Repensando la fluidez
Hace algunos años, bien plantado en los 30 aseguraba que las cosas o eran o no eran y que eso de que fluya era el parloteo barato de un pata que no sabía que quería, o más bien, si lo sabía y también sabía que no te iba a cuadrar ser su agarre. Pero, los años han pasado, la vida ha continuado y me he permitido repensar las cosas. La fluidez no es tan mala, es hasta obligatoria.
Las ideas que me han hecho recapacitar y cambiar mi punto de vista sobre la fluidez, parten de mi misma. Primero, aceptar que las cosas no son o blancas, o negras, sino que hay una extensa gama de grises, por la cual transitamos, con la idea de llegar al negro o quedarnos a la mitad y regresar al blanco sin pena, ni gloria, o acomodarnos en el gris casi blanco, el plata brillante, el plomo rata o el tono de nuestra elección. Es decir, está bien tenerla clara, pero tampoco nos vamos a poner tan estrictos pues. Si nosotros estamos en esta vida, que se por si es un tanto complicada, ajustemos las reglas para simplificar ciertos asuntos.
De otro lado, yo proclamo bien contenta que por más organizadas y previsoras que seamos, siempre algo se nos va a escapar, siempre aparecerá un factor externo que nos va a fastidiar la existencia y nos vamos a ver en la penosa obligación de adaptarnos a las circunstancias, acomodarnos como podamos y esperar llegar sanos, enteros y psicológicamente estables a buen puerto. Es decir, las cosas fluirán, porque así es, a nosotros nos toca montar la ola y ver ese traspié como una oportunidad. Por ejemplo, aprenderemos a nadar a la mala, si es que ese contratiempo nos agarra en medio del océano.
También creo firmemente en que lo que tiene que ser, será. Innumerables veces lo he dicho, a puertas de un nuevo año, en un proceso de reclutamiento, conociendo personas. Que sea lo que tenga que ser. Y para que sea o no, las cosas tienen que fluir, y tenemos que dejarlas fluir, así asumimos y admitimos sin pena que si eso que tanto deseábamos no resultó como esperábamos es por algo, y es que todo tiene una refundida, y en un primer momento inexplicable, razón. Si la cosa fluye para bien, chévere, y si no, a otra cosa mariposa. No era el momento, no era la chamba, no era la persona.
En ese sentido, el de dejar andar a la vida y que nos sorprenda para bien o para mal, creo en la fluidez, y me gusta que todo fluya y se vaya acomodando, que se nos presenten esas oportunidades que hay que tomar con las dos manos y bien fuerte, que se nos pongan situaciones o personas en el camino que nos hagan una mejor versión de nosotros mismos, más cuajados, o menos cuadriculados.
Sin embargo, en el caso de relaciones, el pata que te dice que dejes que todo fluya no te conviene, a menos de que quieras perder el tiempo, pasar el rato y estar con alguien que hoy te quiere, mañana no sabe y pasada ya se olvidó de ti, literalmente. Y es que las relaciones y las no relaciones se han proliferado, modificado, mutado y ahora hay un amplísimo abanico de términos: salientes, amigos con derecho, agarre, choque y fuga, etc. Pero, si queremos encontrar algo de estabilidad, emocional, mental y psicológica es mejor aventurarnos con alguien que sepa lo que quiere y que este dispuesto a que todo fluya sin soltarte la mano. Así, si, que todo fluya, que todo se de y que sea lo que tenga que ser.
Canción para que todo fluya... Lo único constante es el cambio, es algo que he aprendido, asumido y aplicado con el correr del tiempo. Sin embargo, hay cosas que sigo disfrutando, y bandas o solistas que quiero escuchar hasta el día que me muera, y tienen la potestad de emocionarme cuando presentan algo nuevo. Eso me sucede con La Oreja de Van Gogh
Como decía en el post lo que tiene que ser será, y lo que fue, quedó en el pasado. Como decía José José, lo que un día fue no será. Muchos años después de esa descorazonada balada, Nina Mutal nos presentó su versión de las cosas
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