocí, Pitufo Vanidoso, me pareciste un pata inteligente, interesante, realista, ambicioso, o sea me impresionaste. Me gustaba conversar contigo, escuchar las historias de tu niñez en el norte, tu adolescencia en Lima y tus peripecias diarias. Te llegué a tener cariño, siempre en calidad de pata, ya que físicamente no me llamabas la atención en lo más mínimo. Tu estatura te jugaba en contra. Esa misma talla que era inversamente proporcional a tus aires de superioridad.
Fue precisamente eso, tu falsa de idea de ser más que nadie, lo que me desencantó y me hizo inventar excusa y media para no verte más. Hasta que un día me convencí de que a lo mejor, ese ego inflado era algo pasajero, y acepté salir contigo, total, no perdía nada. Y como la pasé bien, acepté de nuevo, y de nuevo, hasta que un día te portaste como un verdadero patán. Eso sumó a tus puntos en contra, por lo que dije, ya basta.
Al margen, Pitufo Vanidoso, te convertiste en un suspirito azul tóxico, y si podía evitar tu presencia, influencia y demás en mi vida, por qué no hacerlo. No podía portarme como una adolescente resentida, por eso no te bloqueé de ninguna red social, total, dudo que te interese saber lo que publique o deje de publicar una chica inmadura, simple y casi calabaza, como yo, ya que esa es la percepción que tienes de mi, ¿o no?
Y precisamente, te valiste de las redes sociales para reaparecer. Para no hacerla larga te dije lo que había decidido en una, sin anestesia, directo y sin escalas. Sencillamente, ya no quiero salir contigo, no me provoca, no se me antoja, no lo voy a hacer. Lejos de molestarte, resentirte y bloquearme, cada cierto tiempo, volvías con la misma cantaleta de cuándo salimos y yo te respondía lo mismo, y que mi opinión no iba a cambiar, y dudo que algún día varíe de parecer. Hasta que llegó el día en que sucedió lo inevitable, te llegó.
Fiel a tu estilo, no me demostraste tu inconformidad a mi negativa expresamente. No pues, no en vano tu lema parece ser, mientras más rebuscado, mejor. Por eso, un día, en medio de una conversación, nada trascendente, justo después de cortarte, porque estaba más interesada en la película que estaba viendo que en leer tu bla bla bla, me dijiste, "chau gorda".
Puede que yo no me distinga por mi delgadez, que mi barriga y mis cachetes xl me disgusten, y si bien algunas personas, contaditas y a las que les tengo plena confianza, porque son mi familia, me dicen gordita, el tema del peso se me hace espinoso, incómodo, y no, no me gusta que me digan gorda. Obvio, se lo aclaré a Pitufo Vanidoso, mi nombre es Sandra, no gorda, le indiqué, y él, sarcástico y utilizando su artillería pesada, me contestó, se cual es tu nombre, pero eres gorda, ¿cierto?
En ese momento pensé, tú eres chato e intratable, y yo no digo nada, pero me quedé callada porque cualquier respuesta de ese tipo iba a prolongar una conversación que yo quería terminar, le daría mucha importancia a un comentario que nada que ver y quedaría igual o peor que Pitufo Vanidoso, y yo soy mejor persona que él, yo tengo clase por eso corté y lo dejé ahí. Dos semanas después se repitió la escena, charla aburrida, en la que el enano este, se valió de cualquier pretexto para hacerme ver que soy inmadura, y luego me llamó sin pena, gorda.
Justificó su adjetivo, contando que no hay gordo feliz, que la obesidad es signo de enfermedad, y que debería poner de mi parte para mejorar. Le devolví el sarcasmo, y le agradecí de la forma más parca su consejo, tan desatinado como innecesario.
Pitufo Vanidoso, espero que leas con mucha atención lo que sigue. Yo soy gorda, lo acepto sin problema, así media redondita, y con curvas por todas partes, me quiero, y un montón, pero no me gusta el adjetivo, y ya te lo he dicho más de dos veces. Imaginando que tienes un coeficiente intelectual de 3 dígitos, explícame ¿qué parte de no me gusta que alguien, que no es de mi entera confianza, me diga gorda, no termina de procesar tu cabecita, para explicártelo con títeres?
Tú eres chato, yo soy gorda, el mundo es multicorporal. Pasada la base 3, todos debemos aceptarnos, querernos y asumirnos, eso es madurez, algo que tú no tienes. Muestra de ello es que lejos, de entender que no eres una persona grata para mi, me atacas con un adjetivo que se me hace desagradable. No te voy a bloquear, pero si nunca te vuelvo a responder, no te sientas mal, solo comprende que prefiero darte click y minimizarte. O sea, regresa a la aldea a la que perteneces, Pitufo Vanidoso.
Canción para olvidarse de enanos tóxicos... Debo reconocer que el sujeto al que le dedico este post, tenía gustos similares a los míos. Leía mucho, escribía algo, y escuchábamos el mismo tipo de música. Hay una canción que me remite a él, y a pesar de lo sucedido le guardo simpatía, a la canción, obviamente
Pitufo Vanidoso, si no te queda claro que no quiero saber más de ti, escucha con mucha atención esta canción y comprende que ese tiempo que compartíamos terminó y no volverá, nunca más. Si crees, que este nunca es relativo, te recomiendo que esperes, pero bien sentado
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